Docencia Amena

Dos mujeres de valor patrimonial en Los Guayos: Julieta Rivas y Silvia Ramos

Los Guayos es una localidad del estado Carabobo que aun no pierde su esencia tradicional como pueblo originario. Desde tiempos impensables sigue siendo paso obligatorio para el caminante alegre y el viajero diligente.

Su plaza, iglesia y viejas casas de ladrillos rojos aun prevalecen como testigos mudos de hechos y acontecimientos producidos desde los tiempos de encomienda, coloniaje, emancipación, hasta llegar a estos días con elementos de modernismo en lo arquitectónico, vial, comunicacional, científico-tecnológico e industrial.

 

Iglesia San Antonio de Padua (Imagen tomada de la web)

Pero antes del levantamiento de viviendas dentro de su casco fundacional, los estrechos caminos formados entre arbustos y matorrales interrumpidos ocasionalmente por serpenteantes ríos, quebradas o caños se ramificaron por el valle gracias a las continuas pisadas desnudas de aborígenes procedentes de asientos más lejanos.

Como acompañantes siempre del jaguar, la danta, el manatí y múltiple fauna y flora las primeras familias llegaron desde las anchas sabanas y fecundidad de bosques del sur. He ahí sean considerados con sobrados argumentos como los primeros y verdaderos moradores circundantes del lago de los Tacarigua.





(Ilustración tomada de la web)

De este modo identificaron historiadores, poetas, escultores y pintores a los arawaks en sus obras, como aquella numerosa población diseminada en los alrededores del reservorio lacustre compartiendo, posteriormente, espacios junto a los nativos caribes. Para los primeros sirvió mucho registrar hechos que marcarían la diferencia de aquellos estilos de vida rupestres en un continente accidentalmente desconocido. En el caso local, se trató de quienes fueron los que realmente sembraron, con su rica presencia, el legado patrimonial entre paisajes con evidentes niveles y tipos de suelo. Dando origen a una cultura autóctona que no se aparta en el ideario actual de los símbolos naturales por los cuales se crea conciencia para su cuidado y mantenimiento en el tiempo.

Transcurridos los siglos y las diferentes épocas aquellos angostos caminos se empezaron ensanchar para convertirse en impostergables carreteras. Las movilizaciones producto del comercio, las guerras, el desarrollo, trajo dinamismo entre poblaciones con mayor número de habitantes, digámoslo en el mejor de los casos, en lugares de obligatorio tránsito muy necesarios para propios y extraños.

Una de esas vías entre caseríos fue la carretera Los Guayos – El Roble, muy conveniente para agilizar los traslados de cosechas de gran demanda alimenticia como ciertamente recuerdan testimonios vivientes, muchos de ellos ya apartados por la carga de los años de la actividad agrícola. Tales producciones eran destinadas al puerto de Puerto Cabello o ciudades vecinas de la región.

Gracias a la proximidad del lago, estas tierras prodigaban sostenidamente a los agricultores, de modo salían cargamentos de caña de azúcar, maíz, yuca y granos, especialmente. Debemos recordar la inexistencia de los puentes sobre el río Los Guayos y la quebrada de Quigua. De igual forma, en la polvorienta franja vial Los Guayos – El Roble se desplazaron las primeras cargas pesadas. Éstas se hicieron sobre lomos de animales. Con el tiempo pasaron a carretas. Luego aumentaron los viajes a expensas de los tractores. Pronto llegarían los vehículos automotores hasta que, obviamente, tocó ser transportadas las cargas en grandes camiones costeados, eso sí, por empresas privadas y/o del Estado. De este modo el ferrocarril que hacía escala en Los Guayos, en ruta Puerto Cabello-Caracas o viceversa, dejó de existir por razones del modernismo caprichoso.

Sin embargo la tierra fértil y prometedora de Los Guayos convidaba todo aquel a quedarse para hacerse un hogar. Ese es el caso de quien fuera hecha al calor de los pueblos con alma, y quien afianzó raíces en suelo guayense, precisamente a un costado de esa importante arteria vial, Los Guayos El Roble, dejando sí, memorias de un pasado originario tras arduas horas de trabajo investigativo. Dichas recopilaciones sirvieron de méritos para ser reconocida a nivel nacional.

Dada la profundidad de sus estudios en el municipio Los Guayos se multiplicaron los sitios y personajes a buscar con tal fortalecer los valores más representativos de la cultura local. Se trata de una realidad incuestionable a la hora de reconocernos como pueblo.

Desde luego ante la ausencia terrenal de casos especiales de mujeres y hombres consagrados a prevalecer la historia guayense no podemos dejar gentes relegadas al pasado silencioso. Al contrario, Los Guayos alberga, más allá de su desarrollo, a ambos lados de la Carretera Nacional sus más preciados tesoros en la memoria colectiva. Así es como podemos destacar a Julieta Rivas de Pacheco.

Entre las pocas visitas efectuadas a su mágica casa, localizada, desde mucho antes de la llegada con que se improvisaron invasiones de terreno que dejaron automáticamente en el pasado los rebaños y el pastoreo de ganado, en el tramo comprendido entre la Iglesia San Antonio de Padua de Los Guayos y el puente elevado de la Vivienda, en compañía de otro docente y cultor popular como lo es el profesor Manuel Heredia, ex conductor del programa radial "Los Guayos y su Historia" le realizamos interesantes entrevistas. Tuvimos oportunidades de hablar de su trayectoria como cultora e investigadora. Muy sentidas fueron algunas de sus palabras cuando nos manifestó, con honda preocupación, dentro de un posible escenario, que dos o tres generaciones futuras fueran a desconocer nuestra verdadera génesis local por falta de relevo. Para ella pensar en tal situación era de terrible pesadilla.

Parte de sus trabajos más influyentes es haber tomado en cuenta dentro de la región central del país y zonas adyacentes acerca de los mayores asentamientos prehispánicos de Venezuela. El más representativo está localizado alrededor del lago de los Tacarigua. Lugar de suma importancia para este tipo de estudios y de grandes rasgos en cuanto a comparaciones antropológicas se refiere sobre nuestros antepasados originarios. Sin embargo, dado el sentido de pertenencia dentro del área de estudio y el pillaje cometido hacia el erario patrimonial, hoy desaparecido de los cementerios de aborígenes de Los Guayos, la profesora Rivas se autodefinía como descendiente de estos primeros habitantes.

Se resistía o cuestionaba, mejor dicho, los escritos sobre cuándo arrancaba la historia de la pacha mama. Pues tras asumir conciencia sobre los pueblos originarios no aceptó la retórica posición de historiadores oficiales que señalaban el inicio de nuestro transitar desde el año 1500 en adelante (Colón llegó a las costas de Paria en 1498)

 


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(Foto Brígido Daniel Torrealba)

En este sentido identificaba autóctonamente una de las simbologías más representativas de la cultura valencioide, la cual "es mal llamada como diosa o venus de Tacarigua, cuando en realidad son figurinas o idolillos denominadas semises o que es lo mismo, con ellas subyacen el misterio de la madre universal de los arawaks". A ella le "daban la gratificación por los bienes recibidos tras las buenas cosechas, el buen nacimiento, la lactancia y todo lo que tuviera que ver con las bondades de las madres. En especial Orejú". Aunque parezcan contradictorios tales mitos aun están vigentes.

Esas estatuillas antropomorfas –reiteraba la docente y artista Rivas- son de un tamaño regular no más de 20 cms talladas en barro o arcilla. Se sabe de la existencia de esas piezas arqueológicas pero de tamaños gigantes atribuidas a artistas recientes. Por ejemplo, en el Museo Antropológico del Parque Recreacional Sur en funcionamiento hasta finales de la década de los 90 estuvo una de arcilla roja dando la bienvenida a los visitantes. En la entrada de Maracay viniendo de la Autopista Regional del Centro o la Carretera Nacional tenemos otra. Asimismo podemos disfrutar la que está a la entrada de la Urbanización Los Guayos viniendo de la Av Ernesto L. Branger, municipio Valencia. "Ellas son simples alegorías de un pasado remoto", citó.


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Durante el pasado I Diplomado de Formación de Cronistas Comunales de Los Guayos se rindió merecido homenaje a esta insigne mujer guayense. Julieta Rivas de Pacheco es estudiada como una talentosa luchadora surgida al fragor de las discusiones presentes por las reivindicaciones culturales del país, en especial, la de nuestros antepasados. Hoy por hoy nos abocamos a su legado por transmitir a niñas, niños, adolescentes, jóvenes y adultos de todas las edades la importancia de reconocernos a sí mismos. Por eso la invitación a seguir conociendo las características particulares del país desde todo punto de vista, incluso, valorando lo propio de nuestras comunidades.

 

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(Foto Brígido Daniel Torrealba)

¡Con el Baile de la Burra estoy más activa que nunca!

Silvia Josefina Ramos es una docente activa perteneciente al Ministerio del Poder Popular para la Educación, residenciada en la Urbanización Las Agüitas, sector 02, vereda 02, reconocida como patrimonio viviente del municipio Los Guayos por llevar el tradicional Baile de la Burra a planteles educativos, centros de salud pública, comedores populares, espacios comunales y Hogares de atención al adulto mayor. De igual manera representa al municipio en los diferentes encuentros regionales a donde llegan mujeres y hombres bailadores de todas partes de Venezuela.

 

 

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(Foto Brígido Daniel Torrealba)

A mediados de la década pasada la licenciada en Educación Inicial, Silvia Ramos, decide involucrarse junto a compañeras de labores a las diferentes actividades culturales que no solamente muestran en el Centro de Educación Inicial Las Agüitas II, sino que lo hacen de manera circuital y territorial.

Formando equipo multidisciplinario con los principales coordinadores culturales municipales, licenciados Vilma Castillo, Hugo Romero y este servidor, se trataba de un grupo de mujeres con muchas energías siempre dispuestas a bailar, actuar, jugar y cantar. Durante mucho tiempo estas mujeres, entre docentes, personal administrativo, ambiente y de cocina causaron sus buenas impresiones en cada presentación. Fueron recibidas y aplaudidas en ambientes universitarios como la Unes (Navas Spínola), la Aldea Paraparal y el Museo de Arte de Valencia. Pero quien realmente continuó sin jamás defraudar fue "la profe" Silvia que, sin abandonar a sus niñas y niños de educación inicial tomó como uno de sus números más representativos el Baile de la Burra sin hasta ahora soltarlo.

 

 


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(Foto Brígido Daniel Torrealba)

Dada la perseverancia, cuando nos tocó una mañana conversar con la docente e investigadora en cultura Julieta Rivas se le extendió merecidamente la invitación de ir a su casa. La profe Silvia quedó muy encantada de aquel encuentro más aun al verse rodeada de todo ese inventario de obras de Rivas. Junto a Manuel Heredia se lleva a cabo una de las entrevistas efectuada a la cultora guayense. El desarrollo del tema no se hace esperar y toca hacer la radiografía histórica de lo que se llamaba el Baile de la Burriquita. Allí la cultora, especialista en la materia, manifestó que seguir llamándola "burriquita" era degradarla. En vista de varios estudios y con argumentos muy sólidos Rivas nos señaló ya se le estaba reconociendo como "El Baile de la Burra".

Ya bien entrados en materia, con ambiente musical y todo dejando sonar piezas referentes al tema, se hicieron las comparaciones necesarias con burras confeccionadas artesanalmente. Por medio de fotografías y recuerdos se habló, entonces, de la vestimenta, el significado, origen e importancia del Baile de la Burra. Desde luego la profe Ramos tomó notas y sigue aquellas orientaciones para mostrar al mundo una Burra sencilla, juguetona, pícara, de suave y rápidos giros a diferencia de otras burras exageradas en adornos y abusivos detalles de confección.

Silvia Ramos nació el 08 de septiembre de 1954. Hija de Candelaria de Solórzano Ramos (San Fernando de Apure) y Encarnación Solórzano (Borburata). Asimismo nos contó la profe entre ambos tuvieron 9 hembras y 4 varones, pero para sostener tal carga tuvieron que trabajar muy fuerte ya que eran personas no estudiadas. Es madre de tres varones y dos hembras. Todos los días amanece para dar lo mejor de sí. De ahí su empeño de seguir superando toda barrera desde los aspectos personales, familiares, laboral y profesional.

Tanto es así, la profe Ramos a sus 69 años de edad no deja de impresionar por ese gran entusiasmo y disciplina que a toda hora imprime, especialmente, en el mundo de las artes. "Soy una apasionada del baile", sostiene. Cerca de su casa, a pocos metros de distancia, imparte clases de danza a un grupo de niñas con las cuales ejecuta sus presentaciones en cualquiera de las comunidades del municipio Los Guayos. También conocemos se prepara en la Fundación Gajillo para homenajear al santo patrono de Los Guayos cada 13 de junio, su fecha especial en el calendario.

 

 

 

 

 

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(Foto de Brígido Daniel Torrealba)

Obtuvo el título de Maestría en Desarrollo Cultural por medio del Frente de los Trabajadores de la Enseñanza Samuel Robinson tras la elaboración de su trabajo especial de grado en la Comunidad Josefa Camejo, considerada hasta hace pocos años como uno de los lugares más peligrosos y violentos de Los Guayos. De verdad, una gran humanista.



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Brígido Daniel Torrealba


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