El sarao de la legislación

La cultura festiva residencial de Venezuela, podría formar parte significativa de lo que la Carta Magna denomina “las culturas populares constitutivas de la venezolanidad” (Art. 100. CRBV), toda vez que el término no está definido en la Constitución del año 1999. La tarea de caracterizar a esta categoría sería, en buena medida, labor para la Ley Orgánica de Cultura porque resulta sine qua non incorporar un aparte, capítulo o título, dedicado a tan particulares expresiones culturales.

Si por alguna parte cojea la gestión pública cultural, tiene relación con la ausencia prodigiosa de unas líneas que sobre políticas culturales estén definidas en términos de la investigación cultural y la promoción y difusión de tan extensiva y específica realidad residencial. La comunidad científica cultural, durante la década de los años 90, alcanzó a registrar un total de 196 mil fiestas populares que se realizan anualmente en Venezuela. En otras palabras, se estarían celebrando un promedio de 8 mil 521 manifestaciones culturales locales en cada una de las 23 entidades federales que conforman la nación.
Estas formas culturales residenciales vienen a ser parte integrante y orgánica de las comunidades étnicas y le confieren sentido de pertenencia, cosmovisión y personalidad cultural a los grupos humanos de regiones, localidades y microlocalidades en los 335 municipios del país. El Municipio es una aldea cultural endógena.

El poder electoral de la cultura festiva nos permite reflexionar en los siguientes términos: si suponemos, de manera conservadora, que en cada manifestación cultural popular, de las 196 mil que se suceden anualmente en Venezuela, participan 20 vecinos, incluyendo a los promotores, cultores e invitados; estamos hablando de un total de 3 millones 920 mil participantes en las fiestas venezolanas. El aporte electoral de esa cultura festiva se coloca alrededor de 2 millones 172 mil votos, si consideramos que el 60 por ciento está con el comandante. Ese es el humilde aporte de la cultura popular y residencial al proceso bolivariano, por lo menos, electoralmente hablando.
Junto al empuje electoral, insoslayable, es menester ponderar el papel de las culturas populares en la conformación de la soberanía nacional y en la construcción del imaginario colectivo. La dimensión de su desarrollo endógeno, la importancia en la construcción de un recio sentido de pertenencia y su significación histórica-social en coloquio cultural de las naciones y la integración latinoamericana. A una batalla contra el imperialismo cultural no es posible asistir con la autoestima desbaratada y el sentido de pertenencia extraviado.

No atrevemos a llamar la atención sobre un problema estratégico: el asunto étnico-cultural.

El problema tiene carácter histórico. Ante las tesis del descubrimiento y de encuentro de dos mundos se han realizado gestos de contundencia conceptual. El primero está relacionado con la dignificación en la Carta Magna de comunidades étnicas originarias. El segundo es el haber llevado simbólicamente los restos del cacique Guaicaipuro al Panteón y el tercero acabar con ignominia del Día de la Raza por el del Día de la Resistencia Indígena. Los afrodescendientes siguen excluidos del sarao. Estas comunidades, las étnicas criollas y las binacionales-biculturales, deberían aparecer explícitamente, dignificadas, como parte del componente antropológico de las culturas populares constitutivas de la venezolanidad en la Ley Orgánica de Cultura.

El 15 de Febrero de 2006 se cumplirían 187 años del Congreso de Angostura. Esta debería redimirse como la fiesta de la sapiencia. Foros, seminarios, representaciones teatrales, coloquios y conversatorios, ediciones populares del discurso, sesiones especiales de los distintos parlamentos, encuentros entre distintas comunidades étnicas con sus bailes, artesanía, música, su culinaria, sus creadores y cultores. Sería algo así como el gran Sarao de la Legislación.
El 15 de Febrero de 1819, Simón Bolívar pronunciaría su histórico discurso ante el Congreso de Angostura. La primera referencia sobre lo étnico-cultural la haría, El Libertador, en los siguientes términos: “no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado…”.

El Padre de la República parece asomar nuestra gran paradoja histórica mestiza. Somos un poco de lo uno y de lo otro. Pero además somos nosotros: venezolanos. Nuestro carácter multiétnico y pluricultural nos viene de una multifactorial herencia histórica. Al parecer los únicos extranjeros son quienes nos visitan. Las mal llamadas colonias no son tales. Son venezolanos con dos nacionalidades y dos culturas y ello nos vino por la mar.

La investigación cultural nos ofrece algunas pistas. En las 32 parroquias de Caracas se registraron, para la primera mitad de la década de los años noventa, 408 fiestas anuales realizadas por las Comunidades Binacionales-Biculturales. Ello nos dice que en cada parroquia de la metrópolis capitalina se suceden, por lo menos, un promedio anual de, aproximadamente, 13 fiestas llevadas a cabo por los Israelíes-Venezolanos, Portugueses-Venezolanos, Canarios-Venezolanos, Italianos-Venezolanos, Gallegos-Venezolanos, Catalanes-Venezolanos y Húngaros-Venezolanos, comunidades con las cuales se realizó la investigación en la fecha señalada. Un promedio de más de ochenta manifestaciones populares y residenciales realizarían las comunidades binacionales-biculturales en cada uno de los municipios que forman el Área Metropolitana, entre los años 1990-1992. En esa misma investigación fue posible alcanzar a registrar 2201 manifestaciones culturales caraqueñas (EAGO, 1992).

La sapiencia y la claridad de nuestro El Libertador, Simón Bolívar, se expresa en el mismo discurso: “Séame permitido llamar la atención del Congreso sobre una materia que puede ser de una importancia vital. Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte; que más bien es un compuesto de África y de América que una emanación de Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana (árabe), por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad, a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis: esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”.

Hoy la palabra cultura se ha convertido en un concepto concreto y dinámico que impulsa a la acción social o política. O, al menos, es un concepto que sirve de instrumento para analizar nuestra sociedad y actuar sobre ella, transformándola (Castaño, 1988).


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Efraín Valenzuela

Católico, comunista, bolivariano y chavista. Caraqueño de la parroquia 23 de Enero, donde desde pequeño anduvo metido en peos. Especializado en Legislación Cultural, Cultura Festiva, Municipio y Cultura y Religiosidad Popular.

 efrainvalentutor@gmail.com

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