Los dólares y los euros se desbordan de las alforjas cosidas en la medicina imperial francesa. La demanda de senos plásticos fueron un derrame de antojo desde pocos años. La voracidad femenina alimentó las cuentas bancarias de quienes llamados a preservar las vidas, prefirieron usar sus títulos para coletear la vanidad de algunas féminas.
Una vez más las mujeres fueron las víctimas. Víctimas, al menos, tres veces. Algún cerebro barbie-enfermizo les hizo creer que sin tetas no hay paraíso; dominó su voluntad, una de las aberraciones más detestables que pueda existir. Las más humildes parieron los millones hasta en complicidad con clínicas que desviaron recursos de pólizas destinadas a otros fines pero –lo más importante para ellas– no quedaron a la zaga de las que siendo adineradas ya mostraban sus torsos cual picacho de Galipán. En tercer lugar, y tal vez más lo más importante y delicado, hoy no sabemos –ni lo saben ellas mismas– cuantas padecen lo que pudiera ser un riesgo letal.
Qué pena que la industria del consumo mundial haya utilizado de nuevo a la mujer como materia prima para sus perversidades; qué pena que la monstruosa y efectiva capacidad de producción de ideas de esa maquinaria no sea empleada para que todas y todos concentremos nuestras fuerzas en el logro de objetivos mundialmente comunes.
En lo que a Venezuela respecta, la Revolución abre cauces liberadoramente femeninos aunque a veces, como en el tema citado, se deje meter uno que otro estrai. Resulta preocupante que instituciones encargadas de velar por los derechos del sexo “débil” no se hayan pronunciado. Al menos ante nuestros ojos no han pasado tales comunicados si es que existen y fueron despachados desde esas oficinas.
Debemos empeñarnos en que en Venezuela se consolide una verdadera plataforma de respeto hacia el ser humano, donde la valoración de cada una y cada uno supere con creces el tamaño de un pene o un pezón.
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