Ataque del CONAC al Grupo Autana causó emigración de músicos durante la IV

Pido disculpas al lector por osar desviar su atención momentáneamente de nuestra temática actual (RCTV, el Socialismo del siglo XXI, el partido socialista unido, etcetera). Pero el desvío será sólo aparente pues, a través de la denuncia de una grave falta moral, perpetrada por una de nuestras instituciones de la IV República, estaremos revisando nuestros intereses patrios actuales.

Se trata de una denuncia más, entre tantas pendientes que tenemos en nuestro país. El siguiente relato es biográfico y relativo a la cultura, y está dirigido a todos aquellos que quieran hacer algo por ella. Lo escribo desde París, donde “exilo”.

Soy venezolano, músico (bajista, compositor, arreglista) y hace 19 años dejé la patria. Obviamente, optar por la emigración no fue una decisión fácil, pero nuestro país de entonces, el de la IV República, ya era para muchos artistas nacionales algo bastante menos que un espacio prometedor.

En mi caso particular, fue ya la negación misma del derecho y necesidad que tenemos los seres humanos de expresarnos a través del arte lo que me obligó a partir. Y es que una de las principales instituciones culturales de nuestro país, el Conac, operó lo que sólo podríamos calificar como un acto de "terrorismo cultural" contra el grupo musical del cual yo formaba parte.

El grupo “Autana”, de Sarría, Caracas, un inolvidable día fue desalojado brutalmente por el Conac de su tradicional local de ensayo, donde diez años de labor creativa habían sido sembrados por nosotros.

Pero qué podían importar los años de trabajo creativo, voluntario, autogestionario, por este grupo allí transcurridos, no éramos más que muchachos de barrio...

El caso es que ello provocó el fin del grupo y la subsecuente emigración al extranjero de algunos de sus miembros.

El local de ensayo mencionado correspondía al Taller de Arte Integral de Sarría, que era una casa cultural administrada por el Conac, y donde durante años sólo se había dictado un curso “virtual” de fotografía (virtual debido su escasísima concurrencia). Nuestra vinculación con ese taller comenzó cuando su profesor encargado tuvo la sensatez de salvarnos de la intemperie, invitándonos a utilizar una parte del espacio de esa casa para que pudiéramos seguir ensayando.

Nuestro grupo, surgido básicamente de la fertilidad creativa del barrio (muy presente en los 8 adolescentes que aún éramos), pudo así continuar existiendo. El grupo Autana terminó, además, dándole vida y sentido a ese solitario taller.

Así fuimos logrando “un sonido” entre esas paredes, bajo ese techo. Gracias a la música original que allí fuimos creando, el taller se hizo muy popular en Caracas y atrajo entusiastas de todas las parroquias musicales de la capital, terminando por convertirse en todo un “movimiento”.

Nadie hubiera podido imaginar que algún día todo esto no sería reconocido como la voz legítima de una resistencia cultural incontestable. La sorpresa vino, sin embargo, cuando diez años más tarde (¡DIEZ AÑOS MAS TARDE!) el Conac se decidió a inspeccionar, en un tardío reflejo de ineficiencia, lo que allí venía sucediendo.

Obviamente, a este organismo le molestó mucho que allí todo ocurriera a sus espaldas (a espaldas de quien jamás húbose dignado dar una vueltica por el barrio). El "inspector de la cultura" enviado por el Conac se encontró con una sólida aglomeración de talentos y trabajo musical que, sin ánimos de presunción alguna, empero excedía las expectativas y entendimiento de cualquier funcionario -por muy “oficial” que este fuera.

La ceguera y mediocridad institucionales, como era de esperarse, inmanentes a todos los organismos del Estado por aquella época, quedó demostrada una vez más.

Digamos que el Conac, aparte de sus pre-decididas intensiones de “limpieza” al respecto, se “picó”. No pudo digerir que nuestra labor fuese una iniciativa totalmente independiente, que no estuviese producida ni gerenciada por sus directores. Nuestra expresión popular y espontánea escapaba sin duda a la diplomada intuición de estos supuestos benefactores y arquitectos de la “cultura nacional”.

Nuestro hiperclaro Consejo Nacional de la Cultural, en lugar de percibir el “fenómeno” como algo interesante y representativo de la potencialidad creativa de nuestra gente, prefirió vivirlo como un hecho insoportable. Es así como el Conac (en vez de apoyarnos, de ver lo que nos faltaba, de buscar la forma de integrarnos a algún plan de apoyo cultural) decidió un día cerrarnos el taller... y demoler la casa!

Por mucho que pueda sorprendernos esta historia, eso fue exactamente lo que ocurrió. De nada valieron las muchas quejas, firmas, artículos de prensa y conciertos que respaldaron a nuestro grupo y a la labor educativa allí desempeñada durante años: la eliminación del taller se convino a puertas cerradas en el Conac y la demolición tuvo lugar.

Se trata de un funesto episodio que, como resulta evidente, ya no sólo describe lo que en aquella época fue una reiterada falta de apoyo a la cultura -especialmente a la expresión creativa popular- sino un burdo y deliberado ataque contra la misma.

Nuestro grupo sufrió gravemente y poco después desapareció. Durante diez años allí creamos música, ensayando al menos cuatro veces por semana, lo que equivale a un mínimo de casi 2.000 ensayos! En suma, fue una labor de auto-formación musical, de investigación, de creación, espontánea, inventiva; pero siempre desasistida y finalmente pisoteada por el organismo gubernamental encargado precisamente de apoyar este tipo de manifestaciones.

Autana nunca grabó un disco, nunca tuvimos los medios para ello, ni nadie nos los ofreció; seguramente porque nuestra música no era comercial. Era la consumada antítesis del fenómeno Daiquirí. No amenizaba, no era objeto de consumo. Nuestro único credo era la música misma. Todavía es un misterio cómo nuestro baterista se las arregló para disponer de un único par de baquetas durante dos años.

Tocamos, eso sí, en cientos de eventos no remunerados, a beneficio de hospitales, parroquias, en protestas, en apoyo de causas sociales, en universidades, calles. Cualquier músico caraqueño de los ochenta puede hablar de nosotros, o ha oído hablar de nosotros.

Nuestra experiencia fue extremadamente fértil y tuvo mucha influencia en el medio musical “underground” caraqueño entre los años 1977 y 1987. Un gobierno responsable y cabalmente preocupado por la cultura del pueblo que lo eligió hubiera tomado nota de esto (a través de sus organismos culturales) y provisto con premura las bases materiales para que aquello siguiese floreciendo. Pero qué sordos, qué ciegos los nuestros.

Detectar y proteger manifestaciones artísticas espontáneas como esta ha de ser una de las labores fundamentales de todo Gobierno, no precisamente ignorarlas, ni mucho menos "desaparecerlas".

Existen varias tesis de grado en la UCV donde se habla de la experiencia de nuestro grupo, el Autana. Pero para eso quedó, para archivo de investigadores. Aparte del carácter único en el país del repertorio musical creado por nosotros, fue en ese taller donde se formó un valor nacional como lo es Orlando Poleo (hoy reconocido mundialmente), y donde luego se formaron centenares de percusionistas venezolanos, hoy profesionales.

Fue allí donde muchos grandes músicos del Caribe de visita en nuestro país impartieron seminarios, invitados por nosotros;

donde se gestó el grupo Xabañón (primer grupo de fusión contestatario capitalino);

el Cuarteto de música Creativa de Pablo García y Antonieta Colón (entonces único ejemplar de etno-free jazz en el país);

nuestro propio grupo Autana (premio Mejor Grupo Experimental del 1er Festival del Movimiento Musical Afrocaribe, organizado por Héctor Castillo en el Nuevo Circo de Caracas);

o donde también se formaron o participaron músicos de trayectoria nacional e internacional como lo son Javier Plaza, Gerardo Rosales, Néstor Pérez, Yecy Ramos, Raúl Bolívar, Orlando Blanco, Alberto Borregales, José Chelo, Miguel Urbina, José Martínez, Armando Camejo, Octavio Cabrera, Valerio del Rosario, Ricardo Chitty, Jesús Manzanares, José Luis Sánchez, yo mismo y tantos más.

Un lugar, eso sí, donde nunca hubieron drogas, pero tampoco material inmobiliario (sillas, mesas, pizarras) ni equipo utilitario alguno que suministrase el Conac (mucho menos instrumentos, cueros, cuerdas). Es así como este organismo ponía a prueba, por aquel entonces, su homérica inadvertencia.

Todo esto signa emblemáticamente la situación en que se encontraba entonces nuestro país. De hecho, sólo un año después del cierre del taller acaeció el “Caracazo”. Ya yo me había ido a Europa, decepcionado ante el vacío forzado en que quedamos los ex-Autanas. Aquí, en Europa, con mi instrumento me recibió la calle.

Dejar mi país no fue una partida de aventura, sino un lanzamiento a un vacío incluso peor, completamente ajeno a la matriz cultural y musical en que me había formado. Pero a los 25 años y sintiéndose “echado” de su propia tierra, uno no puede más que asumir el reto fatal impuesto por otras.

Viví cinco años en Alemania, cuatro en Grecia, y ya llevo 10 en Francia. Es rigurosamente importante comprender que esta "internacionalización" de este servidor está muy lejos de ser un periplo de conquistas: el interminable exilio cultural que en cambio es, estuvo originalmente determinado por el indescriptible barbarismo de nuestros gobiernos.

Si en aquel entonces hubiésemos tenido a alguien como Chávez -ese Copérnico del siglo XXI- ninguno jamás hubiera dejado el país.

Sépase que uno termina dando vueltas, en este Viejo Mundo, en torno al fantasma de una substancia que sólo existe en su propia tierra. Esta substancia se llama patria. Los años y la distancia sólo la afianzan, y con estos maduran nuestros orígenes.

Es algo que debería llamar a la reflexión, de manera general: Esa forzada y desconocida "emigración cultural" sufrida por nuestro país durante los últimos años de la IV República, es un tema aún inabordado dentro de la V.

Hoy en día Venezuela tiene otro semblante, y la baña una luz internacional. Imagínense los sentimientos que despiertan en un emigrante al verla de pronto renacer a lo lejos: la esperanza, la ambición por un sano desquite son grandes. Por primera vez da la impresión que nuestra historia de artistas venezolanos emigrantes, o virtualmente en destierro, pudiera ser tomada en cuenta como parte de la realidad nacional.

Espero no equivocarme.

Tenemos el sentimiento (incluso el resentimiento) de que el país tiene una deuda moral con nosotros. Nuestra iniciativa musical en Sarría está ampliamente documentada (incluso a nivel académico), así como que todos en el grupo Autana fuimos víctimas de un burdo atropello por parte del Conac.

Hoy corresponde al Gobierno Bolivariano, en honor a nuestra excelentísima Constitución, restituir el sentido común, humano, digno del país; sanar sus heridas, reparar (porque son reparables) los daños causados por otros gobiernos (¡sí, esta es su virtud!), así como conjurar los vicios y crímenes de nuestro antiguo bipartidismo puntofijista mediante la “desimpunisación” de todos sus frívolos agentes.

Se trata por mi parte de una exigencia al país en tanto que artista venezolano, representante suyo en el extranjero por 19 años, donde he siempre he logrado, a pesar de todo, honrar su nombre. El Consejo Nacional de la Cultura tuvo la ocasión de enviarnos a muchos al extranjero, y no precisamente con una beca, ni una bolsa de trabajo, sino con un puntapié.

Por eso mi actual reclamo de REINTEGRACION DIGNA al país, basado esencialmente en el perjuicio infligido a nuestro grupo Autana, y por mi labor ininterrumpida de representación cultural en el extranjero durante casi dos décadas (ver www.myspace.com/xpadilla), viviendo miserablemente y sin patria.

Como todos bien lo sabemos, la cultura es un asunto serio, la razón misma de ser de un país.

xavierpadilla@9online.fr


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Fernando Xavier Padilla Delgado


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Xavier Padilla

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