Milagros Mata Gil fue la única mujer que escribió una novela en torno al género literario del petróleo. Memorias de una antigua primavera, la llamó, fue Premio Miguel Otero Silva de novela 1989. Años de su vida los vivió en la ciudad de Mérida (Venezuela) y por allí en las librerías muchos la recuerdan. Su novela me ha inspirado a estudiar este valioso género donde todos sus relatos son impresionantes ya que entre otras cosas hizo una defensa a favor de la mujer que trabajó en las ciudades y campos petroleros.
De las mujeres destacó en la industria de aquellos tiempos los duros entornos los cuales las utilizaron en los trabajos más humillantes. Relató muy bien el caso de La Caraqueña Alicia Mendoza, dueña del Bar Caracas a quien acusaron del gran incendio sobre El Lago de Maracaibo (Zulia) en noviembre de 1939. Allí murieron más de cinco mil personas, todas atrapadas por el fuego en medio de sus palafitos de maderas viejas, cortadas, secas y cañizos.
Ese relato dibuja con sus letras como fueron expulsados los pobres de sus casas, quienes vivían en tierra firme. Un día llegaron las transnacionales con los jefes civiles, trajeron máquinas y simplemente les manifestaron que ahora todas sus viviendas y terrenos eran de La Compañía, y arrasaron con todo, nada quedó en pie.
Todos se fueron a las orillas de El Lago y obligados construyeron ranchos paralíticos. Eso nos queda de Milagros en su romance literario convertido en Milagros de oraciones, quien con su pasión y esperanzas narradas en su novela se dejó de negar al país del petróleo quien permaneció escondido, disimulado, agazapado para que sus fortunas crecieran en tierras hostiles.
Esos días no fueron terribles, fueron miserables. La Compañía ni se preocupaba por las miradas de los indígenas expresada en sorpresa, estupor, sorpresa. Máquinas, tractores y destrucción aplastaron sus conucos sin ni siquiera haber pedido permiso ni tener piedad por lo que aún quedaba dentro de ellos, en sus ranchos quedaban sus almas.
Las transnacionales actuaban sobre seguras que ni se molestaron en pagar unas monedas por aquellos lugares. Solo algunos fueron atrapados en contratos que parecían ricos y solo resultó ser nada.
El gringo Mr. Patrick les daba cargos y poderes de miseria a su grupito los cuales con un trago de whisky más el regalito de un cigarro se acostumbran fácilmente a las órdenes de los americanos, inmediatamente se convertían en unos miserables con puestos de guachimanes (vigilantes).
Nos relataba Milagros Mata Gil que a aquel gringo le gustaba la brujería con sus secretos entonces buscaba a Francisco Aray practicante de la magia y la superstición, preguntándole si por algún encantamiento pudiese saber dónde se encontraba el petróleo. Entonces cada mañana partían en una camioneta conocida como la Picó. Francisco iba y rezaba sus oraciones recorriendo las sábanas, deteniéndose en varios lugares los cuales Mr. Patrick marcaba con puntos rojos en un gran mapa.
Algo raro pasaba, pero al aplicarle a esos lugares el sismógrafo todo coincidía, había petróleo. Entonces los americanos con sus órdenes prácticas consideraban en sus reuniones que los operarios debían tomar en cuenta las notas de ambos —Mr. Patrick y Francisco Aray— y colocarlas en sus informes para la hora de fijar la excavación.
Milagros ha dejado un perfume de conciencia en el rescate hacia la literatura del petróleo. Su obra junto a la del maestro José León Tapias Vientos de Huracán fueron los dos últimos testimonios en este grandioso y muy valioso género.
Como estos hay cientos de anécdotas en una obra dedicada al medio del meollo del petróleo dentro de un país que no le gusta leer y menos su literatura la cual puede abrirnos las puertas hacia la comprensión nacional de este enredado tema.
Bueno, Milagros Mata Gil, me despido de ti, su obra conmueve, su novela es sobria, soberbia, exuberante, y como lo dijo el gran centroamericano nicaragüense Augusto César Sandino; Hasta más allá de la tierra...