"Había tal hedor que era imposible estar ahí por más de cinco minutos. Mis soldados no lo podían soportar y me rogaban para que los dejara ir. Pero teníamos una misión que cumplir", esto lo dice el primer oficial del ejército soviético, Anatoly Shapiro, cuando entró con sus tropas a liberar el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau el 27 de enero de 1945, después de la derrota de la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial.
73 años se han cumplido ya de esa espantosa realidad y que de acuerdo a las investigaciones realizadas sobre el holocausto, se determinó que allí fueron asesinados en su mayoría judíos europeos, homosexuales y alemanes opositores, muchos de estos últimos comunistas. La población de prisioneros del campo cuando llegó ese día, era de un poco más de siete mil, pues sus captores, tanto los de alto rango y como los custodios del infernal lugar, habían logrado escaparse.
Un aniversario más de ese memorable acontecimiento, nos impone refrescar la memoria y decir lo que muy poco se divulga sobre el papel condenable que jugó el Gobierno yanqui de la época, al resistirse casi hasta el final del nazismo a favor de admitir un plan de rescate masivo de judíos perseguidos por ese criminal régimen en Europa y su ingreso al territorio del Norte.
No solamente logró el propio presidente Franklin D. Roosevelt hacer más inflexibles las leyes migratorias, sino mantener su rechazo a llevar adelante un proyecto para rescatar judíos y disponer, a través de su funcionario de mayor confianza y quien desempeñaba la autoridad mayor de su gobierno en el área de inmigración, Breckinridge Long, un aristócrata y antisemita visceral en extremo, todos los obstáculos posibles para la expedición de visados, por la vía de exigir cada vez mayores requisitos, entre los cuales se incluyó, por increíble que eso nos parezca, un certificado de buena conducta expedido por la policía alemana…
Sostienen algunos historiadores y expertos en el tema que el propio Roosevelt ordenó hacer lo indecible porque los refugiados judíos perseguidos por los nazis, fueran “reasentados” y sugirió como posibles destinos, a países como Venezuela, Etiopía y África Occidental y qué casualidad, los gobiernos de todos ellos no eran para la época otra cosa que serviles a su políticas imperiales y, en el caso del nuestro, su mayor y más seguro proveedor de petróleo a precio vil, para más detalles...
Y así sucedió. En 1939 llegaron a nuestro país 251 judíos. Su recibimiento fue bien solidario por parte de las comunidades adonde atracaron los barcos (Puerto Cabello), pero hubo sectores del gobierno de Eleazar López Contreras y de las clases burguesas clericales de la sociedad que se opusieron, arguyendo razones religiosas, pues se trataba -lo decían indignadas- de personas anticristianas que llegaban a un país eminentemente católico, como el nuestro y porque alegaban, además, que otorgarles refugio violaba de modo flagrante la Ley de Inmigración y Colonización (1918), la cual negaba el ingreso de negros y los nacionales de Polonia, Alemania, Checoeslovaquia, Rumania, Siria, Egipto y, entre otros, de Albania y, precisamente, esos inmigrantes judíos eran de esas nacionalidades. No obstante ello, el Gobierno cedió a la presión del pueblo y, también a la que provino del mundo exterior no fascista…
Esa es la historia y no aquella distorsionada que nos engaña diciéndonos que nuestro país fue "muy" receptivo a la inmigración judía y mucho menos gracias a la “humanitaria” gestión de Estados Unidos…