La lucidez en la vejez

Suelen decirme amigos y conocidos que me ven muy lúcido, y yo les respondo que la lucidez puede ser penosa. Pues, con independencia de la mayor o menor elocuencia o habilidad retórica encontrada por los lectores en mis escritos, fuera de esta actividad mía que nunca ha estado dirigida a vender libros ni artículos, hay otros aspectos de la vida que pueden hacerse insufribles. Y, precisamente, a los 86 años, la lucidez, en contraste con la superficialidad y materialismo que abundan más que nunca, pueden ser una de las causas de aborrecer la vida. Si mis neuronas hubiesen envejecido en la misma medida que mis órganos, quizá la vida se me hiciese más llevadera… Porque, sin tener puntuales motivos (como falta de afecto, depresión nerviosa o trastornos severos de la salud) hay otros factores que me hacen considerar la vida cada día menos deseable. He cumplido con mis objetivos, he tenido suerte a raudales, y se me valorado en la sociedad de mi madurez, por encima de mis merecimientos. Me considero satisfecho. Pero es la lucidez, quizá el exceso de lucidez, lo que desdibuja el deseo del vivir. Veamos con más detalle por qué…

Vengo, desde hace ya muchos años acariciando la idea de que en el último tramo de la vida, mi refugio psicológico, mental y espiritual habría de situarlo en la Naturaleza, en lo que habría de ser huerto en un trozo de tierra de mi modesto jardín. Aparte las tareas de acondicionamiento y la atención que requieren los cultivos, asistir a los procesos de la vida vegetal a lo largo de las estaciones del año, me fascinaba. Sería la etapa más apasionante de mi vida…

Pero luego ha resultado que me encuentro, en este sentido, con un panorama desolador. La deriva oncológica del clima planetario, la escasez de lluvias alternada con fenómenos torrenciales que arrasan pueblos y ciudades, las altas temperaturas, sin transiciones, los cambios bruscos de las mismas a lo largo del día y de la noche,… todo ello ha dado al traste con mi propósito de cultivar plantas hortícolas. Pues aun en semi sombra, el riego en verano las cuece. En fin, que he desistido de tan natural y atractiva tarea; atractiva, al menos para quien no vive de ello. De hecho, apenas ya me asomo al jardín.

Otra de mis pasiones de siempre, la música clásica. Se ha debilitado. Porque ahora, oídas tantas veces las obras musicales y, pese a ser un género en el que cuanto más se escucha una composición más se disfruta de ella, llega un momento en que el alma también responde envejecida. Los registros en las fibras nerviosas donde se aloja la emoción estética de lo muy escuchado, ya no responden. Y tampoco responden los estilos posteriores al siglo XIX.

Y ¡qué decir de la sociedad de mi país!, la otra parte de la frustración personal… La puntual ausencia de normas de cortesía, el manifiesto nulo aprecio general por la vejez, la actitud de recelo de las personas que no te conocen, incluso antes de hablar; la pérdida de la capacidad de asombro; la excesiva atención que prestan las generaciones que se van sucediendo a la sensualidad, repartida entre una sexualidad exacerbada y el consumo salvaje; la pobreza del vocabulario general; la obscena atracción por el "todo está permitido"... Y, ya fuera de mis fronteras, ver con una lucidez intacta, no con la ingenuidad de otras edades, todo descarnado: la política interior y exterior, las guerras, lo que se trama entre bastidores, la preparación de los engaños, las falsedades descaradas divulgadas por las agencias de prensa y por las grandes superestructuras mediáticas; todo, en fin, lo que, sin tapujos, hay de miserable en la condición humana y en la sociedad… Es decir, siguiendo la analogía de Schopenhauer, ver de una manera persistente el tapiz de la vida por detrás, no la policromía del tapiz por delante, es lo que, en función del carácter de cada cual, eso y esporádicos deseos de dimitir de la vida, es lo que nos espera de esa lucidez a edades avanzadas como la mía. Es más, todo ello, unido a un difícil entendimiento y comunicación elementales entre las personas, es la causa de que, a mí y a mi generación nos sitúe a una distancia tal de las actuales generaciones, que puedo decir que, desde el punto de vista antropológico, ya no soy de este mundo en cuanto salgo de mi casa…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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