Don Pedro Acosta era un leguleyo graduado en la universidad de la vida. Un bonachón, empedernido echador de vaina y espontáneo en el hablar. Con el chiste y la sátira en el momento oportuno. Trabajó por años en el juzgado del municipio, ubicado en la calle dos con carrera dos y tres. Allí se desempeñaba como juez, aguacil y ante la ausencia de abogados sacaba de apuros a más de uno que acudiera por alguna consulta reñida con el derecho.
En una oportunidad le tocó casar una pareja que estaba de visita en el pueblo, pero no se habían hecho acompañar de su respectivo testigo. Don Pedro salió a la puerta para invitar a entrar a cualquier transeúnte que pasara para solventar la ausencia; en eso pasa Iriarte y lo invita a pasar adelante. Mira Iriarte, le dice vas a ser testigo de este matrimonio que tenemos aquí presente. Ya en pleno acto viene la pregunta de rigor. Conoce a fulano y zutano desde cuantos años; Iriarte sin inmutarse dice no los conozco y primera vez que los veo y no lo saca de ahí. Vamos a dejar las cosas hasta ahí, pero me firmas aquí que por esto no te va a pasar nada, firmo pero sin renunciar a continuar repitiendo que no los conocía
Jesús Antonio Sánchez
El señor Jesús Antonio Sánchez fue por 53 años el sacristán del pueblo, labor que cumplió con entrega, devoción y pasión; granjeándose siempre el aprecio de todos. Sus responsabilidades cotidianas era las de asistir junto al cura párroco, a un enfermo en sus últimos momentos, un velorio, un bautizo o simplemente participar en el repique del campanario, con la rigurosidad y apremio de siempre Fue un hombre de acendrados principios morales, con disciplina y mano dura supo construir una familia que hoy son baluarte en nuestro acontecer diario.
Don Antonio Chacón:
Don Antonio Chacón era padre de otro gran palmirense, el señor Julio Chacón Pino. Vivió cerca de los cien años, pese a su longevidad mantuvo hasta el final de su existencia una extraordinaria memoria; podía recitar versos y poemas y contar con lujo de detalles cualquier anécdota o narración histórica; a veces rayaba en la exageración cuando ponía su imaginación a correr. Era un tacaño contumaz. Entre una de las pocas escapadas, lo hacía semanalmente a las aguas termales del Corozo. Al regreso decía a quienes le oían sus peripecias…estamos de fin del mundo fui al Corozo y gaste un platal…cuanto Don Antonio le preguntaba alguien de los presentes…Dos bolívares, respondía; en el pasaje tres reales y un real en cocadas y luego ripostaba…la vida esta cara y ya ni salir se puede.