La sala de urgencias

Creo que todos sabemos que desde que Chávez murió en el 2013, la maquinaria gubernamental se ha estado cayendo a pedazos, por ejemplo, en los hospitales públicos casi no se encuentran medicamentos y otros insumos de alta necesidad, los pacientes deben traer sus propias frazadas, falla la luz, no hay agua, los baños son un desastre, o descuidados, y hasta pudiera ocurrir que el signo “Sala de urgencias” en la pared afuera del hospital no alumbre.

Bajo estas circunstancias, ciertamente ocurren acontecimientos extraños, irregulares, feos, malos, cosas que normalmente no ocurrirían si los hospitales funcionaran de manera normal y eficiente, y, desafortunadamente, los resultados son a menudo devastadores.

Pero no siempre.

A veces --- por lo menos en mi imaginación, así como en el siguiente cuento --- las cosas pueden resultar bastantes cómicas, aun cuando las cosas andan tan mal.

Espero que lo disfruten.

CUENTO – La sala de urgencias

Este cuento no tiene nada de sangre, ni nada de enfermos tirados por los pisos en algún decrépito hospital público sin agua, sin luz, sin doctores, sin insumos, o sin equipos médicos que funcionan, no, este hospital tiene algunos medicamentos, pero no muchos, algunos equipos funcionales, pero no todos, un médico, y algunas pocas enfermeras.

El cuento es sencillo, limpio, sin ninguna imagen brutal o fea.

Es un cuento que me contó un médico que conocí una tarde en una taberna mientras me escapaba de mi trabajo --- y él también --- y tal vez estábamos un poco borrachos, pero no mucho, sin embargo lo que pasó en ese hospital parece haber realmente ocurrido.

El médico me contó que la noche anterior, cuando estaba trabajando en la sala de urgencias del hospital --- y llovía muy fuerte, estaba muy oscuro, y la luz se iba y venia --- llegaron tres personas empujando una silla de ruedas con una anciana en ella.

Me dijo que supo después del acontecimiento que las tres personas eran los hijos de la anciana, y que venían de un pueblito lejano en las montañas. Supuestamente eran personas que no conocían la ciudad, y no tenían la costumbre de utilizar los servicios hospitalarios públicos de la ciudad, entonces cuando entraron no sabían qué hacer o a quién dirigirse, como si entraran en algún lugar por primera vez.

Estaban un poco perdidos.

De todas maneras, la viejita supuestamente tenía unos 90 años de edad, o algo así, nadie sabia de verdad ya que en aquellos tiempos, en los campos y montañas, los bebés nacían en casa y se registraban solamente cuando la familia iba a la ciudad. Bueno, la señora era flaquita, y no estaba respirando, y su color era algo pálido, como un gris claro, casi blanco, y no se movía, lo cual les indicaba a las enfermeras que obviamente la señora sufría de alguna afectación bastante seria.

El médico me dijo que tuvieron mucha suerte ya que no había muchos enfermos en la sala de urgencias esa noche, de hecho, no había nadie allí aparte del médico, las enfermeras, y dos pacientes llenos de tubos, en camillas, pero dormidos, o inconscientes, o tal vez muertos, no sé, pero estaban aburridos, y por eso pudieron atender a esa gente de inmediato.

De una vez pusieron a la viejita en una camilla, le aflojaron la ropa, y mientras que sus hijos observaban con curiosidad --- como si hubieran querido hacerle preguntas al médico --- empezaron a practicarle los primeros auxilios, boca a boca, empujones al pecho, etc., y le hicieron la toma de su presión sanguínea y pulso mientras que preparaban el desfibrilador para administrarle un choque eléctrico al corazón.

Esperaban poder revivirla sin tener que electrocutarla, pero se prepararon de todas maneras, en caso … pero repentinamente se fue la luz, y el generador estaba roto, entonces continuaron suministrando los primeros auxilios, en la oscuridad, esperando que regrese la luz, y rezando para que la anciana se reviva.

¡Respire por favor, respire!

Pasaron los minutos, dos, tres, y diez, siguieron tratando de revivirla, pero nada, y estaban perdiendo la esperanza …

… pero de repente volvió la luz.

De una vez el médico decidió utilizar el desfribrilador.

!ZAP!

Pero, nada.

La señora saltó bruscamente en la camilla, arqueada, así como en las películas, pero desgraciadamente no empezó a respirar, ni tampoco recuperó su pulso o presión sanguínea.

Otra vez ¡ZAP!

Y dos veces más, pero nada.

El desfibrilador no funcionaba muy bien, a veces sí, y a veces no, pero seguían tratando de salvarla.

¡Otra vez!

Nada.

Bueno, el médico me contó que siguieron suministrándole choques --- cuando la maquina funcionaba --- ya que no tenían nada que perder, y ya que no había otros enfermos allí, entonces tenían el tiempo para dedicarse exclusivamente a ella.

La electrocutaban, y después le daban alientos boca a boca, después la electrocutaban otra vez, pero después la maquina no funcionaba, y entonces le daban empujones al pecho, y así seguían, hasta que se hizo evidente que no podían revivirla.

En ese momento, muy triste y decepcionado, el médico les avisó a los hijos que su madre había muerto.

Pero en vez de llorar o demostrar tristeza o sorpresa, respondieron:

“Bueno, gracias doctor, pero eso ya lo sabíamos, estábamos buscando la funeraria.”



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Oscar Heck

De padre canadiense francés y madre indígena, llegó por primera vez a Venezuela en los años 1970, donde trabajó como misionero en algunos barrios de Caracas y Barlovento. Fue colaborador y corresponsal en inglés de Vheadline.com del 2002 al 2011, y ha sido colaborador regular de Aporrea desde el 2011. Se dedica principalmente a investigar y exponer verdades, o lo que sea lo más cercano posible a la verdad, cumpliendo así su deber Revolucionario ya que está convencido que toda Revolución humanista debe siempre basarse en verdades, y no en mentiras.

 oscar@oscarheck.com

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