¿Qué relación guardan las formas criminales con los tipos de sociedad y cultura a la que pertenecemos? Sin ánimo de establecer una respuesta definitiva, siempre imposible en materias humanas, ensayemos una respuesta. Cultura e integración no son conceptos sin más, son categorías fundamentales de las ciencias humanas y sociales. Lo que hace singular al animal humano con relación al resto de la vida del planeta es la condición cultural. Heredamos genéticamente de nuestros antepasados nuestra fisonomía y muchas predisposiciones, algunas atléticas, otras dirigidas a determinadas enfermedades, por sólo mencionar estas. No tenemos que aprenderlas, no han de ser educadas. También heredamos de nuestros antepasados una cultura, que para definirla en términos de Clifford Geertz es el universo simbólico en el cual habitamos, un universo que forma nuestras creencias, valores, conocimientos, saberes y actitudes ante todo lo contenido en la expresión “mundo”. Nuestro mundo, nos enseñan las ciencias humanas y sociales, tiene básicamente una estructuración simbólica, tiene como lugar de residencia el lenguaje que nombra, que hace aparecer, que vuelve presente lo ausente. ¡Un elefante! El lector no lo tenía presente hasta que lo nombré. De repente, al nombrarlo, se le hizo presente. ¡Un elefante! El universo es del tamaño de tu lenguaje, nos dice Wittgenstein. Puede resultar más amplio o menos, la cosecha de tu mundo depende del cultivo que hayas obtenido, depende de tu cultura. Cabe agregar que lenguaje no es sólo el idioma, la lengua materna y las adquiridas, lenguaje en sentido amplio es también la música, los gestos, las artes plásticas y todo aquello en lo que significantes y significados tejen textos en sus maridajes rizomáticos, maridajes poco rígidos. El lenguaje humano es siempre sistema poiético, creador, como creadora es la poesía. De repente, un manco hace aparecer a Quijote y su mundo, y un indocumentado en Venezuela hace lo propio con un pueblo llamado Macondo, o Sor Juana Inés de la Cruz nos enseña con sus versos la indolencia masculina. Sólo el lenguaje humano resulta poiético, no sólo transmite informaciones y emociones, crea mundos. Algunos de ellos muy reales como el Estado que establece muy materiales y terrestres fronteras imaginarias con otros Estados, Estados que ordenan, o intentan hacerlo, el orden institucional de una sociedad, órdenes que nos limitan y habilitan para la acción, algunos más, otros menos. Un Estado o una institución no es como la concreción de un elefante que nos topamos en determinado lugar y nos impresiona con su mole, el Estado y la institución son conceptos abstractos pero muy concretos al crear el orden por el cual nos orientamos en la vida pública y también en la privada. La cultura tiene todas las características del lenguaje que, repetimos, es su lugar de residencia. La cultura constituye nuestro mundo, y por ella damos nuestra vida biológica. Morimos defendiendo símbolos, desde banderas hasta cruces, desde ideales como el voto hasta la justicia social para los trabajadores. Damos la vida por esos símbolos porque habitamos la vida simbólicamente, y eso es lo que nos diferencia, repetimos, del resto del zoo. Y la cultura se hereda de nuestros antepasados, pero no del mismo modo que se heredan los caracteres genéticos de nuestra condición biológica. La cultura hay que aprenderla, tienen que enseñárnosla para que nos forme como personas. La gran frontera entre lo biológico y lo cultural es que mientras este precisa de la educación aquel no.
Lo religioso conforma una dimensión importante de la cultura. En un sentido amplio la religión divide el mundo en dos esferas, la de lo sagrado y la de lo profano. Lo sagrado se considera tan valioso que ha de ser inviolable. Violar lo sagrado se vuelve el peor de los crímenes, aquel que una sociedad castigará con la mayor contundencia. Lo profano en cambio se vincula con lo cotidiano, con las actividades marcadas por nuestras necesidades biológicas y sociales fundamentales. Lo religioso no se circunscribe a una religión determinada o alguna forma institucional específica como la iglesia católica o la luterana. Lo religioso constituye nuestra vida social y no precisa ser monoteista, politeista o totémico. Hay religiones seculares, sin dioses, sin iglesias. La declaración universal de los derechos humanos documenta una de estas religiones, la de los tiempos modernos. Allí se dice, el derecho a la vida es inviolable, y después hace lo propio con otros derechos más puntuales. La vida, en este caso la vida de un individuo humano, es lo sagrado por inviolable, el supremo valor, y el peor de los crímenes es acabar con la vida del otro, del prójimo. No hay cultura ni institucionalización social sin alguna forma religiosa en el sentido aquí expresado. Lo religioso emanará a normas morales, éticas y luego jurídicas. Lo religioso apunta así a la otra gran categoría de las ciencias humanas y sociales mencionada al comienzo, la integración. No hay sociedad humana sin integración. Pero aquí de nuevo nuestra condición biológica resulta insuficiente. A diferencia de otras formas animales sociales nada en nuestra herencia genética nos dice cómo organizarnos, cómo integrarnos, cómo vivir juntos. El universo simbólico que es la cultura nos dará la cartografía para hacerlo, ofrecerá los valores para armar el andamiaje institucional por el que corren nuestras relaciones sociales. Lo político no se entiende sin la cultura y las formas de integración. Pero la integración no es sólo social, es también integración con la naturaleza, con el entorno ecológico y por eso las formas de integración social guardan una relación dialéctica con lo económico. Por ejemplo, lo religioso (propiamente cultural) y lo económico están en mutua influencia, se retroalimentan, como mostró Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” o en su “Sociología de las religiones”. También lo político entra en este campo de fuerzas económicas y culturales, está habilitado y limitado por las mismas, como lo político a su vez genera impactos económicos y culturales. Cuando en este complejo campo de fuerzas hay contradicciones emergen crisis y las crisis son síntomas de falta de integración.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿qué relación guardan las formas criminales con los tipos de sociedad y cultura a la que pertenecemos? Pues bien las formas criminales indican problemas de integración social. Uno de los grandes maestros de las ciencias humanas y sociales en esta materia fue Émile Durkheim (1858-1917). En su época predominaban teorías sobre la determinación biológica del criminal, algo así como que entre nosotros hay quienes nacieron para ser genocidas, ladrones del erario público o violadores sexuales. Conocidas al respecto fueron las teorías de Cesare Lombroso y la “Nueva Escuela”. Si nuestros comportamientos delictivos están determinados biológicamente pues con una buena profilaxis genética a mano de la ingeniería genética actual acabaremos con la delincuencia, curaremos antes de nacer a los Hitler o a los Netanyahu. El sueño ultra de “La Naranja Mecánica” 2.0, pues la primera aún estaba atada a la psicología y psiquiatría conductistas. Ya no necesitaremos psiquiatras y mucho menos sociólogos, necesitaremos ingenieros genéticos. Pero Durkheim desafío esta tesis. Aumentó el tamaño de nuestro universo con la palabra “anomia” y el concepto adherido a la misma. Aunque quizás en el término durkheimiano pase lo que pasa con el marxiano de ideología, de que haya más de un concepto. Mas, en todo caso, anomia, desatención personal a las normas, indica falta de identificación por parte del individuo con las normas sociales, no reconocerse en estas, y con ello problemas de integración del individuo con su grupo social. Quien a mi entender mejor lo expuso posteriormente fue Robert K. Merton (1910-2003). Identificó la anomia y las formas criminales que puede generar la misma como un problema crítico entre los medios institucionales que ofrece una sociedad y las metas culturales que se inculcan a la persona para que sea socialmente exitosa. Por ejemplo, la publicidad vive bombardeandonos con propagandas sobre el prestigio que logramos al andar con sendas camionetas lujosas, vivir en determinadas zonas urbanas y vestir con tales y tales marcas. Establece esas metas culturales a todos los miembros de la sociedad indiscriminadamente pero apenas unos pocos pueden acceder a los mismos con los medios institucionales que ofrece el orden social, medios regulados jurídicamente como el trabajo asalariado, las apuestas en juegos lícitos o la herencia familiar de bienes. La mayoría no logrará la promesa de éxito de la publicidad con su salario, apostando o con lo recibido de sus familiares, así hay una disrupción entre los medios permitidos y los fines que se le inculcan al individuo. Entre esta disrupción emergen formas criminales. Merton las caracteriza afirmando que las personas más relajadas moralmente aceptan las metas difundidas pero al saber que los medios lícitos no las consiguen entonces delinquen, especialmente en sociedades secularizadas y marcadas por el consumo ostentoso como las capitalistas. Así, algunos funcionarios públicos se hacen con camionetas, viviendas y demás enseres de prestigio social mediante los tipos de corrupción administrativa. O los muchachos de la calle, sin medios, excluidos, no integrados socialmente, cometerán sus tropelías, seguramente no para hacerse de una camioneta, pero sí para comer y obtener la droga que les permita visitar otros mundos a costa de su salud física y mental.
Históricamente las prisiones de Estados Unidos tienen una población presidiaria en torno al 70% de afrodescendientes siendo estos aproximadamente el 30% de los habitantes de ese país. ¿Qué pasa con ellos? Si me guío por la tesis de Lombroso y la Escuela Nueva pues la cuestión debe radicar en su mapa genético. Habrá que blanquearlos genéticamente entonces. Trump se llevaría muy bien con Lombroso. Empero, las ciencias humanas y sociales nos muestran que es la población desheredada porque heredó la esclavitud pasada, la población no integrada por una sociedad muy dada al apartheid. Y aquí desheredado significa no sólo en lo económico sino también en lo educativo. Cabe agregar que el desheredado es el más vulnerable en su estima a la propaganda manipuladora del capitalismo de consumo, precisamente aquel que carece de los medios para satisfacer el deseo generado.
En nuestra pregunta inicial, ¿qué relación guardan las formas criminales con los tipos de sociedad y cultura a la que pertenecemos?, se habla de formas criminales, algo que no hemos tratado y queremos hacerlo brevemente a modo de conclusión. Reformulamos la cosa en estos términos: ¿por qué algunos criminales ametrallan a los 15 años a sus compañeros y maestros de escuela mientras que otros actúan en mafias y hasta empresas transnacionales como “el tren de Aragua”? No nos preguntamos por el criminal en tanto que persona, eso precisa del elemento biográfico. Los asesinos en serie que ha producido casi que en masa Estados Unidos, especialmente en la década de los setenta y los ochenta del pasado siglo, se explican mucho por sus biografías no pocas veces asociadas con familias disfuncionales, desintegradas. Pero no preguntamos por biografías sino por tipos. El criminal aislado y adolescente que fusila a su escuela o el que actúa en mafia, por poner solo esos casos, pues nuestro artículo debe terminar. Nuestra interpretación, nuestra hipótesis que va de la mano de las ciencias humanas y sociales, es que el factor cultural y su raíz religiosa no debe demeritarse. En principio la criminalidad es síntoma de problemas de integración social y estos guardan vínculos estrechos con las formas económicas en que se sustentan nuestros modelos de desarrollo social. Pero la figura del criminal que actúa individualmente y el que lo hace en mafias es lo que nos interesa ahora. ¿Por qué Estados Unidos produce frecuentemente adolescentes homicidas y posteriormente suicidas que actúan en la mayor soledad mientras que en otras latitudes se producen mafias? Pero sigamos en Estados Unidos, ¿acaso no ha habido mafias en Estados Unidos? Sí las hubo y las hay. Su origen está en las prohibiciones del alcohol y en grupos de inmigrantes que no encontraron facilitada la integración en aquella sociedad de dominio WASP (White anglosaxon protestant, blancos anglosajones protestantes), grupos de inmigrantes que procedían de sociedades donde el grupo y la familia son valores muy elevados, muy por encima del individuo competitivo. Sociedades donde predominaban religiones más basadas en la comunidad, en la Ecclesia (asamblea, comunidad, iglesia en latín), que en el individuo, sociedades, por ejemplo, de predominancia católica, como las de la Italia meridional. En cambio, la “P” de WASP es “Protestante”. Los protestantes también son cristianos, pero no son católicos, hay importantes diferencias. La ruptura con los católicos está en muchas aristas, una es el individualismo. Los protestantes, especialmente la vertiente calvinista, exaltó el individualismo competitivo al quitarle autoridad a la iglesia y poner a las personas a competir por el éxito como señal de ser queridos por Dios. Muy importante dentro de una doctrina de la predestinación que decía que algunos eran salvos y otros morirían para siempre. La señal de éxito en el trabajo, siendo el trabajo lo que Dios quiere de nosotros en el calvinismo, es lo mejor que puede ocurrir. Y además no es cualquier trabajo. También el Dios católico quiere que trabajemos tras la expulsión del Paraíso, pero el trabajo católico es más una cuestión moral que económica. Quien no trabaja es un vago y un maleante, y los buhoneros manteleros trabajan mucho, día y noche, bajo sol y bajo lluvia. El trabajo hace honesto al católico. Al protestante también, pero sobre todo el trabajo económicamente productivo, el que produce riquezas, señal de éxito. En contraste, el individuo que ya desde joven no es exitoso en el trabajo, no es una especie de Elon Musk, entonces es visto como fracasado, señal de no ser querido por Dios. En consecuencia, los otros individuos no quieren juntarse con él, lo aislan. Con estas coordenadas religiosas creció la capa dominante de la sociedad estadounidense. Ciertamente hace mucho tiempo la religión protestante se secularizó por aquellas latitudes, pero quedó la cultura. Pues las culturas tienen como núcleo inicial la religión, y las religiones guardan cierto parecido con las estrellas, al principio son fulgurantes energías que luego se van apagando, pero en el largo trayecto la energía sigue transformándose. La fiesta originalmente es religiosa, después, con la secularización, se vuelve el bonche para flirtear enamoradamente, bailar y tomar caña. El individualismo en Estados Unidos se hizo cultura, y el individuo no exitoso de acuerdo con los parámetros establecidos es aislado, se le hace apartheid y persecución. Ahora busquen ustedes las biografías de los chamos que frecuentemente fusilan a sus escuelas y encontrarán el individuo aislado, no exitoso, apartado, no integrado. No es el individuo que formará el Tren de Aragua, no hay allí cultura de solidaridad social. En cambio, en otras latitudes las bandas es lo normal, la mafia como familia. Surgen desde otro modo de desintegración social, pero predomina el grupo sobre el individuo, e incluso, como muestra bien el caso de Medellín, y no se trata de una excepción, la banda narcotraficante tiene arraigo popular porque muchas veces hace lo que el Estado formal no hace por esas comunidades, por, en cierto sentido, sus comunidades.
Cerramos reafirmando que hablamos en términos hipotéticos, que todo lo social guarda tanta complejidad que no se puede aislar un factor como única causa explicativa. Sin embargo, el factor sociocultural es una de las claves de lo tratado, no debe marginarse del fenómeno criminal. Rechazamos también romantizar alguna forma delictiva por más solidaria que resulte. Finalmente, toda figura criminal resulta de un mal terrible, la falta de integración social. No producimos, al menos hasta hoy, chamos que acribillan a medio mundo en el liceo, afortunadamente. Producimos otras formas también terribles de criminalidad. Nuestro modelo social no integra mayoritariamente, no ofrece suficientes medios lícitos para perseguir metas culturales, metas que seguramente habrá que impugnar para que no haya tanto idiota peligroso robando fondos públicos para hacerse con una camioneta. En otra oportunidad, quisiéramos vincular nuestras formas anómicas con el modelo de crecimiento económico que surgió en la Venezuela de hace un siglo. Por el momento, ya esto va muy largo. Feliz día amigo lector, lector seguramente perteneciente a la inmensa mayoría no criminal de nuestro hermoso país.