Somos partícipes y militantes de la firme idea de emprender una revisión permanente y holística; acuciosa y resueltamente crítica del concepto de cultura, en su más amplio y auténtico sentido, sin complejos ni miedos y sin ningún tipo de cansancio. Pensar que el tema se agotará significa echarle un enorme camión de las que te conté. El asunto no resulta nada fácil. Tenemos un empírico y libérrimo método de abordaje del tema. Quizás no sea el más expedito y acertado, seguramente, empero consideramos que tal revisión resulta, en primer término, una labor histórica, consecuentemente contemporánea y necesariamente prospectiva. Si se dedicara a la labor de revisar la investigación de sendos antropólogos gringos, Alfred Louis Kroeber y Clyde Kluckhohn, tal labor per se sería tremendamente ardua porque significa revisar la nada despreciable suma total de 164 definiciones diferentes de cultura. La manera y el camino para emprender dicha investigación pudiera ser por autor, por conceptos de las instituciones, por definiciones lacónicas. También podría ser por la revisión de los conceptos por el contexto histórico-social, las definiciones extensivas, históricas, sociológicas y antropológicas. Incluso, existe un concepto moral sobre cultura, que bien pudiera encender polémicas. No obstante, resulta necesario su abordaje y consideración. Quizás, los conceptos del término que definitivamente producen cierto escozor intelectual vienen a ser las definiciones breves y lacónicas. Que además de resultar encantadoras tienen la saga de la polémica en sí misma y ello es consecuentemente necesario, vital y siempre interesante. La cultura será siempre un tema polémico, arduo, incansablemente hermoso.
Desde el punto de vista etimológico el término deriva del latín colere, que significa cultivar. He aquí su acepción más primaria. Del cual se dice que se remonta al Catón El Viejo, del Siglo II antes de Cristo. Trata del cultivo de la tierra. El término cultura parece haber nacido ligado al agro. En ese sentido se refiere a la agricultura, el exacto cultivo de la tierra. Inmediatamente después Cicerón lo aplicó al cultivo del espíritu y tuvo que ser de esa manera porque el término se encontraba en un espacio histórico-social contextualizado por el modo de producción esclavista. En otras palabras, el término adquiere tal significado en la Antigüedad en el cual el trabajo estaba limitado a los esclavos. Las clases pudientes y dominantes cultivaban el espíritu. Por ese camino nace el significado humanista y clásico de la palabra cultura.
Desde este ejemplo podemos inferir que el término cultural adquirió el significado y la conceptualización que le brindaría el modo de producción imperante. Se ha llegado a afirmar que, de un concepto subjetivo de cultura, entendida como cultivo del espíritu, cultivo del alma, se transitó a una definición mucho más objetivada. De las facultades del alma del ser humano se llegó a la paidei de los griegos o la Humanitas y la cultura animi de los romanos. El cultivo de las facultades mentales y de los conocimientos. De esa manera, el trayecto de las definiciones comenzó por el cultivo de la tierra al cultivo del alma y luego al cultivo de las ilustraciones y saberes. El cultivo de la sapiencia. Los contextos histórico-sociales que sirven de marco a tales conceptos vienen de la Edad Media y el Renacimiento, inicial. Y este último modo de producción da inicio al mercantilismo. El nacimiento del modo de producción capitalista. En la modernidad, la definición de cultura alcanza la dimensión de la creación. Una síntesis, apretadísima, pudiera ilustrar la historia del concepto en los siguientes términos: cultura-cultivo de la tierra; cultura-cultivo del alma; cultura-cultivo de saberes y conocimientos; cultura-cultivo de la creación. Y es desde la creación en la cual se corona la idea de cultura. El ser humano en un contexto históricamente determinado emplea su fuerza creadora, su impulso creador para brindarle a la humanidad un conjunto de bienes culturales, tangibles e intangibles. Así se construye una cosmovisión, una manera de asistir a la vida. De esa manera, la cultura está ligada a la manera o el modo de vida del ser social. La cultura tiene una dimensión histórica-social sin precedentes. De esa dimensión se apoderan los pueblos para dar respuesta a la existencia concreta e histórica. La cultura define la dimensión social del ser humano en un contexto social históricamente determinado. En consecuencia, coexisten dos elementos, tremendamente dialécticos y totales: la herencia cultural y la creación permanente de cultura. De allí la importancia estratégica de la heredad cultural. Un pueblo sin memoria histórica anda extraviado, ausente, enajenado. El opuesto histórico antagónico, incluso complementario, viene a ser un pueblo con una actividad revolucionaria y una resuelta memoria histórica-social capaz de emprender la revolución, en su más amplio y radical sentido. Los puntos o tópicos referenciales deben ser recordados de manera permanente.
Un complejo conjunto que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, las leyes, los sistemas de producción y distribución de la riqueza, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el ser humano como miembro de una sociedad (Edward Burnett Tylor). • El conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Engloba no sólo las artes y las letras, sino también los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. Desde estas sendas propuestas Tylor es posible orientar la acción transformadora en una contundente acción social revolucionaria.
La cultura da al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Por ella es como discernimos los valores y realizamos nuestras opciones. Por ella es como el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que lo trascienden, (UNESCO). Todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo, expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano (Concilio Vaticano II: GS 53). En su actividad cultural inacabable, el ser humano muestra su libertad. Porque, así como el animal es prisionero de la naturaleza o, como máximo, ésta es su ámbito de vida y de reposo, en cambio el ser humano no es tanto su prisionero como su «labrador», ya que ha recibido la vocación de cultivarla o culturalizarla: lo mismo la naturaleza humana como la de su mundo entorno. Precisamente en esta tarea transformadora de la naturaleza, el ser humano se perfecciona también a sí mismo, ya que es él mismo quien se expresa a través de su obra. Así, toda persona que quiera vivir una verdadera vida humana, ha de vivirla expresada en formas culturales, aunque sean primitivas y sencillas. Por eso es tarea del ser humano hacer y rehacer la trama de la cultura, que muestra su doble condición: segregada por la libertad del espíritu humano, es, a un tiempo, condicionante de su misma existencia libre. El ser humano es esencialmente y genéticamente cultural. Allí podría radicar la posibilidad de su semejanza con Dios: Dios creó al mundo; el ser humano creó la cultura. El tema no se agota, volveremos sobre el asunto, en cualquier momento.