La primera noción firme que tuve de Uruguay fue a través de mi amada e inolvidable madre María Yolanda (quien, por cierto ayer cumplió 20 años de luz y siembra). Madre era maestra, y tuvo que explicarnos muy bien a sus hijos aquello de que Uruguay era la Suiza de América, así como nos tuvo que explicar que Caracas era la Sultana del Ávila. Y es que en mi geografía de tercer grado no había entrado Europa. Al poco tiempo se hizo recurrente en los periódicos el nombre de Punta del Este, muy vinculado a los de Venezuela y Cuba. Y entonces ya mamá nos explicó otras cosas…
Jamás había visto a un uruguayo, (en mi infancia nunca fueron abundantes los latinoamericanos por acá) y bendito Dios, los dos primeros que vi… fueron músicos: Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglieti. Verlos a ellos fue ver dibujado en un canto el mapa del pequeño país que está arruchadito entre las giganturas de Brasil y Argentina, airoso.
También una noche en Maracaibo, poetas y cantores de ese tiempo sintieron saltos en el alma: “Becho, sí, el de ’El violín de Becho’ llegó a vivir aquí… está exiliado…” y todo se decía muy bajito como para que nadie lo alcanzara a él, el violinista libertario… Debo confesar que en silencio me volví fanática de los Tupamaros y que fue una odisea conseguir aquel disco: “la estrella roja de cinco puntas amaneciendo la dignidad”. Con el tiempo vine a descubrir que no era yo sola la que recitaba aquello de “alcancé la estatura de amarte a quema ropa”.
Negro Oriental
El impacto más grande, eso sí, en mi uruguayidad fue cuando conocí a aquél músico gigante (literal) y negro, con aquél enorme tambor, y me dijeron: “es de Uruguay”. Y mi sorpresa por aquello que mi mamá no me dijo: “¿Y en Uruguay hay negros?” pues sentía que perdíamos exclusividad. Después de escuchar a Rubén Rada y de conversar con él en el marco de un Festival de Varadero, Uruguay se convirtió para siempre en una brisa alegre. “Si te gusta comer manzanas/ son mas frescas por la mañana…”. Y luego, en mi patria, en Caracas, el mismo tambor de Rada, en las manos de la primera Murga que por primera vez muchos venezolanos veíamos, creyendo entonces que una murga era sólo cosa de Héctor Lavoe y Willie Colón, y de Panamá. Y “Los Olimareños” llenando de canciones el Teatro Nacional antes de regresar a su tierra del río Olimar.
Y recuerdo a Azucena Correa, elegante siempre, aún haciéndonos sudar con la Gimnasia sueca con la que se ganaba la vida cuando llegó a Venezuela, una exiliada más, con el llanto escondido.
Luego todo ha sido como más ligero y familiar desde que esa bendición que es el centro uruguayo-venezolano abrió sus puertas para que fuéramos a escuchar tangos y milongas, a deslumbrarnos con el candombe y las murgas, a comer sabroso y a compartir las esperanzas. Allí vimos por primera vez a lo que es hoy “Lloviznando cantos”, y a Roger Garcés, que jurábamos que era de Montevideo y resulta que era de acá y psicólogo, y allí quien les escribe ha cantado sones y guajiras, no con la solvencia de Canelita, pero ahí vamos…
Allí, en el Centro Uruguayo pudimos conversar otra vez con Rubén Rada en lo que sigue siendo su más reciente visita a Venezuela en 2002. Ya tiene disco nuevo en estos días…
Y con premio
Y ahora resulta que Uruguay ha convocado a sus hijos ausentes, justo en el momento en que uno de ellos se alza con un Oscar respondón.
Jorge Drexler es uruguayo, otorrinolaringólogo, de 40 años de edad, y reside en España desde 1994. Este hombre imaginamos que se sorprendió como todos al escuchar a Antonio Banderas, quien por muy acompañado de Carlos Santana que estuviera, quiso adjudicarse, por interpretación, el espíritu de una letra que nunca le va a calzar. Los rancios de la Academia, en clara concesión al mercadeo, habían negado a Drexler interpretar su tema, “Al otro lado del río”. Y Drexler ganó. Se paró, caminó sabroso hacia el escenario y ante la complacencia de todos (menos del jurado y de Antonio Banderas, claro) entonó el estribillo de su creación. Y todos entendimos su llamado de atención acerca del respeto que merece un autor frente su obra. América mestiza toda, le aplaudió.
Esta Cota es para la amabilidad que han sido los uruguayos en mi tierra. Pero por encima de todo esta Cota es para rendir tributo a los músicos de esa nación y a Alfredo Zitarrosa, el extraordinario poeta y cantor, voz de su pueblo, nacido el 10 de marzo de 1936 en Montevideo, y fallecido, para dolor de todos, en 1989, quien debe estar despojándose de la nostalgia y la utopía para mirar feliz desde lo alto los nuevos bríos de su tierra Oriental.
“Festeja Zitarrosa, que ese triunfo es tuyo”
Recuadro
El Violín de Becho
Becho toca el violín en la orquesta
Cara de chiquilín sin maestra
Y la orquesta no sirve no tiene
Mas que un solo violín que le duele.
Porque a Becho le duelen violines
Que son como su amor chiquilines
Becho quiere un violín que sea hombre
Que al dolor y al amor no los nombre.
Becho tiene un violín que no ama
Pero siente que el violín lo llama
Por las noches como arrepentido
Vuelve a amar ese triste sonido.
Mariposa marrón de madera
Niño violín que se desespera
Cuando Becho lo toca y se calma
Queda el violín sonando en su alma.
Vida y muerte, violín, padre y madre
Canta el violín y Becho es el aire
Ya no puede tocar en la orquesta
Porque amar y cantar, eso cuesta.
(Alfredo Zitarrosa. Uruguay)
Recuadro
Querido Alfredo
Dejabas en mi sangre tanta estela
de estrellas y cometas compañero,
que a veces me parece que titilan
en brillo y en tibieza mil luceros,
que me acompañan y en el camino
van señalando nuestro destino.
destino de seguir tu mismo vuelo,
amado amigo, querido Alfredo.
Te escribo en estas alas fulgurantes
de colibrí lustroso y trashumante.
Seguro que en la tierra donde duermes
recibirás la carta de este insomne,
que te reclama con su recuerdo
para que vueles desde tu cielo,
y cantes victorioso como el viento.
Amado amigo querido Alfredo.
Descubrirás que no hablo del pasado
la vida ya ha guardado nuestra historia.
Te cuento solamente cuanto extraño
tu voz y tu guitarra con memoria.
Aquí tu pueblo sigue soñando
que habrá un mañana querido hermano.
Aquella primavera que esperabas
amado amigo, querido Alfredo.
(Por Víctor Heredia. Argentina)
lilrodriguez@cantv.net