Por Ingrid vuelan las campanas

El lenguaje popular nos explica situaciones difíciles de concebir a través de la razón, y sin someternos a juicios que nos puedan llevar a tomar posiciones en pro o en contra de las especies de las cosas.

“Guerra es guerra”, decimos, cuando no queremos o no podemos dar mayores explicaciones sobre ciertas conductas éticas o morales que en otras circunstancias resultarían imperdonables.

En el juego de la guerra que se libra en Colombia, hoy tenemos que celebrar el incruento rescate militar que libró la vida de Ingrid Betancourt, los tres norteamericanos y once militares y policías que desde hacía años se encontraban padeciendo el secuestro de las Farc en las profundas selvas colombianas.

Celebramos el final feliz de este episodio, tanto como sentimos el infeliz desenlace de otros que han cobrado la vida de tantos otros secuestrados en poder de la guerrilla en el pasado reciente, como los diputados del Valle o el querido gobernador de Antioquia, y su no menos carismático asesor gubernamental.

Se dirá en los próximos días que por tan afortunada circunstancia la política de seguridad democrática del gobierno de Uribe es un éxito, y difícil será contradecirlo. La misma Ingrid dijo que uno de los grandes aciertos del país fue reelegir a Uribe porque en el explicable interregno militar que se presentaba entre la entrega y posesión de los gobiernos, las Farc tomaban oxígeno y se fortalecían.

Esas son razones, como dice el mismo vate, que la razón no entiende. O mejor, como queda dicho atrás: “guerra es guerra”-

Pues, no. Para quienes rechazamos el pragmatismo político, y en general el pragmatismo como filosofía de vida, no podemos aceptar, sin dejar de celebrar las circunstancias felices de un azaroso resultado pragmático, como en el macabro juego de la ruleta rusa cuando el proyectil queda en el tambor y no dentro del cráneo, que ésta pueda ser una consuetudinaria actitud de la vida, y menos cuando hablamos de la vida de los pueblos en la que se encierra y comprende principalmente sus formas de gobierno, concretamente el democrático.

Sigo creyendo en dos cosas acérrimas a mi ideología social: que la guerra no se desactiva con armas y que el gobierno de Uribe ha sido un desastre en todos los campos, incluyendo este campo militar por el que tantas loas y lumbres; inciensos y glorias le batirán en los próximos días.

Ni la muerte de Tiro Fijo ni la liberación de Ingrid reabrirán las puertas de los hospitales y centros de atención que se le han cerrado en Colombia a los pobres; ni remediarán la discriminación social y económica de la educación nacional. Tampoco resucitarán los sindicatos y sindicalistas que han sido asesinados en este régimen, unos en aras de las quiebras y privatizaciones empresariales y otros, sobre todo estos últimos, a pura bala de los paramilitares encargados de silenciar los abajos y acrecentar los hurras al régimen. Y menos, mucho menos, legitimará el chantaje, la corrupción y el cohecho que permitieron la reforma constitucional por la cual se reeligió a Uribe.

No creo que Tiro Fijo se haya llevado a la tumba los amargos recuerdos de las víctimas del paramilitarismo en Colombia ni que Ingrid haya regresado a la libertad con una mágica costalada de tierras, ganados y cultivos arrebatados a los campesinos en estos aciagos años que incluyen la carrera de político y gobernante de Uribe.

Felicitaciones a los familiares de estos nuevos secuestrados que han retornado a la libertad. Alegrémonos por ellos sin dejar de pensar en la suerte de esos que siguen cautivos de las Farc y, sobre todo, de la sociedad colombiana que sigue cautiva de un régimen que la emoción perpetuará más allá de la razón de su existencia.


oquinteroefe@yahoo.com


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Octavio Quintero


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