15-04-16.-En las colas de Farmatodo no hay democracia, pero sí despotismo de algunos y desconsideración de otros.
Son las 5:05 am y una mujer que ocupaba el último lugar en la fila frente al Farmatodo entre las esquinas de Muñoz a Marcos Parra, en El Silencio, respondió con tono altisonante a la consulta habitual del que llega de último: “Sí, es aquí. Para que lo sepa, delante de mí va una señora y detrás va mi hermana”, aclaró con cara de pocos amigos.
La respuesta es precisa como para que nadie se equivoque.
Sin embargo, más tarde, ya más amigablemente dijo que venía del kilómetro 8 de El Junquito y que ella se llamaba Mary Carmen y que su hermana estaba en el Farmatodo de Metrocenter de Capitolio.
“De esto se trata, de marcar la cola”, comentó.
Este término se usa en las colas para identificar el lugar donde se coloca el que tiene por oficio el bachaqueo.
Consiste en hacerlo en varias colas de comercios de forma simultánea y funciona con un “cuídame un ratico aquí, que estoy allá abajo haciendo la cola”. Al que le toca, debe guardar el puesto de quien marca.
Los primeros en Farmatodo, (Farmacia Congreso) son 25 vecinos de los edificios de las esquinas Solís, Muñoz, Marcos Parra, Pedrera y Piñango más arriba en la avenida Baralt .
Quien me precedía, escribía un mensaje en su celular: “No te vayas a salir de la cola. Avísame cuando abran en el Farmatodo”.
Rápidamente se activa el olfato: aquí hay un control, se piensa.
Un cafesero va gritando tras salir del edificio Oficentro al lado de Farmatodo: “Café negro, con leche, malojillo”.
A esa hora había alrededor de unas 200 personas en la cola, algunas de ellas conversan entre sí.
Otras cruzan la calle para también marcar su cola y poder comprar en el comercio de dueños asiáticos llamado Comercial Centro Centro, entre las esquinas de Marcos Parra a Piñango, quienes abren sus puertas a las 9:00 am.
El ir y venir del cuido de la cola entre Farmatodo y Centro Centro dinamiza la calle. Mujeres y hombres de todas las edades se dedican a lo mismo. Cada quien cuenta su historia y el cómo llegó allí.
El celular se convierte en una gran herramienta para estas personas, pues la red informativa se activa y todos saben lo que pasa en cada Farmatodo en tiempo real.
La llegada es tempranera
A la mitad de la fila, en espera, está un hombre de edad avanzada que mostraba en su antebrazo el número 70. Contó que cuando él llegó eran las 3:00 am y se formó un despelote que procuró un orden númerico. “Por supuesto a esta hora eso ya no vale. Aquí gana el más vivo que está adelante”, dijo resignado.
Una mujer de unos 30 años de edad, trajeada con suéter y una manta tipo cobija llama la atención.
Al ser consultada, respondió que el atuendo es necesario porque está allí desde las 9:00 pm del día anterior.
—¿No te da miedo amanecer solita por aquí?
—No. Yo vengo con varias personas y me quedo en cartones en los banquitos.
Que ella respondiera, fue un poco difícil. Pero a su lado estaba otro grupo de muchachas que en forma de cháchara contaban: “Seguro te vas a dormir, no te vamos a traer más”.
Esa expresión denotó que había un uso y costumbre en madrugar para comprar y que venían de cualquier parte de la ciudad.
Ellas y otras personas de la cola se acompañaban de bolsos. Algunos de flores, rayas, pepitas y unicolores, pero todas con una intención: guardar las compras sin que su contenido llamara la atención.
Es un modelo
Al regresar al puesto, seguro el número 200, una joven manifestó que en Vargas el bachaqueo es singular al del centro.
“Un día llegué tarde y había mucha cola en el Farmatodo de La Lucha y una mujer me dijo: “No te salgas, tengo un número. Tú me das 500, la leche y los pañales y lo demás te lo quedas tú”. Sorprendida le contestó: “Necesito los pañales y la leche” y respondió brava: “No me sirve”.
Enardecida al recordar, refirió que los bachaqueros revenden la leche en mil y los pañales en dos mil 500 bolívares, cuando su valor no alcanza los doscientos bolívares.
Entre tanto Mary Carmen se notaba inquieta y a través de su celular insistía en que su hermana no se saliera de la cola que hacía en Capitolio.
Mientras, relató que se podía comprar en los dos Farmatodos, siempre y cuando se hiciera dentro de las dos horas siguientes porque ese tiempo es el que tarda la máquina en cruzar la información de la compra.
Y explicó la técnica: “Si compro aquí primero, me da tiempo de bajar y comprar allá antes de que me registren la compra por sistema”.
Parecía absurdo, pues si todos sabemos que la captahuella registra y bloquea al usuario, eso no podría suceder. Pero sí ocurre.
Los cartoneros
Dormir en las adyacencias de los cuatro Farmatodos y comercios de las esquinas de la Baralt, parece ser costumbre de los bachaqueros.
Josefina (quien prefirió omitir su nombre verdadero por temor a represalia) reveló que se trata de gente que puede venir al centro desde Antímano, Caricuao, Catia, La Guaira y hasta Charallave.
“El sitio para concentrarse, planificar y hasta dormir un rato en cartones antes de venir a hacer la cola, es la plaza Baralt. Ellos se vienen en la madrugada y se apoderan de la cola y no dejan que más nadie esté adelante. Tienen jodido a todo el mundo”.
Esto ocurre luego de que se relajan los mecanismos de seguridad en la zona. Lo mismo pasa en la plaza que da a la salida del Metro El Silencio para poder entrar al Pdval de esa zona, acusó la mujer.
Añadió que tras el cierre temporal que le hizo la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde) por faltas graves al supermercado Día Día en la Baralt, quienes se dedicaban a bachaquear allí, migraron a los Farmatodos que han venido expendiendo alimentos.
Mientras tanto, los malestares del trasnocho se soportan con “cafe, café, cigarros, café” que ofrece un hombre a todo pulmón, mientras varios de la cola acceden al servicio para matar el sueño.
Hora de comprar
Un poco antes de las 7:00 am, un hombre, al que muchos identifican como el gerente, salió del Farmatodo con un vaso de avena en la mano y conversó con los presentes.
“Señores, el que no esté ordenado, no entra. Aquí no tengo compromisos con nadie, aunque suene feo. Yo estoy para que se venda todo y con orden”, advirtió.
Él está solo y comienza un tumulto a acercarse para hacerle todo tipo de preguntas.
Para comprar pañales, se requiere la partida de nacimiento original y para la discapacidad, el carnet, dijo el hombre a los presentes en la cola especial para este sector.
La alegría se acerca, pues al abrir se supone que la cola avanzará, pero no fue así.
Un alboroto aparece de pronto, porque los más valentonados de la cola no aceptan que los 25 primeros, todos vecinos de la zona con carta de residencia en mano, pasen al abrir.
Solo después de la gritería, silbidos y algunos improperios en bajo tono de la gente que parecería que se iban a tragar vivo al gerente, llegó la Policía Nacional Bolivariana y puso el orden, no sin que antes pasaran unos cinco coleados que exacerbaron los ánimos.
“Hay mantequilla, leche maternizada, pañales, salsa de tomate, jabón de baño, champú y margarina”, avistó un hombre en silla de ruedas que ingresó al lugar.
El último apuro
Adentro está una funcionaria de la Sundde comprobando con la partida de nacimiento que la madre del niño sea la que compre los pañales.
Los demás deben recibir el contenido del combo, pagar y salir.
Quienes habían marcado la cola en los otros Farmatodos, se dedicaron a presionar a los cajeros del establecimiento con murmullos como: “Mueve la mano, mueve la mano”.
El interés de esto lo expresó una mujer con tono de nerviosismo tras ser avisada telefónicamente: “Ya me toca comprar en Farmatodo de Capitolio y esta gente es lenta”.
A las 8:40 am, ya para entrar, Mary Carmen le dejó su puesto de la cola a su hermana.
Manifestó: “Agarré dos Colgate Total, porque ya pagué dos en el Farmatodo de Capitolio, pero de la caja roja”. Al cancelar, la máquina no la rechazó, la compra simultánea se hizo efectiva.