Aunque, no es nuestro propósito realizar un estudio acabado sobre los distintos métodos, empleados por los hombres para castigar a los hombres y mujeres, que por algún motivo o causa han delinquido y causado algún mal a la sociedad en su conjunto, sino enfocarnos en los métodos de castigo empleados por el nazismo y/o trumpismo, empleado para aislar de la sociedad al presunto infractor o delincuente. En un principio aparecieron las «Casas de Corrección» en los siglos XVI y XVII. Dichos establecimientos, fueron lugares destinados a la reclusión de hombres y mujeres, de manera que fue entonces, cuando se empezó a observar una clasificación según el sexo de los/as reclusos/as. La idea entonces, era convertirles en útiles ciudadanos y ciudadanas, que por alguna situación habían delinquido o causado algún mal. Estas Casas, fueron las primeras en aparecer y suponen el origen histórico de los centros penitenciarios que hoy en día tenemos. Las llamadas «Casas de Corrección» o «Workhouses», surgidas en Inglaterra y en los Países bajos en el siglo XVI, fueron creadas, en un principio, como establecimientos destinados a la corrección de vagabundos, mendigos, vagos, prostitutas y pequeños delincuentes. Las Casas de Corrección inglesas, influirán en gran medida en la justicia penal occidental pues significarán, el origen y la creación de las primeras prisiones en las que se empleará, por primera vez, el trabajo y en las que se establecerá, una clasificación de los penados, según el sexo, la edad y el delito que éste hubiera cometido. Respecto al régimen, que se seguía en estas Casas de Corrección, podemos decir que el trabajo apareció como un elemento necesario y obligatorio en la institución. El trabajo forzado, realizado por el recluso en el mismo Establecimiento, servirá «como amenaza, como terapia rehabilitadora y como fuente de sustento del establecimiento». En el complejo camino de las ideas correccionales aplicables a un espacio cerrado de custodia, dos fueron las tendencias que dieron sentido a la llamada «cárcel», por un lado tenemos que existía una tendencia jurídica, de carácter vengativo, que utilizaba la pena para hacer sufrir al delincuente con un daño igual o similar al que éste había ocasionado a la víctima, lo cual tenía consecuencias aflictivas para el penado; y por otro, existía una tendencia paternal, cuyo fin era corregir al penado, no castigándolo. La idea de la corrección, surgió con fuerza y se acentuó en los primeros años del s. XIX. La pena privativa de la libertad, iba encontrando su cauce como prototipo de castigo en una sociedad que evolucionaba con acelerado dinamismo. Consecuentemente, el tránsito de la fase correccionalista a la resocializadora, se inicia en los Estados Unidos con el «Congreso Nacional sobre la Disciplina de las Penitenciarias y Establecimientos de Reforma», llevado a cabo en Cincinnati, Ohio, en octubre de 1870, en el cual se establece que: «El trato de los criminales por la sociedad tiene por motivo la seguridad social. Mas, como el objeto de él es el criminal y no el crimen, su fin primordial debe ser la regeneración moral de aquél. Por esta razón, la mira suprema de las prisiones debe ser la reforma de los criminales y no la imposición del dolor, o sea, la venganza». Desde ese momento, la tesis de la resocialización se constituyó en la principal legitimación manifiesta de las sanciones penales subsistiendo hasta la época actual.
Con el nacimiento de la ONU, se formula uno de los más importantes documentos a nivel internacional, en torno al encierro, el denominado: «Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos», dado a conocer en el «Primer Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente», celebrado en Ginebra en 1955. Dichas Reglas, fueron aprobadas años más tarde y han permanecido vigentes hasta nuestros días. El Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos del 16 de diciembre de 1966, en el que se expresa que: «El régimen penitenciario, consistirá en un tratamiento cuya finalidad esencial será la reforma y la readaptación social de los penados». El Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos del 16 de diciembre de 1966, en el que se expresa que: «El régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya finalidad esencial será la reforma y la readaptación social de los penados». Pues bien, la predominante concepción de la prisión como espacio de separación del culpable con respecto a la sociedad y como espacio de castigo fue cambiando, tal y como analizó Michel Foucault en su «Vigilar y castigar», para convertirse en lo que es hoy: una institución más garantista y enfocada a la reinserción del preso. La prisión, se consolida entonces, como un aparato de transformación de los individuos, que le da fundamento y solidez a la pena privativa de la libertad, y la hace ver como una pena más civilizada y moderna. En correspondencia, con esa visión humanista de la sociedad, los establecimientos penitenciarios se fueron adaptando a sus fines y propósitos que no son otros, sino disuadir al convicto de no volver a delinquir, rehabilitarlo como ciudadano o ciudadana, útil para la sociedad.
Sería, Jeremy Bentham, en su obra Panóptico, quien haría una descripción arquitectónica de lo que debería ser una cárcel. Bentham, diseña un proyecto de prisión racional cuyos pabellones, construidos en forma de abanico, con una torre central, permitirían ver y vigilar por un solo guardián a todas las personas, sin ser él visto en su posición. La idea, era buscar rehabilitar al delincuente por medio del trabajo y la disciplina, preparándolo para su reinserción a la sociedad. Dicha concepción, fue cambiando de acuerdo a los fines del establecimiento carcelario. Los nazis, no perseguían la rehabilitación del penado, sino su utilidad como medio de investigación médica para justificar sus creencias de raza superior. Para justificar su hipótesis, Hitler postuló la existencia de una «cepa pura», así le llamó. La falacia de que los teutones nórdicos, son arios puros. Pensó, que la amenaza más inmediata para la guía y cultura aria provenía de una supuesta «raza judía», por tal motivo, ese pueblo fue presentado como el principal elemento degenerativo. El tema de los campos de concentración, quedará implicado con el de la matanza de los judíos, de los «seres inferiores», pero también nos mostrará cuánta crueldad puede encerrarse en el hombre. El odio hacia los judíos, entonces, se había exacerbado entre algunos habitantes de otros países de Europa, coincidiendo con el auge de las ideas nacionalistas y del expansionismo colonialista. La idea de la superioridad racial, ya había sido defendida por los ingleses para justificar la dominación de pueblos africanos y asiáticos.
El exterminio del pueblo judío, fue planeado por el Estado hitleriano. La eliminación de los judíos, era parte de la ideología fascista y se sustentaba en el supuesto de que entre los hombres existen razas superiores e inferiores. La persecución de los judíos, pasó por una serie de fases: en 1933 se inició una campaña de boicot contra los negocios judíos, en 1935 se promulgaron las Leyes de Núremberg, por las cuales fueron excluidos de la ciudadanía alemana, y en 1938 se obligó a los judíos a llevar un distintivo, mientras se hacían más frecuentes los «progroms» (Terror indiscriminado, para hacer desaparecer a los enemigos políticos y someter al conjunto de los ciudadanos). En las cárceles nazis, no se buscaba la rehabilitación sino que los presos constituían la materia prima para experimentos médicos en los que se alcanzó una crueldad hasta entonces desconocida, como los que ensayó en Auschwitz, el doctor Mengele sobre sus cobayas humanas: «Hasta la ciencia era mancillada», señaló con acierto L. Martín-Chauffier. Hitler, reclamaba para la raza aria, de hombres robustos, rubios y dolicocéfalos, el derecho de dominar el mundo. «La antípoda del ario es el judío». «Si envío a la flor y nata del pueblo alemán a la guerra, sin lamentar en ningún momento el derramamiento de la valiosa sangre alemana en el infierno de la guerra, también tengo el derecho de destruir a millones de hombres de razas inferiores que se multiplican como parásitos». Decía, Adolf Hitler en su libro Mi Lucha.
Los primeros campos de concentración, se abrieron en Alemania hacia 1933, pero fue durante la Segunda Guerra Mundial, cuando éstos se multiplicaron y acogieron a millones de deportados de toda Europa. Entre ellos, destacó Auschwitz, que fue creado para llevar a cabo el programa de exterminio de judíos, la Solución Final. Las palabras de Himmler a Höss, comandante del campo, en 1941 son muy reveladoras: «El Führer ha ordenado la solución definitiva de la cuestión judía. Nosotros, la SS, hemos de cumplir esta orden». En 1942, Goering encargó a las SS de la «solución final» del problema, es decir, la aniquilación de los judíos, tanto del Reich como de los países ocupados. La Conferencia de Wannsee, celebrada el 20 de enero de 1942, planificó la llamada «solución final al problema judío». En Wannsee, se discutieron los métodos más adecuados para exterminar a todos los judíos de Europa. Un año antes, Reinhard Heydrich, organizador de los destacamentos especiales de las SS, ya habían propuesto a Adolf Hitler, algunas fórmulas para acelerar el exterminio. Desde 1940, se utilizaban los special-wagen, una suerte de camionetas herméticas que, al ponerse en marcha, desprendían monóxido de carbono que asfixiaba a sus ocupantes. Este sistema, se usó primero con los deficientes mentales y luego con los judíos del lager de Chelmno (Polonia), pero después se consideró que debía implantarse un método de aniquilación más barato y efectivo. Entonces, se construyeron las cámaras de gas fijas y los hornos crematorios. El gas utilizado para estos asesinatos en masa, fue el Ziclon B, un ácido prúsico que se usaba como insecticida. Josef Mengele, llegó a Auschwitz, en marzo 1943. Aquel siniestro investigador de 32 años —condecorado con la Cruz de hierro apodado el «Ángel de la muerte»— torturó a gran cantidad de prisioneros, sometiéndolos a los experimentos más terribles. Los pocos sobrevivientes de Auschwitz lo recordaron como el arquetipo del oficial nazi: rubio de pelo corto, ojos azules, bien uniformado, botas relucientes y una actitud altiva absoluto desprecio hacia los internos. En aquella tenebrosa instalación, los guardas arrancaban los dientes de oro de los cadáveres para fundirlos y utilizarlos en la fabricación joyas. Nada debía desperdiciarse. Ni siquiera el pelo de los prisioneros judíos, que se usaba para el revestimiento de algunas piezas de submarinos. Se examinaba todo, incluso la ropa interior.
El esquema general de su estructura era el de dos recintos concéntricos: el exterior, de unos cinco kilómetros, rodeado de alambradas eléctricas y una torre de vigilancia cada cincuenta metros; tanto en éstas como a lo largo del círculo externo patrullaban las SS, auxiliadas por perros policía. El interior giraba en torno a una fábrica de material de guerra, casi siempre subterránea. Los detenidos lucían uniformes rayados con distintivos según la condena que cumplían: políticos, un triángulo rojo; común, verde; saboteadores, negro; homosexuales, rosa; judíos, dos triángulos amarillos formando una estrella de David, y los objetores de conciencia, violeta. El primero de los campos de exterminio, fue el de Auschwitz (1940), al que siguieron los de Treblinka, Bergen-Belsen, Sobidorr y Chelmno. Auschwitz, fue creado como un «bloque experimental» donde médicos, físicos y técnicos, bajo la dirección del doctor Josef Mengele, realizaban pruebas de esterilización, injertos óseos, vacunas, gangrena gaseosa, etc. Pero también el de Dachau, sirvió para llevar a cabo experimentos humanos sobre descompresión, introduciendo al prisionero en una cámara de la que se extraía el aire. Los campos de concentración, (Konzentrationslager, que se abreviaba como KL o KZ), fueron una parte integral del régimen penitenciario de la Alemania nazi entre 1933 y 1945. El término: campo de concentración, se refiere a un campo en el cual se detiene o se confina a la gente, usualmente bajo condiciones duras y sin respeto a las normas legales de arresto o encarcelación que son aceptables en una democracia. Con frecuencia, los campos de concentración se comparan erróneamente con las prisiones de la sociedad moderna. Sin embargo, los campos de concentración, a diferencia de las prisiones, eran independientes del sistema judicial. Los campos de concentración nazis, servían tres propósitos principales: Encarcelar indefinidamente a las personas a las que el régimen nazi percibía como una amenaza a la seguridad. Estas personas, permanecían encarceladas por períodos indefinidos. Eliminar a las personas y a los grupos pequeños por medio de homicidios, alejados del escrutinio público y judicial.
El régimen indefinido de encarcelamiento, sin derecho a la defensa y sin protección judicial efectiva, los emparenta con los regímenes carcelarios creados por los nazis y EEUU, que encierran más que presos, seres humanos secuestrados por dicho régimen, con la excusa de ser migrantes, lo cual no constituye delito alguno para ser encarcelado ante el silencio cómplice de una ONU que sencillamente ha fallecido como institución internacional, que calla ante los crímenes que ejecuta Donald Trump, impune y cobardemente, encarcelando migrantes en El Salvador, la prisión: CECOT, que lleva a coincidir a los presidentes Gustavo Petro y Nicolás Maduro, quienes señalan que no se trata de una cárcel como la presentan, sino de un verdadero campo de concentración al brutal estilo nazi. Con Celdas con capacidad para 15 personas o 20 y albergan más de 100 o hasta 200 personas. No se les da alimento suficiente a los detenidos y el poco alimento y agua, que se les da es contaminado. Sufren golpizas, hay denuncias de choques eléctricos, no se les provee medicamentos a las personas enfermas crónicas, ni se les da asistencia médica a las personas enfermas. En fin, El Salvador y su presidente, Nayib Bukele, simbolizan toda una vergüenza para la Humanidad…
Caracas, 03-04-2025