Como me escribiera al WhatsApp el poeta Luis Alberto Crespo, a propósito de la partida de su gran amigo y paisano caroreño, Jacobo Penzo, "No sé cuánto durará entristecernos. Temo que la muerte de los nuestros nos entable la sonrisa". Ciertamente, las ausencias afectivas se nos suman con tintes de pandemia, unas, y con eventuales infortunios otras, pero siempre con desgarraduras muy intensas y dolorosas para el latir íntimo. Poetas, narradores, periodistas, cineastas, pintores, cultores populares todos; amigos de la humanidad y de su gente, almas sensibles que sembraron sus huellas y sus nombres en el sentir de la cultura, nos dejan en horas inciertas.
El indio Héctor Maicabares es una de estas desgarraduras que se nos siembran en el corazón, en su vuelo eterno, en pleno centro de la Mesa de Guanipa. A decir del poeta Carlos San Diego, desde hoy 24 de septiembre de 2020, "los ancestros tocan su bereekushi". Y es que Héctor Rafael Maita Maicabares era ciudadano kariña, y había hecho de su sangre y de su estirpe un canto de humanidad y humildad como he conocido en muy pocos hombres de arte.
Había nacido en 1948 en las cercanías de mi pueblo natal El Tigre (tierra conocida en la literatura como escenario de la novela Oficina Nº Uno de Miguel Otero Silva, entre otras obras de poesía y teatro, cine y pintura), en el caserío La Bomba, como quien va hacia Cashaama y Tascabaña; pero esta vez Maicabares venía en sentido contrario, entrado a El Tigre, desde su casa del sector Los Chaguaramos, caminando parsimonioso como le era característico el paso, cuando un infarto fulminante le sorprendió mientras pasaba frente a la sede del Instituto Nacional de Tránsito Terrestre.
Inútil fue el esfuerzo solidario de los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana que lo condujeron hasta el hospital Luis Felipe Guevara Rojas. Ya los espíritus püddai se habían llevado su aliento al fondo de su esencia ancestral con la luz de todos los soles de la sabana templada por el calor.
Conocí al indio Héctor Maicabares a comienzo de la década de los años ochenta, en pleno fervor cultural de la Mesa de Guanipa, porque el poeta Helí Colombani lideraba y animaba esa prolija actividad cultural desarrollada entre 1982 y 1988, en todo este ámbito de vientos, horizontes y esperanzas. La Casa de la Cultura Alfredo Armas Alfonso, la peña literaria José Ramón Medina y el Ateneo de El Tigre funcionaban en un mismo lugar, y ahí acudíamos todos semana a semana a vivir y hacer la cultura.
En la literatura estábamos Milagros Mata Gil, Néstor Rojas, Tarek William Saab, Carlos San Diego y yo, dándonos las manos con el poeta Helí Colombani y sus invitados de todas las regiones, acompañados por la pluma dominguera de un cronista local no oficial llamado Luis Octavio Bedoya, un antioqueño sembrado en esta porción de tierra bendecida; junto al animador cultural de todo este ámbito, el locutor y también cronista Juan Manuel Muñóz "Moriche", entre otros cultores; y periodistas como Jesús Farías, Alexis Caroles y Juan Martínez, entre otros.
El apogeo cultural de estos años ochenta animaba al poeta Helí Colomabi desde El Diario Antorcha que dirigiera el admirado y respetado periodista Edmundo Barrios, para solicitar al gobierno central el debate para la creación del Estado Guanipa, escindiendo así el actual estado Anzoátegui en dos entidades independientes: la del Norte (estado Anzoátegui) y la del Sur (estado Guanipa). Zona turística aquella por su ventana al mar, y zona agrícola y petrolera esta otra, por su paso para la Guayana minera y los llanos guariqueños.
El poeta Helí Colombani fue un referente cultural en toda Venezuela, porque su gestión era ciertamente inclusiva, apolítica y profundamente constructiva. Músicos como Sir Augusto Ramírez, Dennys Bolívar, Emir Sucre, Hernán Gamboa, Miguel y William García, Chuíto Almeida, el Dr. Atilio Mazarri y Alirio Guevara, entre otros, tuvieron en el poeta Colombani su promotor y defensor a carta cabal.
Los pintores Amanda Mata, José Hernández, Carlos Malavé, Héctor Maicabares, Esteban Brito y Abelardo Girón, entre otros, sumaron sus exposiciones, sus talleres, sus estudios y sus visiones de una manera solidaria e integral desde la sede del Ateneo de El Tigre, que era también espacio consecuente y permanente para la actividad teatral de Cheo González (y sus Taller de Teatro Tigre), para Miguel Flores, para Oscar Rodríguez, para Miguel Chetich, para Miguel Lozada, para Marú, para Alexis Farías y José Luis Mata, entre otros; promoviendo la incorporación de jóvenes avenidos de los liceos y captados de algún modo de la sala de lectura de la conexa Biblioteca Pública "Alfredo Armas Alfonzo", homónima del eminente narrador clarinés, y amigo personal de Colombani.
Suplementos literarios y revistas se perfilaron como espacios de creación cuyo alcance fue realmente distinguido para entonces. Los pintores de hoy y de ayer reconocen esta simiente. Y nuestro querido, fraterno e incansable pintor Héctor Maicabares, a quien todos decíamos El Indio Maicabares —porque así le gustaba ser oído en su nombrar—, siguió los pasos del poeta Helí desde la sede del Taller Libre de Arte de El Tigre, que funciona a un lado de la Complejo Cultural Simón Rodríguez de Pueblo Nuevo Norte, bien para dictar y orientar talleres, organizar exposiciones de arte y grabado (del cual era un maestro), favorecer conversatorios sobre distintas disciplinas, bien para propiciar el debate crítico, la reflexión, la lucha creativa que reclama la libertad humana y los derechos de la justicia. Tal era su espíritu y por eso lo acompañamos siempre.
Hoy los pintores de su afecto extrañan su voz de hermano mayor, aunque sus 72 años ni se le notaban sobre su ser físico. Francisco Yan, Oscar Aguilera, Hugo Newton, Pedro Peña, José Peña, Carlos Malavé, José Hernández, Amanda Mata, Ramón Castillo, Dilia Rivero, Samuel Santoyo, Esteban Brito, Lenín Ovalles, Ever Guillén, Che López, Alexander Barreto, Edgar Rondón, Abelardo Girón, Alarico Quinto, entre otros, sienten el vuelo del indio Maicabares sobre las hojas cálidas de los chaparros, los mantecos, los mereyes y alcornoques, como si el bajo ocre y sepia de los farallones de Chimire invitaran a oír su canto de pájaro escapado.
Sus hijos Manuel Fernando Maita, Eréndira Maita, Atahualpa Maita, Alejandro Maita y Maita Jacobson saben que su alto padre va feliz hasta donde la nube dibuja un arcoíris y un río, un venado y los azules del horizonte, porque le vieron pasar descalzo hacia Ciudad Bolívar a llevar sus lienzos, o hacia Barcelona y más allá a mostrar su eterno silencio y su mirar de paz.
Así le conocí y así lo reencontré cada vez que fue posible compartir un abrazo. Agradezco siempre su gesto de regalarme un dibujo hecho a base de petróleo para la portada de mi libro de cuentos Callejón con salida, que fuera editado en 1994 por la Universidad de Oriente con prólogo de Carlos San Diego. Hoy agradezco su amistad tan humilde durante estas últimas décadas, y sumo mi silencio al dolor que extraña su viaje infinito. Querido hermano siempre te extrañaremos. Na´na kariña rootema…