Demasiado fuerte es el prestigio de la Democracia como para que la clase dominante siga negándola.
Desde la antigüedad grecorromana el debate político busca alcanzar la democracia formal como instrumento para conquistar la económica y social.
Desde el siglo pasado la estratagema de la derecha consiste en conceder la primera para negar la segunda.
Tras prolongadas batallas consiguió el pueblo el sufragio universal; la oligarquía lo inutilizó limitándolo a la selección de mandatarios.
Así ocurrió en Venezuela con el Pacto de Punto Fijo de 1958: su primera cláusula limitaba el debate electoral a planchas y candidaturas, la segunda imponía un programa único para los contendores; la tercera excluía a socialistas y comunistas.
Nadie puede cambiar el juego jugando con las reglas del juego.
Desde fines del siglo XX movimientos progresistas ganan elecciones en América Latina, respetan escrupulosamente los principios del llamado juego democrático, garantizan total libertad de expresión, independencia de los poderes, propiedad privada sobre la mayoría de los medios de producción, ejemplar garantía de derechos humanos legales, económicos y sociales.
La derecha utiliza esas libertades para impugnar elecciones legítimas como fraudulentas, dar golpes de Estado militares, mediáticos, judiciales y legislativos, diluviar desinformación y falsas acusaciones de violación de derechos humanos, desatar guerras económicas de cuarta generación y ofensivas paramilitares de homicidio selectivo, linchamientos y terrorismo, instaurar dictaduras o seudodemocracias que revierten toda conquista económica y social.
De nada le valió a ningún progresismo su buena conducta y su atildadolegalismo: contra todos imperio y clase dominante tiraron a matar, como si se tratara de revoluciones radicales.
Cuando el pueblo intenta utilizar la democracia formal como instrumento para la económica y social, la clase dominante no concede ni la una ni la otra.
Ejemplos: bloqueo y agresión contra Nicaragua, consecutivos derrocamientos de Mel Zelaya, Fernando Lugo, Dilma Rousseff, tentativa de secesión de Bolivia, golpe contra Correa, encarcelamiento de Lula, exterminio de dirigencias radicales en Colombia a partir de los acuerdos de paz, ininterrumpido intento de aniquilación del bolivarianismo desde su primera victoria electoral en 1998, todos a espaldas del pueblo e incluso contra su voluntad.
En todos se acosa a movimientos que llegaron a la primera base política, alcanzaron a veces a la segunda base social pero no pudieron conquistar la tercera base económica ni culminar la carrera convirtiendo a la clase dominada en dominante.
Mala es una guerra en la cual la reacción emplea todas las armas legales e ilegales y la revolución ninguna.
Tras matar al tigre político no hay que tenerle miedo al cuero económico y social.