Por ahí he visto en semanarios artículos de opinión sobre la muerte de Chávez.
Moderados, por supuesto, se van hacia el centro, y concluyen lo que la humana lógica y razón pueden hacer concluir, soportados en apoyos lo más científico posible: el hombre tenía cáncer desde el año 2003 (según se trasluce de misiva de Fidel Castro), es mantenido con vida a lo largo de una década con lo mejor de la medicina cubana y luego, ya no dando para más, en medio de tapaderas y misterios políticos, muere.
Fuera del hecho de que al parecer tenía cáncer desde 2003 o antes, es el criterio generalizado.
Otros, más audaces o irresponsables, prefieren irse a los extremos.
Unos simplemente especulan que el gobierno ─de quien el mismo era cabeza─ lo mató. Lo estiró hasta el final para que, en caso de que se diese el hecho de su partida, dejase el legado de una victoria electoral como primer paso para continuar la gesta bolivariana sin su presencia. Tal posibilidad se sustentaría en el propio apasionamiento de Hugo Chávez, reacio a recibir imposiciones de nadie que no fueran sus propias convicciones, inclusive a precio de la vida propia. Hugo habría sido una suerte de reo, aprisionado en propias pasiones y abarrotado por sus allegados que explotaron hasta el final dicha “debilidad”, incapaces de sugerirle un retiro por razones de salud.
Otros, más dados a tesis conspiratorias, proponen la muerte de Chávez como un logro de la pérfida maquinaria de guerra de la derecha internacional, en constante caza y aniquilamiento de líderes carismáticos y circunstancias propiciatorias de la causa contraria, la izquierda política. Chávez mismo lo había perfilado cuando receló de las enfermedades de Lula, de la Kirchner y la suya propia. Para nadie inteligente es secreto que los EEUU son unos maestros en el arte de asesinar y hacer luego parecer que la cosa fue natural o fortuita, y locuaz a alguien si se le ocurre explicarla con la verdad, esto es, acusándolos a ellos mismos. Así se han manejado desde sus interiores vísceras, desde que como sistema asesinaron a su propio presidente, John Fitzgerard Kennedy, y extendieron el éxito de su práctica al mundo entero.
Que alguien diga que no fue Lee Harvey Oswald y apunte hacia el FBI, los cubanos mayameros o la CIA como responsables trasunta un acto de locura de la misma catadura que creer en avistamientos de Ovnis. Por fortuna para la razón y hasta para la locura, las suspicacias de Chávez fueron hasta cierto punto reivindicadas con el descubrimiento de las causas mortales de Arafat, quien fue envenenado con polonio radioactivo por el Mosad, la agencia de inteligencia israelí.
Entonces aquellos que se mofaron de que era una estupidez creer que Miraflores había sido puesta bajo un haz de luz cancerígena para matar a un presidente, por poner un ejemplo, empezaron a sentirse estúpidos en carne propia. Chávez pudo ser asesinado, sino de cerca, de lejos (el resultado es el mismo). Si ya se sospecha que es posible generar sismos a través de ondas de radiofrecuencia enfocadas sobre determinados sitios de la Tierra (HAARP: High Frequency Active Auroral Research Program), a distancia y del modo más impune, ¿qué problema puede haber en creer que es posible matar a un simple mortal que duerme en un espacio terrestre no mayor a varios kilómetros cuadros? Para los efectos, el enemigo pernota cerca, a escasos kilómetros en unas islas caribeñas, dotado de sofisticados equipos militares de suyo de experimentación sobre las gentes. Y esto para el caso de que no haya sido inoculado directamente con alguna sustancia radioactiva, lo cual supondría que existe un gran traidor por allí.
La especulación pertenece al arte de la ficción, en tanto no es ciencia ni certeza, según cimientos paradigmáticos que nos dominan, y establece cuotas de responsabilidad para aquellas mentes que la paren. Julio Verne en su tiempo fue un hombre con un hacer de ficciones; hoy podría parecer un hombre de ciencia quizá con muy poca imaginación, desplazada como ha quedado su especulación. Si en su tiempo usted especula utilizando su imaginación al servicio de la ficción, bienvenido sea; pero si usted, por el contrario, pretende cimentar especulaciones como hechos valiéndose de ficciones, podría terminar sus días en una mazmorra, aunque pasados los siglos se demuestre que tiene razón.
A nadie se esconde que la realidad puede rebasar los límites de nuestra contorneada razón, haciéndose mágica o real maravillosa a nuestra percepción. Entonces estalla ante nuestros ojos en su esplendor y mueve a la razón a ampliar su cobertura y dotes de especulación (¡qué contradicción!), así como a ser un poco más osada en cuanto al sentido de la responsabilidad a la hora de elucubrar. Fíjese usted: después de lo de Arafat, ya no parece locura lo del envenenamiento de Hugo Chávez con radioactividad; claro, nos sigue pareciendo realismo mágico que pudiera haber sido víctima de una maquinación a distancia, al estilo HAARP, mentalista o cualquiera sea.
Yo, como muchos otros tantos extremados, con mi arte de la especulación y osada irresponsabilidad, rayante en la locura quizá, propongo que se examinen los restos de Hugo Chávez. Si usted cae en cuenta, se fijará que ahora la práctica parece de moda: recientemente fueron exhumados los de Pablo Neruda.
Mis razones: no me dan buena espina los gringos, matadores de los Kennedy, Luther King, Lumumba, Allende, Arafat, etc), y mi imaginación barrunta constantemente asesinato si el hecho es que Hugo Chávez se presentó a la política venezolana como un hombre sano y cabal, y “enfermó” cuando se perfiló como una amenaza para los primeros. Además por ahí vuelan unos detallitos que no son producto precisamente de una bien sembrada reputación del Mosad, esa sarta de criminales israelíes: Shimon Peres anduvo por Colombia en el 2009 y soltaba a ratos con gran satisfacción que Hugo Chávez pronto dejaría de ser un problema. Además, chico, me rehúso a dejar de tener razón para el caso de que lo real maravilloso de hoy pase a ser cierto en el futuro, y nunca me perdonaría no haber sido un poco más irresponsable u osado con mis especulaciones.