A propósito de la situación del manejo de depósitos y retiros de dinero en las entidades bancarias venezolanas a niveles nunca vistos (sacos, cajas, bolsas y morrales), un apátrida resentido u opositor cabreado, como dicen los españoles, cree ofenderme cuando me dice: "Eso es culpa de tu revolución". Según su criterio, la revolución puso en manos del pueblo el exceso de liquidez y le regaló el arte de la corrupción. Como se sabe, los abogados cobran sus honorarios ahora en dólares del mismo modo que los pranes cobran sus extorsiones y secuestros en dólares. Actúan de modo similar. Las casas y los carros son vendidos siguiendo en valor del dólar del día (el paralelo o dólar negro, por supuesto). Los presupuestos de obras se planifican y ejecutan bajo el mismo tenor. Eso produce un enorme circulante de más de cinco billones de bolívares, y gatos, chivos, conejos, zorros y alacranes manejan fortunas. ¿Es acaso un diseño financiero de la revolución? Antes se atribuían estas enormes fortunas líquidas a los delincuentes ligados al tráfico y consumo de drogas, a los contrabandistas y a comerciantes no bancarizados, como ganaderos y productores campesinos. Sin embargo, las mafias políticas del gobierno y la oposición convirtieron el dólar en la moneda nacional, y eso no es una cuestión de la revolución, en un sentido pragmático. Los Estados Unidos financian el enorme gasto saboteador de esa derecha parásita, que no escatima gastos para su perpetuo derroche de ira y ostracismo, puesto que nada producen, nada siembran, nada cultivan, amparados en la excusa de que el Estado les cierra las puertas de las divisas; pero sólo con Cadivi y los cupos de viajeros se hicieron enormes riquezas. Por otro lado, los corruptos del gobierno han hecho lo suyo con la anuencia de los jerarcas de las instituciones del gobierno, bien por la vía de las comisiones o del soborno, creando una boliburguesía que encubre a civiles y militares, con absoluta impunidad. Es decir, la corrupción en Venezuela es notoria e innegable, pero no es un producto exclusivo de la revolución. Hay demasiadas manos metidas en ese caldo morado.
Los bachaqueros y guardias nacionales, los concejales y cajeros bancarios, los gerentes y administradores de aduanas, Pdval, Mercal, Clap y hospitales se han tomado lo suyo, lo mismo que estudiantes, amas de casa, trabajadores y vagos que le robaron al patrimonio del Estado desde 5.000 dólares hasta los últimos 500 que entregaban para "viajar". Los chinos, turcos y árabes, así como muchos connacionales han hecho fortunas comprando esos dólares y pasándolas, en su mayoría, por Banesco Panamá. La banca pública y privada del país se nutre de este negocio del billete verde. La comida y las medicinas, los teléfonos celulares y repuestos de carros y maquinarias, los electrodomésticos y equipos de oficina, todo, absolutamente todo, apunta al dólar. Cualquiera carga ahora un saco de plata que, si bien devaluado, es plata, son bolívares.
Si nos convirtieron en un pueblo corrupto no fue porque así lo dispuso la revolución, por arte y magia, o porque aparezca en algún artículo de la Constitución de 1999. En esto entra en juego nuestra identidad y nuestros valores morales. Y esto es tan determinante como el modo en que posiblemente lo superemos, si acaso lo logramos superarlo algún día; o si lo asimilaremos como un sello de identidad más de nuestro modo de ser, añadido a los epítetos conocidos de que los venezolanos somos flojos, vivos, astutos, impuntuales, mentirosos, etcétera. Vaya paradoja. Nadie dirá en el futuro que los venezolanos somos revolucionarios, sino que los venezolanos somos corruptos. Ese es el paradigma. Una cuestión de dialéctica. No de una secta política ni religiosa. ¿Será un asunto de mercado?