Subiendo el cerro de "La línea", en Cumaná, la entonces bucólica y pequeña ciudad donde tuve la fortuna de nacer y quiero lancen mis cenizas desde el puente Guzmán Blanco al río Manzanares, donde aprendí más de lo que un joven de mi edad, muy pobre, en aquellos tiempos solía aprender, uno llega a dos sitios donde nadie quiere reposar. Un poco más abajo, viniendo o mejor ascendiendo desde los lados de la plaza Bolívar, a la cárcel y allí mismo pero arriba, al cementerio.
Justo en la esquina donde uno comienza a subir, del lado izquierdo está el colegio de los padres paúles y a la derecha, el viejo seminario. Al lado de este, en la esquina de la derecha, estaba la bodega que llamaban "El Descanso". El nombre del dueño se me quedó olvidado en algún rincón del pasado. Le decían así, porque a ella regresaban al bajar quienes subían acompañando el muerto, a refrescarse, sobre todo con una cerveza. No era una celebración, era un ritual.
En ese colegio de curas, en la "pata del cerro", estudié los dos primeros años del bachillerato que pudimos pagar gracias a la pensión de viuda que percibía mi madre con hijos menores, habiendo sido mi padre por largos años funcionario del Estado. Pensión que el gobierno de Pérez Jiménez creyó pertinente retirarnos porque mi padre Paco Damas Blanco, era de los Blanco de Cumaná, no por la piel, sino el apellido. El cura Mauleón, un español que ahora recuerdo con mucho afecto como siempre, fue en segundo año nuestro profesor de francés. ¡Y vaya qué bien enseñaba aquel cura! Y no lo sabía pronunciar o hablar, como él sin pena confesaba, pero manejaba la gramática y el significado de las palabras con soltura. Hasta los modismos con acierto. Y nosotros aprendimos como él nos enseñó. Por aquel cura y el FBI, "Federal Bureau of Investigation", que entre otras cosas era para uno un cuerpo "heroico" sobre el cual se escribían cientos de novelas, donde los bandidos eran unos pobres ladrones y traficantes de drogas por la miseria que el sistema prodigaba y los agentes unos héroes, y uno las leía para matar el tiempo, grabé para siempre que "Bureau" significa oficina. Menos mal que en las calles de mi pueblo aprendí a leer muchas cosas al revés. Como que los crueles no eran los indios sino los "caras pálidas".
De aquel colegio salí por razones obvias, ya como explicadas y para fortuna mía, porque Dios "aprieta pero no ahoga", entré a estudiar el tercer año hasta el quinto en el Liceo Antonio José de Sucre, entonces uno de los colegios de más nivel en todo el país. Y volví a ver francés en cuarto y quinto año y nunca tuve que estudiarlo porque el cura Mauleón se había cuidado de enseñarnos lo necesario y más.
De esa palabra, todavía no sé a ciencia cierta por qué la tomaron con ella, nació el término burocrático. Esto me viene a la mente porque acabo de leer un trabajo relacionado con PDVSA cuyo autor o autora, me dejó la sensación que sólo los oficinistas y siempre ellos son burócratas. Cuando un portero, un carpintero y hasta un obrero de PDVSA, más si es dirigente sindical, como Willy Rangel, pueden ser burócratas de estirpe y clase. Y puede haber, o mejor con seguridad, hay suficientes oficinistas que no tienen nada de burócratas. Son burócratas los dirigentes sindicales que no se ocupan de defende al trabajador sino al patrón, sea este el gobierno o uno privado. No solo las oficinas son centros donde se "pierden" los papeles, el tiempo y se retardan las cosas o se hacen como no debe ser por desidia y hasta de manera estudiada para lograr un determinado y perverso fin. También se pierden y esconden los tornillos y las tuercas. Por cierto, llegado a aquí y a esas dos palabras o esas piezas, después de estar hablando de burócratas, recuerdo una frase de Pepe Mujica que viene como al pelo. Dijo una vez el ex presidente uruguayo y sobre todo tupamaro, refiriéndose a la necesidad de buscar acuerdos, lo que algunos abordan como si fuese una traición, esto no lo invento, hasta lo acabo de leer de alguien que habló como un teórico, "unos tienen las tuercas y otros los tornillos". Y este estado, descrito por Mujica, puede servir u obligar la búsqueda de acuerdos, pero también para que los burócratas, aunque no sean de oficina, se refocilen y hasta se coman un manjar.
El tonto o el vivo que hace las cosas al revés; el obrero que se las echa encima si el supervisor no está mosca con él, es entre otras cosas, póngale usted el calificativo que le guste, un burócrata. El vigilante que deja pasar a quien sea porque está pendiente de otra cosa, además de desidioso es burócrata y lo es todo aquel que estando en un sitio o responsabilidad, donde siempre habrá que tomar decisiones sobre asuntos aunque sean pequeños, pero que roban tiempo y entorpecen, nunca sabe qué hacer. Burócrata, es el compañero dirigente de la célula que no se atreve a decidir sin que alguien de arriba le autorice aunque la decisión sea como solemos decir los venezolanos de anteojito. Y es un burócrata, cobarde e inconsecuente, hasta el subalterno que sabe lo bandido, ladino e irresponsable que es su jefe, o el tipo que tiene más arriba y se vuelve cómplice suyo, dejándole hacer porque "eso no es asunto mío" y hasta "porque no me van a parar bola".
También es burocrático el uso excesivo de fórmulas como la cooptación para negarle el derecho a la militancia a participar y protagonizar.
De modo que para ser burócrata no es necesario tener un escritorio, una computadora y un poco de papeles. Es más, hay dos tipos de burócratas. Aquel inocente que no sabe que lo es, sino se considera respetuoso de las normas y fiel cumplidor de su rol. Tan burócrata es que viendo a la persona frente a sí, habiéndole revisado los documentos, al llenar algún formulario se atreve a preguntarle ¿cuál es su sexo? De vaina si no lo lleva a un lugar discreto y le pide se despoje de la ropa. Y ese tipo, probablemente no tiene oficina, computadora y tampoco escritorio. Menos bolas.
Luis un viejo amigo, era un burócrata de la cibernética. Cuando le llevábamos un aparato a arreglar, lo revisaba frente a uno. "¡Espera no te vayas todavía! Quiero sepas exactamente que tiene." A eso le invitaba a uno Luis. Desarmaba y terminaba diagnosticando el aparato. Y nos daba una clase completa de lo que el aparato tenía, olvidando que a uno eso poco interesaba, sino simplemente lo arreglase. El día que regresábamos a su taller a retirar el aparato volvía a hablarnos del diagnóstico y unos días después lo mismo y tardaba todo lo que le daba la gana en devolvernos el aparato.
El burócrata está donde uno menos lo espera. Hasta quien presenta la denuncia o la demanda por procederes burocráticos, es un empedernido burócrata; pues sabe donde hallar bastantes y bastante burocracia y se hace la vista gorda. Por ejemplo, hay ministros que reclaman a la gente común que denuncie a los burócratas, mientras él vive rodeado de ellos y metido como en una capsula melosa de burocracia. No hay cosa que guste más a un burócrata que llamar burócrata a otro. Es como quitarse las escamas de encima y lanzarlas sobre quienes cerca estén. Y no es que no se dé cuenta y pide auxilio. No. Es que es un burócrata y lo sabe. Pero el burócrata, por serlo, es tan burócrata, que supone a los demás pendejos que ignoran lo que es. El burócrata suele ser galante, por eso, uno les imagina hasta con corbata, pero no es necesariamente así, en cualquier rincón se halla la culebra. Hay curas con y sin sotana o el hábito no hace al monje. Quien llama burócrata a otro u otros y hasta oncita cazar burócratas, de repente es más burócrata que todo el mundo. El ministro Meléndez lleva un montón de años planificando, nadie sabe qué planifica, por lo que uno ve, pareciera que, como el Dr. Frankestein, se ocupa de monstruos burocráticos.