Alan García, de la matanza al genocidio

“Lo cínico y lo diabólico nunca se separan y en realidad son lo mismo”. —Robert Louis Stevenson

Dice el dicho, “ave que come huevo ni aunque le quemen el pico”. Alan García vuelve a teñir de sangre y empuja al terror al Perú. Como se libró del castigo por las matanzas de los penales, y esperó que sus crímenes prescribieran para retornar al Perú, ahora está seguro que puede, inclusive borrar del mapa a toda la población, flora y fauna amazónica, y salir airoso, repleto de dinero para gozar hasta su quinta generación.

Con los últimos sucesos, el presidente peruano se ha graduado no sólo, como especialista en cinismo y en matanzas, sino como maestro del genocidio. No queda ni la sombra del que defendía el antiimperialismo, hablaba de la urgencia de invertir en la pirámide social nacional, proclamaba el no al pago al FMI y decía que “nadie se enriquecerá con el hambre o la enfermedad del pueblo”. Ahora es el inhumano que ordenó la matanza de nativos de la Amazonía que se oponen a los nefastas e inconstitucionales decretos 1020, 1060, 1089 y 1090 que entregan los 68 millones de hectáreas de selva a las transnacionales energéticas, bioenergéticas y madereras, en especial norteamericanas y chilenas.

Para este Alan García el pueblo son corporaciones globalizadas con capataces nacionales representados por clanes de millonarios. Acaba de manifestar que los shawis, chayawitas, candoshi, cocama-cocamilla, shibilos y awajun-wampis, que bloquearon la carretera Tarapoto – Yurimaguas, son indígenas y por lo tanto, igual como las otras 55 etnias de Amazonía “no tienen corona. No son ciudadanos de primera clase”, y no pueden decirle al resto “tu no tienes derecho a venir aquí”.

Para García, los ricos extranjeros y sus servidores millonarios locales sí son ciudadanos de primera clase, con derecho de exclusividad y privacidad. El resto no puede ni reclamar su poder milenario de proteger a la selva, porque les espera la bala.

Los habitantes de Bagua lo están confirmando con su sangre. De acuerdo al programa televisivo Pro & Contra de Loreto, cerca de 150 nativos fueron masacrados por los 600 policías de Operaciones Especiales que dispararon desde helicópteros con armas sofisticadas, a quienes trataron de protegerse con palos y flechas. Aunque los medios controlados por García, y también las agencias extranjeras interesadas, sólo informan la versión oficial, ya se sabe que más de 150 personas resultaron heridas y hay un sinnúmero de desaparecidos en el cuartel militar El Milagro. Hay denuncias de quema de cadáveres.

Este mismo modus operandi usó García en 1986 cuando dio orden de suprimir, a sangre y fuego, el motín de presos políticos que clamaban sus derechos humanos en la cárcel de Lurigancho y El Frontón. Con bombas y misiles disparados desde helicópteros fueron masacrados los presos armados de dos rifles, tres lanzas y 40 cuchillos. La prensa adepta, aprobó la masacre desinformando descaradamente, así como ahora.

Cuan diferente sería, si Evo Morales o Cristina Fernández hubieran disuelto los bloqueos de carreteras a sangre y fuego. Seguramente hasta la ONU, OEA, intelectuales, políticos curas y medios, estarían rasgándose las vestiduras y los calificarían de dictadores y genocidas.

García debe ser juzgado, y que pague hasta su quinta generación.



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Vicky Pelaez


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