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"Maja Mía" (Editorial "Nosotros Mismos", 1000 ejemplares, Caracas, 2024, 665 páginas, 360 pies de páginas, 31 fotografías). Trabajo que trata de la vida de la madre del autor (Ernesto Villegas Poljak), la señora Maja Poljak, el cual se desenvuelve en varios planos (paralelos unos, convergentes otros) que engloba aspectos políticos (nacionales e internacionales), sobre el nuevo orden producto de la Segunda Guerra Mundial; sobre nuestra cultura, economía e historia, todo ello, como digo, en un animado entretejido y planos, en el que va transcurriendo la vida de Maja y la de su padre, el dirigente sindical, Cruz Villegas: "De los Balcanes al Caribe", "Humanidad en el holocausto", "Cruz antes de Maja", "Romance de redacción", "El marzo intenso de 1944", "El colchón y la dinamita", "Injerencia y selva", "Maja Mía". Con presentaciones de Elsie Rosales, Vladimir Acosta, Adriana Oviedo, Pablo García Gámez y Luis Alberto Crespo.
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Ante todo, he de decir que soy un apasionado de los libros que tratan sobre nuestra historia patria, memorias, tradiciones o literatura, y casualmente ocurrió que me topé con esta obra de Ernesto Villegas Poljak (Maja Mía), en visita que hacía a Humberto Martínez, director de la imprenta de Mérida (IMMECA), viejo paisano guariqueño, incansable lector y a quien me une la pasión por los libros y la política (nos hicimos comunistas siendo unos chamos). Humberto ha logrado armar una de las más grandes bibliotecas públicas de Mérida, con más de cinco mil libros. Cada semana me acerco por IMMECA para compartir cafecitos, rememorar la década de los sesenta y revisar libros, y es allí cuando, como digo, encuentro que mi paisano está embebido en este último libro de Ernesto Villegas Poljak. Lo lleva por la página 353, en el capítulo "Batista agasajado en Caracas". ¡Batista! No sabía que había estado en Venezuela. Comienza Humberto por referirme algunos párrafos que ya lleva subrayado, le escucho atentamente, y en sabiendo él mi afición por cuanto tenga que ver con la historia de Venezuela y en especial por el Partido Comunista de Venezuela, PCV, me refiere que Maja Mía contiene datos y hechos muy interesantes sobre Juan Bautista Fuenmayor Rivera (quien vivió 93 años), Luis Miquilena y los hermanos Machado. Humberto Martínez (quien ya lleva 86 años consumidos en batalla, quien se mantiene activo en todas aquellas pasiones de juventud, además firme como un roble, hecho con el mismo material de ese otro guariqueño, su amigo Fernando Soto Rojas…); fue Humberto, dirigente del PCV, luchó en la clandestinidad en los años sesenta, tuvo contacto con las guerrillas de entonces siendo un singular testigo de los terribles años de la represión adeca. Fue muy amigo del famoso Comandante Pablo, otro guariqueño (el guerrillero Juan Vicente Cabezas). Humberto nació en mi pueblo, Las Mercedes del Llano, donde mi familia vivió varios años, y donde mi hermano Argenis intentó fundar el Frente Guerrillero de los Llanos. En Las Mercedes del Llano, Argenis fue detenido a principios de los sesenta, para luego ser trasladado a un calabozo de la DISIP en San Juan de los Morros. Le digo a Humberto: "-Lo siento estimado, de momento te quedas en la página 353, porque pasará a otras manos, sólo por una semana". Humberto se somete a las reglas de nuestros usuales cambalaches, aunque accede con cierta reticencia. Resulta que dicha expropiación habría de prolongarse por mucho más tiempo: dos largos meses. Para compensarle a Humberto tan dolorosa interrupción, le entregué a cambio una obra sobre el maestro del Libertador, "Espejo de Justicia – Esbozo psiquiátrico social de don Simón Rodríguez", una joya escrita por Arturo Guevara, cuya publicación fue ordenada por Laureano Vallenilla Lanz, en 1954.
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BÁSICAMENTE, en la ficha elaborada sobre la obra de Villegas (suelo hacerles fichas a los libros de mi interés), me concentraré básicamente en el tema que compete a la historia reciente de Venezuela. Esta obra de Villegas no requiere para nada de los anexos que yo le comento en algunos de sus secciones o capítulos, porque diría que ella en sí misma es "autocontenida" (self content). No tiene por qué ser tan explícita y detallada, porque de hecho se explaya con suficientes argumentos en todo su desarrollo, para recrear el ambiente de la época, los conflictos internacionales que incidían en nuestra vida política, los personajes vitales que se relacionaron con su madre en el mundo de aquel incipiente periodismo de izquierda con todas sus dificultades y contradicciones. Comenzaré por tomar nota de un hecho significativo, que en nuestro país poco se ha debatido o comentado y es cuando Villegas escribe que Venezuela "proveía el 60% del petróleo consumido por los países aliado en la guerra (Segunda Guerra Mundial) en Europa y África" (pág. 60). Esto, insisto, es algo que deberíamos saber los venezolanos: que casi todo el combustible para los aliados, para movilizar tropas blindados, aviones, tanques, trasportes, en esa gran guerra, fue suministrado por Venezuela. Y que, a cambio, no recibiríamos absolutamente nada. Ni las gracias. También se hace referencia sobre la identidad de personas y empresas alemanas, que requería Washington para que fuesen implacablemente perseguidas por los gobiernos latinoamericanos. Aquí notamos, que el verdadero conflicto de Washington con Hitler no era de carácter ideológico sino sobre el control económico del planeta (como también el autor lo destaca en su obra), porque en el fondo Washington y Londres admiraban las ideas del monopolio comercial del mundo, de los planes guerreristas, racistas y supremacistas de Hitler, lo cual hemos podido comprobar que es así, con creces, durante todo el avance del resto del siglo XX y lo que va del XXI. Esta aseveración se pone de manifiesto cuando Hans Dieter Elsching "aseguró que la lista (negra, proclamada por EE UU) fue hecha principalmente con el propósito de eliminar la competencia comercial alemana, minar sus negocios u obligar a sus dueños a ventas forzadas por einen Apfel und ein (una manzana y un huevo), cosa que se logró con éxito en muchos casos" (pág. 79).
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En cuanto a la sección ¿Cómo veía Hitler a Venezuela?, me permito añadir (en esta misma línea de investigación), que conservo una obra extraordinariamente rara, con el título "IBERO-AMÉRICA Y ALEMANIA", publicada por los nazis en 1933 por Wilhelm Faupel, Adolfo Grabowsky y M. Cruchaga Ossa (Cónsul General de la República de Chile en Berlín), Karl Heinrich Panhorst y el Barón Werner v. Reinbaben. Aparecen, encabezando el índice, el discurso de Adolf Hitler, el 17 de mayo de 1933 ante el Reichstag. Sobre Latinoamérica, encontramos los siguientes trabajos: "¨Principios políticos de la Argentina", "Las ideas pacifistas del Libertador Bolívar. Desarme e igualdad política de los Estados", escrito por Federico Nielsen-Reyes. También, "México y Alemania en la nueva economía del mundo", "El actual intercambio cultural entre Iberoamérica y Alemania", "Posibilidades del desarrollo comercial entre Iberoamérica y Alemania", "Alejandro Humboldt e Iberoamérica", "La participación de los alemanes en la liberación de América del Sur", "La acción de los alemanes en la exploración geográfica de Iberoamérica", entre muchos otros trabajos. Obsérvese el énfasis que ponen en hablar de IBEROAMÉRICA. Un libro, pues, que pongo a la orden de todos aquellos interesados en este tema.
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En el trabajo de Ernesto Villegas, aparece una amplia información sobre las actividades nazis en Venezuela, que yo desconocía, nombres que nos son familiares como, por ejemplo, la Casa Boulton, Gustavo Zings, algunos de los cuales llegaron a encabezar la lista negra de Estados Unidos en Venezuela, "debido a sus presuntas vinculaciones con el nazismo" (pág. 76). Refiere Villegas, que había especie de clubes alemanes nazis, que actuaban con fachadas deportivas y culturales. Que "un alemán de apellido Heidenriech, propietario de un café en Maracaibo, estaba emparentado, por la vía de su esposa, con Hermann Göring" (pág. 77) y que "el jefe de la Gestapo en Maracaibo, Hans Friedrich, fue también jefe de un departamento de la Casa Zings." (pág. 77). Que en "el organigrama aparecieron Max Paschen y otros empleados – Hertz y Marwege – de la Casa Blohm en Ciudad Bolívar… en los Andes los jefes nazis de mayor jerarquía fueron Gregos Gudel, de la Casa Blohm y Theodor Schuttze, jefe de la Casa Steinvorth" (pág. 77).
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La señora Maja Poljak (madre de Ernesto Villegas) llega a Venezuela, por Puerto Cabello, en abril de 1943. Tomaron el tren a Valencia cuya máxima velocidad era 20 km por hora, lo cual quiere decir que cubriría el trayecto hasta Caracas en unas once horas, atravesando 86 túneles y 182 viaductos. Es decir, que todavía para esa época contábamos con trenes, en este caso creo que estamos hablando del mismo tren que trasladó a Cipriano Castro y Manuel Antonio Matos, de Valencia a Caracas. El trayecto de este tren culminaba en la estación Central de Caño Amarillo, y de aquí se conectaba con el "ferrocarril inglés" el cual a su vez se dirigía a La Guaira (pág. 101). Observa Villegas: "Para beneficio de la industria automotriz estadounidense se implantó la cultura del automóvil en Venezuela apoyada en la abundancia petrolera" (pág. 102). Y hacemos la acotación, que uno de los que estaba firmemente con esta política era el escritor Arturo Uslar Pietri, aliado permanente de las decisiones en este sentido de Estados Unidos. Es decir, Uslar Pietri nunca estuvo de acuerdo con que en Venezuela se creara una poderosa red ferrocarrilera.
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En 1934, nos encontramos, leyendo esta obra, que Benito Mussolini presidió la develación de una estatua de Bolívar en Roma (pág. 152). Una obra del escultor Pietro Canónica, donado a la capital italiana por los Gobiernos de los países bolivarianos (Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela), con ocasión de su muerte en 1830 (pág. 152). El encargado de dar el solemne discurso ante esta estatua fue nuestro embajador Caracciolo Parra Pérez. "El Duce les respondió: "Las elevadas palabras pronunciadas por el Sr. Parra Pérez ya os han dicho, señorías, la importancia de erguir bajo el cielo de Roma un solemne recuerdo del puro héroe americano, Simón Bolívar" (pág. 152). Poco después, refiere Villegas, "Mussolini concedió una entrevista al embajador Parra Pérez, quien acudió acompañado de Laureano Vallenilla Lanz, representante diplomático de Venezuela en Suiza y Francia" (pág. 152). Laureano tenía a su hijo Laureano Vallenilla Planchart estudiando en Suiza, quien llegaría a ser super ministro de Marcos Pérez Jiménez. Recalca Villegas, que Vallenilla Lanz, padre, "se quejaba por el elevado componente indígena y africano entres los venezolanos, el cual justifica, según su óptica, la política de inmigración selectiva vigente en Venezuela desde el siglo XIX" (pág. 153). Y luego añade el autor: "El escritor Arturo Uslar Pietri escribió en 1937 contra la inmigración de negros antillanos y de "raza coolie", es decir caribeños mezclados con inmigrantes de la India… El inmigrante que Venezuela necesita – arguyó Uslar Pietri- es principalmente el europeo, que representa un mejoramiento (sic) de nuestra raza y a nuestra situación económica y social que, junto con la capacidad de trabajo de su brazo y sus conocimientos técnicos, trae saludables costumbres civilizadas, un más alto nivel de vida, hábitos higiénicos y educacionales, y el fermento de una noción más elevada de dignidad humana y de la vida civil" (pág. 154).
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La madre de Ernesto Villegas llegó a trabajar en "Últimas Noticias" con notables periodistas de la época como Ana Luisa Llovera (apasionada defensora, en un principio, de la Revolución Cubana) y María Teresa Castillo (esposa de Miguel Otero Silva, también gran amiga de Cuba revolucionaria), igualmente, Pomponette Planchart, Josefina Calcaño y Carmen Clemente Travieso. Pero esencialmente, el trabajo periodístico de Maja, lo ejerció en el semanario Aquí Está, órgano del Partido Comunista de Venezuela, el cual funcionaba de manera ilegal durante el mandato de Isaías Medina Angarita (pg. 273). Vemos, en esos ardores revolucionarios de la época de Medina, activistas y periodistas destacados como Guillermo García Ponce, quien subrayó los trabajos de Maja (quien firmaba con el nombre de María Vera) sobre "las atrocidades del fascismo y la heroica resistencia de los pueblos" (página 275). Entonces, García Ponce llegó a imaginarse que María Vera era una corresponsal de guerra que enviaba sus escritos probablemente desde Europa (página 275). Sorpresa se llevó García Ponce cuando un día, al entrar en la oficina de Ernesto Silva Tellería vio a una "joven esbelta, pelo rojizo, casi corpulenta, de alegre semblante, que conversaba con Juan Bautista Fuenmayor y otros dirigentes del partido" (página 275). Es cuando Vera muestra admiración por Juan Bautista Fuenmayor.
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En la sección "Tres grandes en Teherán" (pág. 288), nos encontramos con un texto, de vital importancia y relevancia para los hechos geopolíticos de esta época, pues en la Carta del Atlántico, Roosevelt y Churchill a bordo del USS Augusta, en agosto de 1941, se habían comprometido a respetar el derecho de los pueblos a "elegir el régimen de gobierno bajo el cual han de vivir" (pág. 289). Añade Villegas que aquella carta significaba que los pueblos podrían, en lo adelante, optar por el socialismo sin temer represalias de las potencias capitalistas (pág. 289). Un hecho que cuadraba perfectamente con el llamado browderismo, y que a la vez nos hizo deducir, que este Secretario general del Partido Comunista de EE UU, Earl Browder, era una especie (adelantada) de agente encubierto, de la Oficina de Servicios Estratégicos (en inglés, Office of Strategic Services), OSS, de la época. Se ve, entonces que, en parte, Earl Brown fue el culpable de la desviación política que se produciría en Juan Bautista Fuenmayor al procurar una posición entre los comunistas venezolanos más ecuánime y comprensiva hacia el imperio norteamericano. En cierto modo el browderismo llegó a producir cierta alucinación entre varios de nuestros camaradas hasta hacer creer que el socialismo pudiera convivir idílicamente con el feroz imperialismo, algo, según míster Earl, que se lograría una vez que fuese derrotado Hitler. Browder, era presentado en notas en Aquí Está, por la influencia que en este medio ejercía Fuenmayor, mentándolo como "el más insigne dirigente marxista del hemisferio occidental". Fue con su extraño proceder moderado, ambivalente, ambiguo y bastante dudoso, quien comenzó a imponer la tesis de "que había dejar atrás la denominación de Partido Comunista y presentarse con nombres más potables para clases sociales distintas al proletariado" (pág. 289). Ya el hecho de asumir que lo del comunismo se presentaba como "una plaga social" y optar por lo tanto camuflarse con otros nombres para no causar "horror", "pánico" o desconfianza en los pueblos, constituía de hecho una grave desviación o error político. Era como aceptar de antemano, que no se estaba seguro de los pasos que se estaba dando ni de los principios de la lucha revolucionaria. Era echar por la borda cualquier ideología marxista. Eran aquellos días de la Guerra Civil española y del auge de Mussolini y Hitler; y cuando estaba de moda encasillar de comunista a todo aquel que combatiera por la libertad y la justicia social. «Los epítetos comunista y bolchevique se lanzaban enérgicamente a la faz de la administración rooseveltiana», escribió Robert E. Sherwood, recordando el panorama político de los Estados Unidos para aquellos mismos días. En la Ley de Defensa Social se establecían penas de encarcelamiento de cuatro a seis años para quienes «por medio de dibujo u otra forma de expresión del pensamiento», criticaran o difamaran «a la organización republicana… o al régimen de propiedad privada».
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Rómulo Betancourt de manera natural comulgaba con la posición browederista, por lo que, por otros caminos, acabó renunciando al Partido Comunista (costarricense). En Costa Rica, como se sabe, era militante comunista y prácticamente dirigía el periódico de este partido; estaba totalmente en contra de esa línea de la III Internacional, empeñada en subordinar toda lucha a la defensa de Rusia. Consideraba que los camaradas venezolanos andaban atrapados y dislocados en una guerra de consignas pequeñoburguesas oportunistas. Que el PCV estaba condenado a ser un grupo sectario, de minoría, incapaz de arrastrar a las grandes masas explotadas que nada saben de parlamentarismo, sufragio universal y demás majaderías demo-liberales, simples tapaderas de la democracia burguesa. Insistía a su grupo de seguidores, que el supremo peligro se encuentra en el yanqui petrolero, que deben darse cuenta del tremendo papel que podría jugar Venezuela, en las relaciones internacionales, manejando con astucia la producción de nuestro oro negro. Entre los puntos más debatidos por los comunistas costarricenses estuvo el asunto de si se debía o no participar en elecciones. Resulta curioso que quien habría de ser el más fanático defensor de las elecciones directas, universales y secretas en Venezuela (lo cual lo obligó, según él, a promover un golpe de Estado contra Isaías Medina Angarita), mantuviese firmemente la misma tesis de su camarada Manuel Mora, en cuanto a que el Partido Comunista no debía ser un partido electorero sino revolucionario.
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Después de viajar a Chile en 1940, Betancourt optó por declararse anticomunista: En esta época, su odio anticomunista alcanzó niveles patológicos. En declaraciones al diario Ahora, con su peculiar estilo dijo: «Rechazo al Partido Comunista con toda la fuerza de mi venezolanismo intransigente, porque su dependencia de Moscú lo convierte en una simple dependencia del Estado Soviético». Le pedía a la prensa, al dar declaraciones sobre este tema, que por favor resaltaran con titulares: RÓMULO BETANCOURT NO ES COMUNISTA, NO ES MIEMBRO DEL PARTIDO COMUNISTA Y NO HA MILITADO NUNCA EN SUS FILAS. Este odio se le iba a intensificar a raíz de un discurso de Medina Angarita en el que atacó a las petroleras. Cuando el presidente Medina pronuncia este discurso está apoyado por la plana mayor de los marxistas de entonces. «Fue algo que alarmó y despertó mucho miedo [...] Y estas circunstancias las aprovechan las compañías para volcarse a favor de la oposición a Medina. Surgen entonces las proposiciones de Betancourt, pidiendo a las petroleras dinero para propaganda y otras cosas. Pide Betancourt también que fueran eliminados los comunistas de los campos petroleros y que fuesen sustituidos por los militantes de Acción Democrática». Los comunistas acusaban a Betancourt de guerrerista porque era obvio su apoyo a la posición del presidente Roosevelt contra el eje. El Partido Comunista alertaba que lo que perseguía Estados Unidos con Venezuela era subyugarla, y «Rómulo Betancourt trata de engañar a las masas para que acudan al matadero que prepara Mr. Roosevelt». Rómulo se enorgullecía de su posición: «Y la mayoría de la población vibraba de júbilo y esperanza al escuchar la voz admonitiva de Franklin Delano Roosevelt…". luego hizo una declaración pública que corrió por todo el continente (sobre todo en el Departamento de Estado norteamericano) en el que anunciaba "NO SOY COMUNISTA". Paso previo para la fundación de Acción Democrática, partido que él sostuvo, sería socialista y antiimperialista, y acabaría girando hacia la extrema derecha. Por lo que Ernesto Villegas, al referirse al caso de Earl Browder, sostiene certeramente: "¿Cómo los comunistas venezolanos iban a adoptar un nombre distinto si su lucha durante tantos años había sido por la eliminación del "inciso sexto" que les impedía reconocer como comunista?" (pág. 289).
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Resulta que, en su falaz y peligroso pragmatismo, Browder llegó a sostener que el odioso "inciso sexto" facilitaba el camuflaje que él sugería, y en tal sentido escribe Villegas: "¿para qué desafiar la prohibición constitucional? Más práctico era crear otra estructura sin ese nombre, si eso facilitaba la política de "unidad nacional" frente al fascismo" (pág. 290). Fue así, agrega Villegas, que el PCV obligado por aquella prohibición constitucional tuvo que crear "partidos fachadas en varios estado para participar en elecciones municipales (Unión Municipal, Unión Revolucionaria, Liga de Unificación Zuliana), que luego confluyeron en una misma estructura de alcance nacional con el nombre de Unión Popular Venezolana (UPV)" (pág. 290).
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SENSIBILIDAD DE MAJA: Por qué vía llega Maja a la necesidad de un cambio, de una revolución socialista, lo podemos apreciar en el cuento de su autoría "Un día Comprenderán", en el que se aprecia, al colocar en voz de la protagonista, una doméstica (o "sirvienta", como se le decía antes) de nombre Ana, lo siguiente:
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Hay que aceptar la vida como es. La gente pobre tiene que estar contenta con lo que tiene –decía a menudo, convencida de la falsedad de cualquier otra filosofía. (pág. 316)
Ana no sabía que ella era la honradez misma y que sus patrones eran todo lo contrario. Pensaba cándidamente que si los musíus eran ricos eran porque tenían cualidades superiores a las suyas propias y dones extraordinarios que ni ella ni sus compañeros poseían.
Ana llegó a convencerse de que ella no era digna de comer de los platos de los señores. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡Los dueños sabían tanas cosas! Hablaban varios idiomas y discutían sobre asuntos que Ana no podía comprender. Contaban sobre la guerra. Ana no entendía nada de estos… (pág.. 317)
… ¡No! Ana no podía compararse con sus patronos. La piel de la señora era tan blanca y suave… Ana tenía a veces el deseo ardiente de acariciarla, de poner su mano vigorosa y tostada sobre el brazo fino y delgado de la extranjera. ¡Qué bella era! Qué hermoso era aquel brazo blanco.
¡No, la india no se rebelaba contra su plato de rayas azules! Era justo así. Ana comprendía que no se podía ser de otro modo. (pág. 318).
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A Fulgencio Batista lo encontramos en Caracas en enero de 1945, haciendo una visita al semanario Aquí Está, y en este medio se le describió como "gran figura democrática de América". Todavía no había mostrado sus garras de tirano. El autor, Ernesto Villegas, se admira de esta reseña, pero el Batista que llegaba a Venezuela, aún no era el abominable personaje en el que se transformará poco después, surgía de un gobierno nacido del voto popular en 1940. Se le consideraba incluso "progresista" por los comunistas venezolanos, "que se hacían eco de sus camaradas cubanos agrupados en el Partido Socialista Popular… Tuvo Batista en su gabinete a dos comunistas. Primero a Carlos Rafael Rodríguez y luego a Juan Marinello…". (pág. 354).
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CURIOSIDADES: Fue el 3 de marzo de 1945, cuando Venezuela y la Unión Soviética establecen relaciones diplomáticas, siendo José Rafael Pocaterra nuestro embajador designado en Moscú. Otro hecho interesante reseñado en esta obra, es la muerte del presidente Franklin Delano Roosevelt, el 12 de abril de 1945, y el semanario Aquí Está, publicó en portada una inmensa foto de finado. En grandes letras se titulaba: "Franklin Delano Roosevelt, esclarecido demócrata, cuya muerte es una pérdida irreparable para los pueblos amantes de la libertad" (pág. 360). Lo que indica que la posición de Earl Brown había hecho efecto en mucho de los comunistas de entonces. En la nota luctuosa agrega el semanario: "Lucharemos porque los conflictos entre nuestro desarrollo nacional independiente y los intereses económicos estadounidenses, que han de ayudarnos en esta gigantesca lucha, sean resueltos en un clima de cordialidad y cooperación", a lo que luego añade el autor: "Harry Truman, el vicepresidente, todo el mando en la Casa blanca. Fluyeron más litros de champaña que de lágrimas en Washington. Truman desvanecerá pronto las navas ilusiones de Aquí Está" (pág. 362).
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Siguiendo en la obra de Villegas, los hechos más resaltantes de la Segunda Guerra Mundial, nos encontramos con que el 1ro. de mayo de 1945 los rusos conquistan Berlín e izan en lo alto de Reichstag la bandera roja de la revolución, y el general alemán Wilhelm Keitel firma la rendición de Alemania ante el Ejército Rojo. En junio de 1945, Juan Bautista Fuenmayor se cree vigilado o perseguido por potencias imperialistas, toma la decisión de mantenerse en guardia "y abandona toda idea de matrimonio". Lo cierto fue que se distanció de su supuesta novia Maja, siendo testigo de este distanciamiento Ricardo "Rolito" Martínez, y llegando a relatar Fuenmayor en estado que podríamos catalogar de paranoico: "Me alejé cuanto pude de MP, tratando de hacerle comprender el cambio de opinión y de actitud de parte mía, para que no se hiciese ilusiones al respecto, pero principalmente para evadir los ojos del espionaje extranjero sobre mi persona, pero sin mostrarle ninguna hostilidad para evitar que el enemigo se pusiera en guardia y dificultase nuestras investigaciones" (pág. 376). Es la época en que "Edgar J. Hoover, crea el servicio Especial de Inteligencia (SIS) con la misión de colectar información sobre los nazis en otros países del hemisferio occidental en 1940" (pág. 380), y refiere el autor que SIS "inició operaciones en Venezuela con un agente en 1940 y llegó a tener 27 para octubre de 1943. Operó desde el edificio Pan American, en Caracas, donde funcionaban la agregaduría naval y la sección consular de la embajada de EE. UU." (pág. 381). Lo cierto fue que Cruz Villegas "tenía una clara posición de aquella camarada yugoslava que firmaba como María Vera en Aquí Esta. Era vocera, con su pluma, de la línea oficial del PCV" (pág. 388). Es de agregar, que Cruz Villegas fue vinculado con la corriente denominada de los macha-miquis, e impulsó acciones reivindicativas desde el Sindicato de Albañiles, en oposición con la línea (browderista) de no huelgas mantenida por el PCV.
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Explicaba Cruz Villegas: "El problema que afectaba al PCV era que, en la aplicación de esta política (de no huelgas), se producía un desplazamiento hacia la derecha por la omisión de cuestiones que considerábamos indispensables. En lo nacional, el abandono de la lucha por las necesidades de las masas y en lo internacional el ensamblaje de esta política de derecha con la desviación browderista que afectó a todos los partidos comunistas en Latinoamérica" (pág. 390). Cuando Cruz Villegas militaba en Unión Revolucionaria, un ala (ilegal también) del PCV. En relación con el browderismo, era natural que en aquellos tiempos se llegaran a presentar posiciones tan diversas dentro de las tendencias revolucionarias. Estados Unidos y Europa no habían mostrado todavía su verdadero rostro fascista, y muchos camaradas creían que era posible llegar a un acuerdo con ellos. Por su parte Maja, a diferencia de Cruz Villegas, consideraba que las huelgas empujarían a las burguesías en los brazos del fascismo. Ella llegó a considerar el browderismo adecuado para la coyuntura, advirtiendo, en alusión a la alianza URSS-EE.UU.-Inglaterra, que "no se puede celebrar la unidad de los Estados capitalistas y el Estado socialista y sabotear la necesaria unidad de los patronos y los sectores obreros" (pág. 391). A mediados de 1944, nos recuerda el autor, que el PCV lanzó la consigna "¡Con Medina contra la reacción!". Con la diferencia apenas de una semana, AD y Medina Angarita entran en pleno combate político. AD es fundada el 13 de mayo de 1941, y Medina asume la Presidencia el 21 de mayo de ese mismo año. Y he aquí el grandísimo pecado capital con el que nace el nuevo gobierno, que no se lo perdonará ni la oligarquía criolla ni el Departamento de Estado norteamericano ni mucho menos Rómulo Betancourt: permitir que los comunistas puedan exponer libremente sus ideas. Betancourt no puede creer que cuando en todos los países de América Latina se están cuidando de no tener relación alguna con los cagaleche de la Internacional marxista, venga un militar y les dé cancha amplia para que escriban lo que quieran, manifiesten y para colmo de los colmos, se les considere como asesores del mismísimo gobierno; Medina aceptará una alianza con la UPV y a éstos él les invitará para luchar unidos por la patria de Bolívar. Cómo podría él comprender esa consigna que hacen vocear por las calles los comunistas: ¡Con Medina contra la reacción! Por este pecado original, Betancourt jura hacerle la más grande y encarnizada guerra al gobierno; no escuchará ningún tipo de razones para entablar un diálogo y luchará hasta ver totalmente destruido a Medina. Insidiosamente, a partir de entonces, las compañías petroleras pagarán remitidos, artículos de prensa e información en los que se afirmará que el gobierno cuenta con todo el apoyo de los comunistas. Todos estos materiales se remiten luego a la embajada norteamericana, y de aquí pasan al Departamento de Estado. ¿Quién los recopilaba y enviaba a la embajada de Estados Unidos?... Todas estas alarmas se iban a disparar al infinito, cuando Medina planteó la revisión de la política petrolera que las compañías querían más bien las hiciera Betancourt. Considerando que Medina estaba siendo asesorado por los comunistas, el Departamento de Estado vio — como sostiene la historiadora Nora Bustamante — en esta revisión el fantasma de la expropiación. Dice Juan Bautista Fuenmayor: «Los temores abrigados por el imperialismo se basaban en los cambios introducidos por Medina en la política venezolana, particularmente los relativos al permiso dado a los comunistas de poder actuar, aunque fuese bajo disfraces de apariencia democrático-burguesa, destinados a eludir la aplicación de Ley de Orden Público. Dado el carácter castrense del presidente y la influencia que ejercían los comunistas en el seno del pueblo, Mr. Arthur Proudfit (presidente de la Creole) temía que pudiera producirse una expropiación inmediata de las empresas petroleras, sin contemplaciones. Cuando él dijo: ¡No creo que el gobierno esté interesado en la expropiación total, al menos por ahora!, estuvo expresando los temores de una posible expropiación en un plazo no muy largo, tan pronto como la fuerza política de Medina y los comunistas lo permitiera. Este punto debe ser muy recalcado, porque sirve, en parte, de explicación del golpe contra Medina para sustituirlo por un amigo del Nelson Rockefeller: Rómulo Betancourt».
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El tema de Earl Brown se va clarificando a lo largo de esta obra, con las posiciones destacadas, por ejemplo, de Eduardo Machado quien lo consideraba "una abierta revisión del marxismo" sobre todo en la política de "no huelgas" (pág. 396). Agregando Eduardo Machado que constituía "la negación del marxismo unos extremos que ni la socialdemocracia y el reformismo de la II Internacional se habían atrevido a formular públicamente jamás… Nosotros los ´macha-miquis´, no hicimos oposición a esa política en el terreno ideológico. Sin embargo, en la práctica, más por instinto de clase que por convicciones, nuestros camaradas chocaban con sus corifeos en el seno de los sindicatos y en la vida diaria" (pág. 396). Es así como, para mediados de 1945 el PCV se encuentra dividido, de modo que "dos comités centrales se reunieron por separado y expulsaron del partido a sus rivales. En un bando Juan Bautista Fuenmayor, Ricardo Martínez y Ernesto Silva Tellería. En el otro, Gustavo Machado, Salvador de la Plaza, Alfredo Conde Jhan y Rodolfo Quintero. En el medio, un sector denominado Grupo No, con Eduardo Gallego Mancera, Manuel Taborda y Pedro Ortega Díaz, entre otros" (pág. 397). Luego, Gustavo Machado, Rodolfo Quintero y otros disidentes fundaron el Partido Comunista Unificado (PCV-U). al cual se le uniría Cruz Villegas. Es interesante ver la posición de Juan Bautista Fuenmayor, cuando salió "en defensa de la política colaboracionista de clases, entre obreros y patronos, la cual incluía a los terratenientes, justificándola como consecuencia lógica de los acuerdos de Teherán: ´No es mediante la expropiación de los latifundios y el reparto de las tierras entre los campesinos como lograríamos salir adelante, aunque esto parezca una herejía a ciertos ´marxistas´ descarriados que han perdido la brújula, porque ello echaría a todos los propietarios en brazos del fascismo" (pie de pág., pág. 398).
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Faltando nueve días para derrocar a Medina, el Congreso aprobó la reforma que eliminó el INCISO SEXTO, lo cual les permitiría, ahora sí, a los comunistas presentarse ya sin camuflajes, con siglas y banderas propias. Pero, lástima, no había un solo partido comunista sino dos. Cuando están derrocando al gobierno, Luis Miquilena (líder de los autobuseros) le ofrece a Medina asaltar Miraflores con civiles armados. Medina no quiere derramamiento de sangre, agradece la oferta pero la impide. En un principio se creyó que el golpe lo había urdido el general Eleazar López Contreras. Medina no era ningún cobarde, sino que por un extraordinario sentido patriota, prefiere inmolarse antes que desatar una guerra civil. Esa mañana cuando se dirige al cuartel Bermúdez, él mismo ordena prisión para un grupo de oficiales que se muestra ambiguo cuando se le interroga sobre su lealtad al gobierno. Una llamada de Maracay lo deja desconcertado, frío: allí todas las dependencias militares están alzadas, y han matado al gobernador, doctor Aníbal Paradisi. Por otro lado, tal como lo dice el autor de este trabajo (Ernesto Villegas): dos meses y medio después del golpe de Estado, el PCV ofreció a la Junta encabezada por Betancourt el apoyo que antes había dado a Medina. Un artículo titulado ´Apoyamos la política económica del gobierno´ apareció en Aquí Está el 3 de enero de 1946" (pág. 403).
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Seguidamente, en la referida obra Maja Mía, encontramos detalles que bien valen la pena resaltar: que las divisiones entre nuestros camaradas causaron preocupación en otros lares, por ejemplo, en Cuba, llegándose a dar el caso de que Blas Roca y Ladislao Carvajal se trasladaron a Caracas para mediar entre el PCV, PCV-U y el Grupo No, consiguiendo el milagro de reconciliar las partes, y fue así como se logró convocar un Congreso de la Unidad de los comunistas y nombrar un comité organizador (pág. 409). De este modo, el PCV y PCV-U, acordaron cesar la publicación Aquí Está y Unidad, conviniendo en editar el semanario El Popular, con tres directores: Gustavo Machado, Juan Bautista Fuenmayor y Miguel Otero Silva (pág. 409). En el Congreso de la Unidad se hizo una crítica a la desviación browderista, por lo que salió Fuenmayor de la secretaría general. Posteriormente, entre los movimientos posteriores, encontramos que Cruz Villegas se une al PRP, Partido Revolucionario del Proletariado, fundado entre otros, por Salvador de la Plaza, Rodolfo Quintero, Luis Miquilena y Germán Tortoza (pág. 411). Recoge Ernesto Villegas que, en junio de 1947, arribó a Caracas Nelson Rockefeller, invitado por el expresidente Rómulo Betancourt. En su magna obra Venezuela, política y petróleo, Betancourt despliega una obsesiva admiración por la familia Rockefeller. Apenas comienza su libro, estampa esta frase esclarecedora de toda su admiración y persistente idolatría por la más portentosa familia petrolera del Norte: «[...] coetáneamente, un audaz hombre de negocios, John D. Rockefeller, avizoraba el porvenir de la mágica fuente de riqueza y echaba las bases de la que llegaría a ser la más gigantesca empresa industrial de los tiempos modernos: la Standard Oil10». Admiraba al hombre que con el mayor descaro sostuvo: «La mejor manera de explotar petróleo es una dictadura petrolera11». Y así será, las petroleras funcionarán hasta más allá de su muerte como verdaderos poderes fácticos. A Rómulo Betancourt también le fascinaba el otro gran contendor de los Rockefeller, el holandés Hendrik Deterding (dueño de la Royal Dutch Shell), mejor conocido como el «Napoleón del Petróleo».
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Cuando llegamos al derrocamiento de Rómulo Gallegos, nos encontramos con esa pregunta del novelista que acabó siendo borrada de los anales oficiales del Puntofijismo: "¿Qué significa la presencia constatada por personas que me merecen fe absoluta de un agregado militar de embajada de potencia extranjera en ajetreos de cooperador y consejero en uno de los cuarteles de Caracas mientras se estaba desarrollando la insurrección militar contra el gobierno constitucional y de puro legítimo origen popular que yo presidía?" (citado por Villegas, Págs. 440-441). Seguidamente refiere Villegas: "Truman y Betancourt desmintieron a Gallegos" (pág. 441), y un poco más abajo una reseña publicada en la revista SIC, editada por los jesuitas: "Dios nos ha salvado" (pág. 441). La historiadora Nora Bustamante agrega que efectivamente, fue el propio embajador norteamericano en Caracas quien dirigió las acciones del desalojo de Gallegos del Palacio de Miraflores. El cuartelazo contra Gallegos fue algo realmente sorpresivo para el pueblo, y se producen hechos sorprendentes, como que gente del propio PCV, pero principalmente de Copei y URD, llegan a embanderarse con él. Pero la mayor euforia y celebración, cundió en los colegios privados y la Iglesia, ambos habituados a trabajar coaligadamente con regímenes dictatoriales, y ciertamente, los jesuitas llegaron publicar en la revista SIC (Nº 110, diciembre, 1948) un editorial con el título de la famosa novela del anticomunista Jan Valtin, La noche quedó atrás, en el que entre otras cosas decía: "La intervención divina se hace evidente en su contenido: Y Dios nos salvó. ¡Qué grande es Dios! [...] Fueron tres largos años de postrada gravedad. Pero la fe no había desfallecido. Y en línea paralela con la actividad tesonera, prudente y mesurada de quienes por misión y por deber tenían que hacerle frente al caos que nos devoraba: había otra actividad más callada y oculta pero de un valor positivo insoslayable: era la actividad de quienes sufrían, se sacrificaban y oraban incesantemente, y esperaban firmes en su fe, que el Dios de nuestros padres metería su mano y nos salvaría".
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En realidad, ante las presiones de los gringos (es decir, de las compañía petroleras) al presidente Rómulo Gallegos le parecía del todo inmoral echar para atrás los principios generales de la política sobre hidrocarburos de Medina, que su gobierno sostenía y cuyos puntos fundamentales eran: mantener la Ley de 1943 (que establecía mayores impuestos a la industria petrolera); no otorgar más concesiones; cuidar la conservación de los yacimientos; vigilar y aumentar la participación nuestra en el «50-50»; y hacer todos los esfuerzos posibles por crear una empresa propia para la industrialización petrolera. Por eso, la expresión de Gallegos: «las compañías me han derrocado. Yo entonces pensé que eso era producto de una imaginación literaria, pero después he llegado al convencimiento de que la acción de las compañías petroleras fue directa aquí en Venezuela. Esa acción se ejercía a través de funcionarios de la embajada americana. Hay datos concretos. Y volvemos al punto ya señalado: Gallegos había visto a un asesor del ejército dirigiendo la salida de los tanques de Miraflores… no podía aceptar, sobre todo las compañías petroleras, los cambios ya sufridos…» Podría resultar muy extraño que las compañías hubiesen derrocado a Gallegos, aun cuando su gobierno había hecho lo imposible por no molestarles en nada y que, por el contrario, trataron de favorecerle en todo. Pero las compañías preferían a los militares antes que a los civiles, quienes para llegar al poder necesitaban crear movimientos populares y estar movilizando al pueblo, hablándoles de justicia social y de hermandad entre los oprimidos y otros temas muy en boga en la lucha contra el capitalismo, contra el imperialismo, porque incluso el propio partido Acción Democrática entre sus principios se declaraba antiimperialista.
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Siguiendo la línea de la narración, nos encontramos con esa luna de miel que llegó a darse entre la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y el gobierno de Dwigt Eisenhower. Hubo una etapa de plena armonía en la que el presidente norteamericano le otorga al dictador, la Legión de Mérito, en grado de Comandante en Jefe, una de las más altas condecoraciones de EE.UU., "por su conducta ejemplar meritoria en el desempeño de sus funciones" (pág. 486). Poco después, en 1956, esta etapa sufre un vuelco: el presidente Eisenhower comienza a desconfiar de su par venezolano por un hecho que acabará derribando al general Pérez, y es cuando se produce la celebración de la cumbre presidencial interamericana en Panamá. Los fines de esta cumbre eran los de siempre: reiterar los compromisos de la unidad continental, mantener la paz, la libertad y la cooperación económica y militar. El gobierno de Pérez Jiménez se enteró con antelación que los propósitos eran otros: sibilinamente, plantear la necesidad de instalar, una base estratégica de misiles con cabezas atómicas, en la península de Paraguaná. Este proyecto estaba dentro de los planes de seguridad continental emprendidos por la Casa Blanca y Eisenhower contaba con que los mandatarios presentes no le presentarían ninguna objeción. Lo insólito fue que Pérez Jiménez sorprendido, lo rechazó de plano, por considerarlo lesivo a la soberanía nacional e inaceptable, además, para las Fuerzas Armadas Nacionales. Este inesperado veto, causó mucha irritación entre los asistentes, ciegamente plegados a los mandatos de Washington. El general Pérez Jiménez había advertido que, si Eisenhower planteaba el tema de los misiles, él airadamente se retiraría de la cumbre. Este mensaje se le hizo llegar al presidente anfitrión, Arnulfo Arias, quien seguidamente se lo comunicó al presidente de Estados Unidos, de modo que éste no sufriera un desaire en plena cumbre, y para que a la vez se retirara a tiempo la controvertida propuesta. Pues bien, Eisenhower acabó retirando el conflictivo planteamiento, y a la vez Pérez Jiménez satisfecho en su exigencia sintióse que había hecho respetar a Venezuela, y que podía ir un poco más lejos en ese enfrentamiento solapado que estaba llevando contra el desaforado imperio. Pérez Jiménez se sentía ofendido por la manera prepotente como los gringos trataban a todos los mandatarios latinoamericanos y él sintió que debía salirse de ese club de sometidos a los mandatos de Washington y dio paso audaz, peligroso: llevó al seno de la cumbre, la idea de crear un fondo económico para el desarrollo de los países de la región, cuyo capital provendría de los aportes de las naciones participantes, representados por un diez por ciento del presupuesto de cada una de ellas. Eisenhower consideró que esto constituía no sólo una imprudencia temeraria sino una bofetada a la majestad de su mando y de sus decisiones, y llamó a varios de sus asesores para que le hicieran saber a Pérez Jiménez que él no estaba siendo apoyado por Norteamérica para que cometiese desquicios y perturbaciones en la región como del tipo que planteaba. Que esa no era su función, que las cuestiones de tipo económico o financiero en el hemisferio eran de su total y exclusiva incumbencia, así como los tratados bilaterales entre las naciones. La mayor asesora gringa de Rómulo Betancourt en todos sus afanes por llegar a la presidencia de Venezuela, era Frances Grant, quien se frotó las manos, al conocer de tal impasse, pues este atrevimiento le podía salir bien caro al dictador. Es decir, que Eisenhower se iba a inclinar hacia la posición de Betancourt, y poner fin de una vez por todas al gobierno de Pérez Jiménez y así, dar inicio al Estado «democrático» que tanto ansiaba el líder adeco, bajo la certera y seria dirección de Acción Democrática, Copei y URD. En esa conferencia en Panamá, Pérez Jiménez habló sólo cinco minutos, y entre otras cosas dijo: «Ya no es época de liberaciones políticas. Los pueblos son dueños de sus destinos. Pero sí tenemos que hacer mucho en el campo económico, para lograr nuestra soberanía en ese campo». Fue cuando propuso crear un fondo común para la realización de importantes obras en Latinoamérica, y Venezuela comenzaría aportando cien millones de dólares, «que para los norteamericanos hubieran repercutido en unos 3.000 millones de dólares, y el fondo se habría situado en 4.000 millones». Los norteamericanos, como dijimos, lo rechazaron de plano. Lo más cercano a una ayuda económica que Estados Unidos hará para Latinoamérica en toda la historia del Siglo XX será lo que aportó en la Alianza para el Progreso, que apenas si alcanzó la miserable cifra de 200 millones de dólares; y en este caso su fin era recuperar ese dinero con creces, mediante la incorporación de grandes empresas estadounidenses que llegarán monopolizar casi todas nuestras industrias básicas. Además, país que solicitara un préstamo dentro del proyecto de esta Alianza, tenía que prescindir de su soberanía, lo que realmente era una dádiva humillante. Betancourt, quien junto con Pepe Figueres habría de ser de los principales artífices en el lanzamiento de la Alianza para el Progreso, se estremeció de indignación ante aquella ofensiva propuesta de Pérez Jiménez. Dice el diplomático Leonardo Altuve Carrillo que con este discurso Pérez Jiménez signó su destino y provocó su caída: Los Estados Unidos acostumbrados a que las grandes iniciativas de carácter económico y social para América Latina, partieran de su administración, se sorprendieron desagradablemente de la iniciativa del general Pérez Jiménez para solucionar los problemas económicos de los pueblos menos favorecidos. Colaboración igualitaria y fraternal, de iguales a iguales, no dádiva generosa a pueblos subdesarrollados. Pérez Jiménez (insistimos) trataba de zafarse del tiránico monstruo del norte y claro, sirviéndole como un peón se sentía miserable y traidor a su patria. ¡Cómo reconocería entonces, allí en Panamá, que por no haberse puesto Medina Angarita de rodillas ante ese imperio fue por lo que lo echaron del poder! Y ahora él se las iba a ver feas por pretender ser un poco soberano e independiente en sus decisiones. En un principio, Pérez Jiménez se había afincado en la idea de no asistir a Panamá, alegando que se estaba abusando del nombre del Libertador para negar el mensaje y la misión de éste, y para ponerlo arteramente al servicio de los Estados Unidos (su enemigo natural).
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Ya nos encontramos en la obra de Villegas con los días previos al 23 de enero de 1958: "Rómulo Betancourt, apadrinado por Nelson Rockefeller, se reunió con Rafael Caldera y Jóvito Villalba en EE.UU. Firmaron el Pacto de Nueva York en presencia del jefe de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado, Maurice Bergbaum, y del escritor colombiano Germán Arciniegas, el 20 de enero de 1958. AD, Copei y URD excluyeron al PCV del acuerdo para conducir a Venezuela en el futuro" (pág. 506). El mes de diciembre de 1957, Rómulo lo había pasado en Chicago, y ya el 1º de enero se encontraba en Nueva York. Inmediatamente, Betancourt junto con su asesora Frances Grant y en permanente comunicación con el Departamento de Estado crea una sala situacional en la que comienza a dar órdenes a la gente de su partido en Caracas para que echen abajo la dictadura. Todo esto al tiempo que está en negociaciones con Jóvito Villalba y Rafael Caldera para organizar un gobierno equilibradamente coordinado con Estados Unidos en todos sus proyectos e intereses. En diciembre de 1957 ya el gran plan de Betancourt está lanzado, con un informe confidencial y muy privado en el que se plantearon dos puntos cruciales: 1) qué hacer ante el próximo proceso electoral y 2) de qué manera proceder para otorgar las próximas concesiones petroleras. Muy movido estuvo Betancourt ese mes de diciembre también con reuniones en Nueva York con Jay Lovestone, el «arquitecto» de la política exterior de AFL-CIO; entrevista y almuerzo con Adolph Berle, ex subsecretario de Estado y consejero de política exterior de los demócratas, muy influyente en el Departamento de Estado; entrevista y almuerzo con Max Ascoli, director de la revista The Reporter; entrevista y almuerzo con Levias, director de la revista New Leader; rueda de prensa ajustada estrictamente a un texto previamente elaborado en inglés; almuerzo en Carnegie. Reunión igualmente con líderes urredistas en Washington. En respuesta a una pregunta de la señorita Frances Grant, él sostuvo: «la autoricé no sólo para invitar a los urredistas a la comida, sino para pedirle a Jóvito Villalba que hablara con ella, expresando sus propios y autónomos puntos de vista». Los tres solidarios «demócratas liberales»: Betancourt, Caldera y Jóvito, los del Pacto B-C-V, estaban, pues, ofreciendo sus buenos oficios para controlar cualquier tipo de conmoción una vez que Pérez Jiménez entregase el mando. En los primeros contactos, siempre llevados de la mano de la señorita Frances Grant, todos aquellos venezolanos habían sido muy bien recibidos por el Departamento de Estado; se les ha dio luz verde, con todo tipo de protecciones y recursos, para que procedieran, con sensatas acciones, a elaborar un plan que no entorpeciera en modo alguno, asunto muy clave, el flujo de petróleo a Norteamérica, un hecho en sí mismo que era fuerza y razón de la democracia y de la paz en Venezuela. Al fin se les informó desde el Departamento de Estado, que ciertamente ya Pérez Jiménez no calificaba para otro período; que la embajada de Estados Unidos en Venezuela estaba entregada a mover las piezas necesarias para salir del régimen dándole toda clase de asistencia económica a grupos de oficiales y a empresarios, para así dar inicio a los primeros conatos subversivos. La Creole, en Venezuela, va a prestar una invalorable ayuda, cerrando sus estaciones de servicio de gasolina poco antes del 23 de enero. La CIA dispondría de un centro de monitoreo permanente de la situación política nacional, y se reuniría con Richard Nixon para definir una estrategia de acción inmediata en caso de ser necesario una intervención. El acuerdo de los del Pacto B-C-V, queda sellado en el New York Athletic Club. Uno de los puntos que se planteó en esa reunión fue sacar de circulación a Fabricio Ojeda, militante de URD, quien estaba adquiriendo una «peligrosa» figuración en las acciones de calle contra la dictadura. Era Fabricio presidente de la Junta Patriótica. Al tiempo que estos agentes del imperialismo se armaban para tomar el poder, Pérez Jiménez (de la misma especie), no dejaba de enviar comisionados a Washington para hacerle saber a la CIA, del gran peligro que representaba dejar a la deriva la nave del Estado venezolano, con inexpertos políticos como Betancourt y Caldera. Washington trató de abrir un compás de espera para tomar una decisión a favor de los «Tres Mosqueteros del Pacto de Nueva York», pero en ese momento una sublevación capitaneada por el teniente coronel Hugo Trejo precipitó los acontecimientos. Se suscitaría entonces una constante pregunta en las oficinas del Departamento de Estado: ¿Quién es ese teniente coronel Hugo Trejo?
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Ya, encontrándonos en dicha obra de Villegas (Maja Mía), en plena época del Puntofijismo, en enero de 1963, el autor nos refiere que las cárceles estaban llenas de jóvenes guerrilleros, militantes, simpatizantes y sospechosos de serlo. El gobierno reconoció una inédita cifra de 10.000 prisioneros "subversivos"" (con cita de P.P. Linarez, Lucha Armada en…) (pág. 534-535). A finales de marzo de 1963, se da uno de los hechos más significativos en el teatro Anauco donde se celebra "el IV Congreso de Trabajadores de Venezuela, convocado por los delegados expulsados de AD y Copei de la CTV. Asistieron 1050 delegados de 23 federaciones y 380 sindicatos. Nació la Central Unitaria de Trabajadores de Venezuela (CUTV), Horacio Scott Power fue escogido como presidente; Américo Chacón, secretario general y Cruz Villegas, secretario nacional de organización" (pág. 535). Esta es una época cargada de desesperación social, de impotencia y dolor para el 80 por ciento de las familias venezolanas. La izquierda estaba moribunda, partida en mil pedazos y no se avizoraba un cambio en el horizonte. Se produjo por parte de supuestos grupos subversivos un horrendo asesinato en la persona de Julio Iribarren Borges, presidente del Seguro Social y hermano del canciller Ignacio Iribarren Borges. Lo grave fue que el jefe guerrillero Elías Manuitt Camero lo reivindicó como obra de las FALN (pág. 540). Héctor Mujica (miembro del buró político del PCV) condenó el crimen, un hecho que provocó una exaltada discusión entre Fidel Castro y los comunistas venezolanos. Fidel atacó al PCV, señalándolo de coincidir, en ciertos ataques contra Cuba, con Carlos Andrés Pérez, jefe parlamentario de AD, y otros voceros del gobierno de Leoni (pág. 550). En esta oportunidad Fidel dijo: "… Durante meses hemos soportado silenciosamente una campaña difamante por parte de la dirigencia derechista del PCV, en los distintos congresos de los partidos comunistas, enviando escritos a los distintos partidos comunistas de América Latina, acusando a Cuba de inmiscuirse en asuntos internos y de fomentar el fraccionalismo…" (pág. 550). A las pocas semanas de la famosa fuga de San Carlos, el 1º de marzo de 1967, es cuando se produce el asesinato de Julio Iribarren Borges. Este personaje había sido secuestrado, y a las 70 horas hallado muerto cerca de Pipe (Estado Miranda). Lo encontraron con un balazo en la cabeza, con cantidades de agujas y quemaduras de cigarrillo en su cuerpo, e inmediatamente, la prensa señaló como culpables de este horrendo crimen a los subversivos, a los extremistas castro-comunistas. Llamaba la atención que este señor Iribarren no era un hombre de figuración política y que además no ostentaba un cargo que tuviese que ver con las decisiones represivas del gobierno. Tampoco se comprende en absoluto el extraño ensañamiento con que le mataron; la sevicia con que se le torturó, metiéndole agujas y quemándole en distintas partes el cuerpo. Pronto se produjeron en el país las mayores repulsas para condenar este asesinato, desde el sector de Fedecámaras, pasando por todos los partidos y llegando hasta los dirigentes de la FCU de la UCV, por voz de los comunistas Juvencio Pulgar y Alexis Adam. Los «replegados» de la izquierda condenaron con extraordinario vigor esta monstruosidad, al tiempo que no se ahorraron adjetivos a la hora de señalar a los supuestos aventureros que lo habían cometido con sevicia. Se habló con delirio crítico contra los posibles culpables, entre los que se mencionaron a Máximo Canales, a «El Loco Fabricio» (Eleazar Fabricio Aristiguieta), entre otros. Al Loco Fabricio quien fuera acusado hasta por los propios camaradas sin saber si realmente era culpable, la policía lo persiguió con tal saña, que a las pocas semanas lo ametrallaron sin compasión. Estos sucesos se daban con mucha frecuencia en aquellos meses de 1967, y correspondieron al ataque, tanto desde la izquierda como desde la policía, contra un grueso de los que participaron en la lucha armada, por lo que murieron en pocos días más de cincuenta de ellos. Denuncias, delaciones, acusaciones… incluso hubo dirigentes del MIR que fueron a la policía política del régimen a denunciar públicamente a muchos de sus ex compañeros, suministrando información sobre sus nombres y los posibles lugares donde se encontraban. Luego se difundieron, unas supuestas declaraciones dadas en La Habana por el capitán Elías Manuitt Camero, quien declaró: «Nuestro movimiento decidió aplicar la justicia revolucionaria sobre Julio Iribarren Borges, alto personero del gobierno, cómplice del engaño, de los desafueros…» A partir de esta declaración, se quiso implicar a Cuba en el crimen, por lo que Fidel no vaciló en catalogarlo de abominable. Él no sabía lo que realmente había detrás de este hecho, y por eso dice que «un revolucionario debe evitar aquellos procedimientos que se asemejen a los de la policía represiva. Nosotros ignoramos cómo se produjo esa muerte, ignoramos quiénes la realizaron, ignoramos incluso si se produjo de una manera incidental o accidental, si fueron o no los revolucionarios…». Hay que decir que, si el gobierno cubano no fue directamente infiltrado por la CIA, sí lo fue por medio de quienes tenían en Venezuela contacto con La Habana. Fidel Castro no entiende lo que está pasando con el llamado repliegue del PCV, y en un discurso del 13 de marzo de 1967, desde las escalinatas de la Universidad de La Habana, desenmascara la pose «revolucionaria» del PCV, de los que andan en plan de entregarse y a los que no duda en calificar de «renegados, ineptos, claudicantes, indecisos y derrotistas». Para Fidel, eso de buscar la tal paz democrática que se estaba echando a rodar, no era otra cosa que traición a la lucha armada: Comenzó la dirección del PCV a hablar de paz democrática. ¿Y que es esto de paz democrática?» nos preguntábamos nosotros mismos, dirigentes de la Revolución Cubana. No entendíamos. No entendíamos, pero a pesar de todo queríamos entender. ¿Qué significa esto? Le preguntábamos a algunos dirigentes venezolanos. Y entonces venía la consabida y elaborada teoría de aquella táctica, de aquella maniobra, que no era ni con mucho abandonar la guerra, no, no, sino una maniobra para ampliar la base, para destruir al régimen, para debilitarlo, para socavarlo. Y desde luego, nosotros no veíamos aquello claro de ninguna manera. Sin embargo, teníamos confianza y esperábamos, a pesar de que aquello de paz democrática parecía absurdo, parecía ridículo, porque puede hablar de paz un movimiento revolucionario que está ganando la guerra, porque empieza entonces a movilizar todo el sentimiento nacional a favor de una paz que sólo se puede lograr con la victoria de la revolución, y entonces se movilizan los espíritus, se moviliza la opinión, se moviliza el pueblo y su deseo de paz sobre la única base posible, que es el derrocamiento de la tiranía, de la explotación. Pero hablar de paz cuando se está perdiendo la guerra es precisamente conceder la paz sobre la base de la derrota". Ante estas verdades de Fidel, el 15 de marzo, el PCV responde indignado y califica su discurso del 13 de una agresión cargada de soberbia, que le hace el juego a la reacción y al imperialismo. El 3 de abril, Tribuna Popular sale respondiendo con largas declaraciones de Pompeyo Márquez. Fidel comienza a darse cuenta de que han despilfarrado su tiempo y sus recursos, tratando de ayudar a unos hombres que no piensan sino en entregarse, en pactar con el enemigo, en ir a unas elecciones y buscar una curul en el Congreso. Todo lo que le informan Luben Petkoff y su gente, está plagado de mentiras, de falsas batallas triunfantes y de inexistentes ataques vigorosos al enemigo. Pompeyo Márquez, muy alterado, le responde a Fidel: "La ignorancia de Castro sobre la situación venezolana lo lleva a concebir que para el PCV hablar de la utilización del proceso electoral como un medio revolucionario para conservar, reagrupar, promover y desarrollar fuerzas nacionalistas y democráticas, aislar a los gorilo-betancouritas y asestarle un duro golpe a esta camarilla agente en el poder de los monopolios norteamericanos, es lo mismo que los dirigentes clandestinos del partido se lancen como candidatos. ¡Qué malos informadores tiene este señor! ¡Y qué manera más sui generis tiene para interpretar los hechos y la política del PCV!" Todos estos informes hacen que Betancourt y Caldera deliren de alegría y confiesen que el rompimiento entre Fidel y el PCV, debe ser inmediatamente aprovechado para consolidar la democracia representativa. Después de Betancourt, el más inflexible anticomunista dentro de AD era Carlos Andrés Pérez, quien sostenía no creer en las poses hacia la paz democrática del PCV, y que más bien los verdaderos amantes de la democracia y de la libertad, lo que deben hacer es segregar y aislar cada vez más a los «extremistas», hasta reducirlos a la nada".
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Finalmente, al llegar uno a la página 665, y encontrarse con las gráficas de la familia Villegas Poljak, el revuelo de toda la historia relatada se concentra en un haz de vividos recuerdos en el cual uno también es protagonista. Resalta esa cruenta época de los sesenta: las luchas estudiantiles, las guerrillas urbanas, las heroicas y legendarias acciones de las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional), las egregias figuras de Fabricio Ojeda, Juan Vicente Cabezas y el mismo Máximo Canales (Paul del Río), al lado de batalladores sindicales como Cruz Villegas, el negro, de nuestra cepa criolla más auténtica, con toda una leyenda en su resistencia y perseverancia revolucionaria al que hemos visto cruzar su vida con una dama llegada de los confines de la Península Balcánica, confluencia de ideas, de luchas que llegan de otras tierras pero que también son nuestras, que palpitan en nuestros más nobles sentimientos, en nuestra sangre de perpetuos inconformes,… pues bien, al llegar a esa página 665, sentí haber repasado mis propias batallas interiores, esa larga y tenebrosa época como también sublime, plena de grandes ideales y esperanzas, con la Revolución Cubana como emblema principal, que en síntesis representó de las más esperanzadora y conmovedora de nuestra juventud. Sobre todo, con cuánto dolor recordamos la pérdida de esa flor y nata de la juventud venezolana de la década de los sesenta, aquella tan traicionada, la que salió a dar su vida por nuestra patria, en la que cayeron miles, fulminados por la metralla betancurista, en liceos y universidades. O perseguidos por la represión oprobiosa, padeciendo torturas en las cárceles. O enfrentándose con las armas en las montañas de Lara, Falcón, Mérida, Trujillo, Guárico,… que pereció toda ella en un país sin garantías constitucionales, juventud tan valiosa y noble como la que fue a enfrentarse en La Victoria a las huestes de Boves. Historia y batallas, lástima, en la que no tuvimos la suerte de contar con un líder como José Félix Rivas, el líder que buscábamos ansiosamente, que para entonces sólo era un muchacho, Hugo Chávez. Sí, al final de la obra de Ernesto Villegas Poljak, me vi de muchacho, con mi propia familia, con mis hermanos, Argenis y Adolfo, militantes de la Juventud Comunista, compartiendo con aquellos compañeros que llegaron a tener una figuración vital en las luchas populares, como lo fueron el doctor José Francisco Torrealba, el Comandante Pablo (ingeniero Juan Vicente Cabezas), Ángel Eduardo Acevedo (poeta), Celestino Ledezma ("Rasputín de los Llanos"), Simón García, Humberto Martínez, Isaías Rodríguez…, historia que cala hasta nuestras fibras más hondas, cargadas de nuestros insomnios sin pausa, plenos de compromiso con la patria, de confianza. Historia que aún va a requerir de muchos más poetas y escritores que la desvelen, que la canten y coloquen en el sitial que merece, la más gloriosa del siglo XX.
Mérida, 7 de enero de 2025.