Los discursos polarizantes y de unidad nacional suelen ser útiles para generar cohesión social y consensos. Así, por ejemplo, durante el mes de julio de 2015 de manera simultánea a las OLP se emprendió la campaña por la defensa del Esequibo contra la amenaza externa; mientras que hacia adentro el país se defendía del enemigo interno: el delincuente.
En el caso de las OLP los bandos político-partidistas (gobierno y oposición) -aparentemente confrontados y polarizados- optaron por reproducir un discurso muy similar, tanto en sus formas como en sus contenidos ideológicos. La polarización entre bandos político-partidistas, que domina la escena nacional, fue sustituida por una polarización del Nosotros (la ciudadanía, la clase política y los medios de comunicación) y Ellos (los supuestos delincuentes) (Van Dijk, 1996, 1999), propia de la lógica bélica y de la construcción del enemigo social. Los primeros deben resguardarse de los segundos, a los primeros hay que protegerles y respetarles sus vidas, a los segundos no. En estos últimos casos se trataría de vidas que no son dignas de duelo (Butler, 2010), por el contrario, sus muertes estarían justificadas política, social y mediáticamente. Las vidas de los primeros se lloran, las muertes de los segundos se aplauden.
Durante las OLP la construcción discursiva de enemigos ha sido una constante, aunque poco coherente, en ocasiones son paramilitares colombianos, en otros: crimen organizado, mafias inmobiliarias, y hasta se ha llegado a hablar de maras salvadoreñas. Una de las últimas categorías utilizadas fue la de los “bachaqueros”, que sigue siendo en buena medida una práctica de menudeo llevada principalmente por los sectores sociales más carenciados.
Este proceso de criminalización y estigmatización ha sido acompañado de un discurso políticamente peligroso, que hace uso de términos que evocan al exterminio y la aniquilación, comparando a los presuntos infractores con “plagas” a las que hay que “tratar” como tales. En estos procesos los medios de comunicación son fundamentales.
El marco de referencia es la guerra y la aniquilación del “otro”. Es precisamente en esta lógica bélica que opera el periodismo incorporado.
Judith Butler, en su obra “Marcos de guerra. Las vidas lloradas”, explica el periodismo incorporado como la aceptación por parte de los medios de “informar sólo desde la perspectiva establecida por los militares y las autoridades gubernamentales”, “el que se atiene a las exigencias del Estado y del Departamento de Defensa”, lo que les asegura “el acceso al teatro de operaciones de la guerra”. Los medios terminan entonces siendo el aparato de propaganda de este tipo de políticas. El contexto en el que la autora hace el planteamiento es la invasión norteamericana a Irak.
Pero como las élites políticas insisten en mezclar y confundir el escenario de la guerra con el de la seguridad ciudadana, entonces el traslado del análisis crítico del primer escenario al segundo es útil. ¿Este fenómeno de periodismo incorporado no ocurrirá también en el ámbito de la seguridad ciudadana? ¿Esto no será lo que sucede en ocasiones con el llamado periodismo de sucesos? ¿Hasta qué punto algunos periodistas de sucesos no terminan siendo rehenes de los policías y militares, para ser instrumentalizados como sus aparatos de propaganda y legitimación? ¿El periodismo de sucesos no se convierte en ocasiones en un reproductor del discurso y de la lógica policial y militar? ¿El periodista de sucesos a veces no necesita quedar bien con quienes le filtran alguna foto sangrienta, una información que le asegure muchos clics, o llevarlos a un operativo para que tengan la mejor cobertura? ¿Algunos periodistas de sucesos no terminan legitimando las arbitrariedades y excesos policiales y militares? ¿Por qué priorizar el relato policial y militar sobre otros como el de los familiares, vecinos y testigos?
Sirvan estas preguntas para problematizar y contextualizar la discusión en torno al uso de las máscaras de la muerte que utilizaron los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado en el Valle el pasado viernes, donde hubo al menos 9 personas fallecidas en el marco de las OLP, ahora con “H” -¿“H” de humanismo o de homicidios?-. ¿Estas fotos cómo fueron tomadas? ¿Es una nueva línea propagandística de los cuerpos de seguridad o es el producto de un trabajo periodístico independiente? ¿Son un encargo institucional? ¿Los funcionarios posaron para las mismas? En algunas fotos da esa impresión. ¿Cuál es el contenido que acompaña a estas fotografías? ¿Cuál es el mensaje a pie de página y el titular? ¿Cuáles son los marcos y los contextos de estas imágenes?
A todo evento, lo más importante es analizar y cuestionar la masacre por goteo que resulta de este tipo de intervenciones. Si se cometen homicidios impunemente, si no hay ningún tipo de rendición de cuentas de cómo ocurren las muertes en el marco de operativos policiales -¿son efectivamente enfrentamientos o ejecuciones extrajudiciales?-, si son militares los que dirigen y ejecutan este tipo de procedimientos, que no se respete la normativa de los uniformes parece ser algo de menor importancia.
Todos discuten la máscara, la apariencia, pero no que hubo 9 muertos, incluso se presentan como algo natural, positivo y apriorísticamente como productos de un “enfrentamiento”. Nadie discute que según diversas fuentes (OVV, Antillano) hubo más de 5.000 personas fallecidas en manos de los cuerpos de seguridad del Estado el año pasado, esto significaría que este tipo de muertes aumentó más de un 100%. Pero no, lo importante es la máscara y lo que comunica, como si el mensaje no estuviese claro desde hace rato.
Una de mis líneas de trabajo ha sido analizar cómo los medios de comunicación, muchas veces, terminan definiendo las decisiones en materia de política criminal, mi objeto de estudio casi siempre es el Sistema Penal, del cual, sin duda, los medios de comunicación forman parte. Así como se analiza a la delincuencia y sus actores, al Sistema Penal y sus operadores, el periodismo de sucesos y el tratamiento mediático que se le da a las actuaciones de los policías y militares, en el marco de políticas de seguridad ciudadana, también deben ser objeto de estudio, sobre todo en estos tiempos que nos ha tocado vivir.