La esperada muerte de Henri Cartier-Bresson, uno de los forjadores del foto reportaje, nos hace recordar una verdad poca veces vista: que el siglo XX es el único de la historia humana que puede mostrarse a sí mismo en imágenes, año por año, día tras día.
Ningún otro se registró tanto y de tantas maneras por sus cuatro costados, desde el aire, incluso fuera de su órbita, en lejanos satélites y planetas. Más aún, en las insondables intimidades del cuerpo humano, hasta donde llegó en los últimos 20 años la imagen intrauterina. Ningún siglo anterior puede mostrar su historia de vida en imágenes icónicas, el remedo perfecto del curso de su vida cotidiana. Pero ahí, frente a nosotros, en forma de fotografía, reportaje televisivo, documental, película.
Es como haber llevado el villano ideal colonizador renacentista hasta sus últimas consecuencias visuales.
¿Quién no ha visto alguna vez una imagen de Cartier-Bresson sin saber que era de Cartier-Bresson? Lo mismo podríamos decir de decenas de foto periodistas y camarógrafos. Casi nadie de ese sesenta por ciento de privilegiados que vivimos en ciudades en este planeta, vamos a la escuela, compramos libros, diarios, revistas, vemos televisión y navegamos por la www. Muchos sabían de él, sin saber su nombre.
Nacido en Francia en agosto de 1908, muerto en las aguas del Mediterráneo por cuenta propia en agosto de 2004. Henri Cartier-Bresson fijó en estampas gráficas acontecimientos y rostros sin los cuales el siglo XX no sería reconocible.
Pero reducirlo a eso sería un agravio intelectual. No solo “fijaba estampas” maravillosas por su compostura y resolución técnica. Uno de los aportes de HC-B al fotoperiodismo y la publicidad del siglo XX es que supo, como pocos, captar la emoción del instante del hombre. Eso que es tan fugaz como la inspiración en el acto creativo.
Él aprendió a meter en un cuadro fotográfico azarosas y contradictorias señales de la subjetividad humana. Y fue el menos intimista de los grandes fotógrafos del siglo XX. Uno puede descifrar una circunstancia social retratada por Cartier-Bresson, mirando los rasgos de los rostros, o las posturas de los cuerpos (su lenguaje). Había adquirido la habilidad de mostrar en formatos fijos, situaciones dinámicas del acto humano.
La obra de Cartier-Bresson es la síntesis de su propia construcción personal. Su inicial formación en la pintura y la plástica, luego en el cine, como ayudante, en la París de los “locos años 20”, fueron la fuente nutricia de su estética personal.
Pero Cartier-Bresson se formó en medio de un siglo desgarrador, contradictorio y trágicamente creativo. El siglo de las revoluciones, las guerras, las creaciones y los desastres. Lo atravesó cronológicamente casi todo con la vitalidad de un cazador.
Abrevó en todas las crisis políticas, sociales, culturales y militares sobrevenidas tras el corte histórico que fue la Primera Guerra Mundial. En una ciudad, París y un continente, Europa, que hasta 1945 fue el teatro de las guerras, de las artes y las ciencias.
De allí que para él fuera “lo mismo” la riesgosa cacería de un león en la Costa de Marfil en 1930; una original familia de regordetes pagando sus vacaciones a la orilla de un río en la Francia en 1938 desentendidos de la inminente Guerra Mundial; los ojos abiertos de 7 milicianos que esperan la muerte en absoluta soledad nocturna en una trinchera de la Guerra Civil Española; la imagen tranquila de Pekín asaltada por el remolino de las tropas alegres de Mao, en 1949. O los rostros sonrientes del Che y Fidel en La Habana el 1° de mayo de 1959.
Los rostros de gestos de alegría y de tragedia tomados por HC-B son las alegrías y tragedias del siglo en formato periodístico.
Y como pocas veces suele ocurrir con los dedicados a la imagen, Cartier-Bresson tenía capacidad para la frase inteligente y sagaz. Él dijo de si mismo, lo que nadie podría decir mejor: “Nunca he sentido pasión por la fotografía, sino por captar la emoción que el tema desprende...”.