En esos hombres van miles de hombres,
va un pueblo entero, va la dignidad humana.
José Martí
"¿Podrá un cubano..., olvidar que cuando tras dieciséis años de pelea, descansaba por fin la lanza de Páez en el Palacio de la Presidencia de Venezuela, a una voz de Bolívar saltó sobre la cuja, dispuesta a cruzar el mar con el batallón de "Junín", "que va magnífico", para caer en un puerto cubano, dejar libres a los negros y coronar así su gloria de redentores...?"
Bolívar no olvidó a un solo hermano de América. Su patria era América. No olvidó a Bartolomé de Las Casas, y quiso erigir una ciudad con su nombre. No olvidó a Bonpland y llegó hasta los confines del sur para pedir su libertad. No dejó de lado a los indios de Perú y Bolivia y les dio leyes amplias y humanitarias para protegerlos. No podía olvidar a Cuba y a Puerto Rico, las últimas colonias del imperio español en América.
Cuba, tierra sin otra historia que la de los estragos de los buscadores de oro, desde que Colón pisara sus costas; sin un padre espiritual que la represente. Sus casas y sus calles, sus plazas y mercados, sus iglesias, la tierra toda bajo las sórdidas secuelas del crimen y la explotación; sus peones y mandones marcados por los martirizantes desgarros del colonizador; el mar cómplice, la salida de mil caminos; frente al mar siempre la visión sagrada de lo puro y eterno. El sol. La soledad presidiendo todo, enamorada del rumor de las noches. Yendo y viniendo a pie, descalzo, sobre la arena caliente:
¡Dondequiera que estés, duerme! ¡Mientras haya americanos, tendrás templos!; ¡mientras haya cubanos, tendrás hijos!
Mirándose a sí mismo en la angustia del héroe: comportándose como él para llegar a su propio ser. Con el más puro querer, con el más auténtico pensar, con la más noble voluntad, adentrándose y percibiendo la grandeza de la Patria que no existe todavía. Venerado por la pauta de lo pretérito preñado de sueños en aquel instante. Una visión y un sentir de la muerte. Ya nadie puede morir cuando la muerte ha calado hasta los huesos. Con su destino, alegre y desahuciado.
Un amor para dar y para el sufrir: el único compromiso ante lo inconcluso e irremediable, ante lo aplazado e inalcanzable. A la vez frente a la inmensa satisfacción por estar entre los condenados.
Lo noble inspira a lo grande. Y sólo los grandes saben percibir lo oculto y lo invisible. Lo secreto y lo claro.
En un solo lamento fundido con la iluminación de un canto; a la primera orden ser el primero, y echándose a cuestas las lágrimas, salir al campo. La gloria que se alcanza al perderlo todo. Luego la prodigalidad que está en no aspirar a nada.
Y descender del cielo con metáforas de auroras, esa sensación de vivir para siempre en todo lo que dejamos y en todo lo que perdemos.
Con estelas de amor fraterno.
Bajo la sombra liberadora, del que se basta a sí en la plenitud de la soledad y del servicio asumido. Cuando cada paso se ha hecho sagrado e intangible, entrañable y consustancial con la causa.
¡Cuántos años estuvo Martí interrogando a Bolívar! ¡Y con su diálogo forjando su ser para luchar y darle vida y razón a los pueblos de América! Bolívar fue su coetáneo, su más íntimo amigo, su más cordial y comprensivo maestro; él percibía su voz. Entre el rumor de las olas contemplando al viejo. Bolívar condenado en su prodigiosa obra; y escuchando el mandato que luego convertiría en supremo clamor:
Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que los maltratan, no es un hombre honrado...
Cuando del otro lado llega el desmadejado loco, con su cortejo de generales broncos y extiende su mano para alcanzarlos ya está maduro para la empresa del más cruento dolor: Porque ya a los quince años de edad Martí era "viejo"; impregnado de la fatalidad grandiosa de ese ir y venir de la inmensidad en la Nada. "Viejo" ya por la carga de tantos siglos de retraso en la obra inacabada que dejó Bolívar: "Desgraciado de mí, el mundo fuera de quicio y tener que ser yo quien lo ponga en orden".
En un sólo día, frente al mar, toda la vejez de cuatro siglos. Todo un día frente al mar, fijos los ojos en la ruta del pordiosero iluminado que por la costa anduvo cabizbajo y sombrío, destrozado y maldito en su última hora. Del mar de Cuba a la costa de Santa Marta el vaho fustigante de lo inacabado, porque "tú, Padre, lo que no hiciste todavía está por hacer..."
Y sólo José, cargado de vejez: con mil años de ternura en sus ojos; triste y agobiado para siempre. Con la soledad del "viejo", con el juego de sus nervios y los encargos de sus anhelos. Ya no era sólo Cuba a la que debía entregarse sino a la América Latina toda. Ya a los dieciséis años, Martí llevaba sobre sí la inmensidad de la tragedia de quien escucha aquellos ecos, frente al mar: "Vámonos, vámonos, que aquí no nos quieren...".
Tu obra, Padre, está impregnada de una esencia divina. Tú eres parte inseparable de lo que se respira, de lo que se ve, de lo que se palpa. La verdad de lo que somos se identifica con vuestro ser. Ya estoy lanzado en pos de vuestros pasos. Comprendo que la muerte no existe para el que entrega su vida a una causa noble y pura.
Se conocían. Hablaron largamente. El "viejo" le decía
- No hay mundos pequeños, sino hombres pequeños. Te consta, muchacho, que comencé con una con una pluma y un candil. Con una brasa apenas, como tú ahora. Con nuestros indios y negros en la marcha. Con la sombra de nosotros mismos. Tú sabes, que no me costó más que mi condenada persistencia y unos cuantos locos; a ti te consta. Comencé como tú ahora: sin nada más que mi sombra, allí, también frente al mar, mirando, ciego de piedad, este puñado de fe que todavía me quema. "¡Húmedos los ojos, el ejército de gala... al aire colores y divisas, ... las músicas todas sueltas a la vez, el sol en el acero alegre, y en todo el campamento el júbilo misterioso de la casa en que va a nacer un hijo!"
-Así es Padre: sin nada más que una pluma y un candil.
-¿Lo recuerdas?, y además, hijo, con el alma de poeta que en ti desborda. Es la prueba, José. A la poesía la conocí tarde, durante el "regreso". Entonces moría para ti porque aquí están mis últimos suspiros, José. Tú lo has dicho: "mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afear la venganza y la codicia".
Luego de una larga pausa, Martí repuso:
- Encargo. Duro encargo para un niño que repentinamente se ha vuelto "viejo" como tú. Es que has dejado tantos hijos. Es que nos has dejado esta historia que hay que leerla de noche frente al mar, y oírla en la ronca desolación de nuestros pechos. No es que me desconsuele, pero cuando uno nace para disfrutar los más sagrados dones de la vida...
- Es que lo debes hacer, José, para que estén muriendo vivas.
-¿No es bendita la ilusión de creer que uno pueda cambiar a los demás en la dirección de nuestros sentimientos? ¿Quizás hacerles ver o sentir alguna forma muy leve de realidad diferente, donde se levanten las fuerzas de una constancia divina y sagrada? Una ilusión milagrosa que nos salga al paso en cada acto y en cada frente del diario vivir, imposible de dejarla y que quema como la misma brasa del delirio que os ha hecho tan victorioso como desgraciado. El milagro es la realidad. De modo que hace falta construir cada segundo, cada minuto con una realidad distinta y sostenerla con nuestros sueños. ¡Tu alma nos alienta y de vuestro Calvario estoy enamorado!
Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres... Hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos...