En el camino de crear una legislación cultural revolucionaria resulta indispensable elaborar una normativa específica que esté en sintonía, plena y simultáneamente, con la Constitución de 1999 y con los objetivos del Nuevo Mapa Estratégico. Y si las leyes tienen carácter orgánico es menester y mandato constitucional la organización de los poderes públicos. Ello obliga a “acelerar la creación de la nueva institucionalidad del aparato del Estado”. En materia cultural, se trata, entonces, de instituir los poderes públicos culturales. En otras palabras, parir la nueva institucionalidad cultural del Estado venezolano. Pero, además, esa novus estructura y organización de las ramas culturales públicas tienen que estar concebidas y proyectadas bajo “la construcción del nuevo modelo democrático de participación popular”. Ello tienes y debe traducirse en la instrumentación específica y concreta; cotidiana y popular de la democracia participativa. Ese pareciera ser el camino revolucionario. Otra vereda, espanta. “¡Oígame compay,¡ No deje el camino por coger la vereda. Si señor”.
De nada vale, crear un ministerio u otro órgano público cultural cuya estructura sea burocráticamente parasitaria, inoperante, pesada, vertical, excluyente, entre otras muchas características de las estructuras heredadas de la IV República.
A riesgo de parecer un locus comunis, la tarea se nos presenta en términos de la encrucijada planteada por Simón Rodríguez: O inventamos o erramos. Y a nuestro modesto parecer, el asunto podría estar transitando los predios y caminos de la segunda opción. No se trata de errar porque estamos inventando, cuestión perfectamente posible, histórica y necesaria. Observamos que erramos porque no tenemos disposición a la invención. Erramos porque no inventamos. Valga el Credo de Aquiles Nazoa: Creo en los poderes creadores del pueblo.
Las razones son muchas y variadas: miedo al cambio, ausencia total de voluntad política, ineptitud, protagonismo ramplón, prácticas de choreo, exceso de electorerismo, ausencia de una visión multidisciplinaría del momento histórico, inexperiencia, poca o ninguna preparación, prepotencia gerencial, culipandeo, ausencia de una práctica revolucionaria, poco empoderamiento de los objetivos estratégicos, y una característica, particularmente alarmante y peligrosa: terror a la participación protagónica del pueblo. No obstante, El pueblo es sabio y paciente, sentenciaría el panita Alí Rafael. Es el decir de los viejos.
Un objetivo de largo aliento está en juego: “avanzar en la conformación de la nueva estructura social”. Si al evaluar la gestión pública cultural, bien sea a nivel municipal, a nivel de los estados o nacional, nos encontramos que su aparato público, heredado de la IV República, está intacto sin ni siquiera un moderato cambio; nos vemos forzados a soltar ese gran consejo que le diera el insigne hidalgo Don Quijote a su fiel escudero, a propósito de que éste iría a gobernar a los insulanos, que lo esperan como el agua de mayo: “Y dejemos esto hasta aquí, Sancho; que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergüenza”. Lo pregonan los cultores, creadores y el patrimonio vivo popular: La Revolución debe ser Cultural.
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