La destrucción del país que conocimos los de 35 años en adelante, las sucesivas oleadas masivas de migración, la precarización de la vida y la aniquilación de las instituciones (incluidas las universidades, las escuelas, aparte de los Poderes Públicos y toda la Constitución), impacta inevitablemente la psicología colectiva de los venezolanos, y, en primer lugar, su autoimagen y autoestima. Algunos han hablado de “daño antropológico” de este periodo. Si asumimos una perspectiva histórica, en todo caso, lo que ha ocurrido es análogo a la destrucción del país debido a la violencia, el saqueo, la abyección y la arbitrariedad, durante todo el siglo XIX, o muy parecido a la devastación de Cuba en sesenta y pico de años, Haití, el ejemplo grotesco de Nicaragua o el de algunos países africanos donde hasta es discutible la mera existencia de un Estado nacional.
Por supuesto, que antes de este periodo histórico, que Luís Fuenmayor denomina “chavecismo” con su correspondiente ”rey de la baraja” (como diría Roberto López), los venezolanos ya arrastrábamos algunos problemas con nuestra autoimagen y, en consecuencia, autoestima. Solo mencionaré algunos investigadores que tuvieron esta preocupación, la cual puede asumir varias formas. En primer lugar, la herida en la identidad nacional, la respuesta a la pregunta de qué somos los venezolanos. Por ejemplo, R. Quintero analiza la cultura del petróleo y su impacto en las costumbres venezolanas y los comportamientos, M. Briceño Iragorri prende las alarmas por la imposición de hábitos de consumo norteamericanos y la aparición de la figura del “pitiyanqui”, R. Briceño León profundiza en la sociología de las conductas violentas y delincuenciales, María Sol Pérez S. resalta los rasgos negativos de irresponsabilidad, abuso y violencia, y los relaciona también con la “cultura de petróleo”. Desde la psicología social, se analiza, en segundo lugar, la disociación esquizoide de nuestra personalidad. En este tema destaca la obra de Maritza Montero, Manuel Barroso, Rafael Carías, Axel Capriles, Héctor Espinoza, entre muchos otros, quienes identifican un estereotipo, sospechoso de endoracismo (autodesprecio, o fobia de sí mismo), que muestra rasgos ambivalentes, porque, por un lado, el venezolano es un tipo simpático, de buen humor, bondadoso, amistoso, amable, solidario, servicial, pero, por el otro, es un gran carajo irresponsable, impuntual, violador de normas y reglas, amiguista, arbitrario, flojo, tramposo, “héroe” al estilo de los malandros que combinan la audacia temeraria con rasgos maniáticos, machista, abusador, violento. Del lado de la literatura narrativa, podemos mencionar los cuentos de M. Rodríguez, que muestran esas dos caras del “pueblo venezolano”, representadas por la muchacha frutal, bella, sencilla y simpática, pero también por la turba violenta y peligrosa. Uslar Pietri, por boca de un personaje de “Lanzas Coloradas”, distingue entre los venezolanos, a los “vivos” (tramposos, abusadores, violentos, corrompidos, abyectos) de los “pendejos” (los que pagan impuestos, pacíficos, cívicos, que tratan de cumplir las normas y leyes). También son de gran valor los aportes antropológicos de Briceño Guerrero quien describe la disociación de la mente del venezolano y sus impulsos más profundos, entre tres figuras o “voces” antagónicas: el mantuano (católico, conservador, arrogante), el de la primera modernización (admirador de la tecnología y del extranjero, democrático, educado) y el salvaje (resentido, violento, adolorido por la exclusión socioeconómica y racial).
En esta era de las redes sociales y la INTERNET, en pleno desarrollo de la cultura de los selfies narcisistas y la postverdad de los videos de IA, debiéramos incorporar a “Leíto oficial” como paradigma de la deriva decadente de nuestra autoestima. Se trata de un chamo, migrante venezolano a Estados Unidos, un pícaro sobreviviente, dicharachero, aprovechador y medrador de los planes de ayuda humanitaria del gobierno norteamericano de Biden, que abrió sus redes sociales como cualquier celebridad, como Shakira por ejemplo, identificándolas como “oficial”. Desde allí se convirtió en un “influencer”, esa figura de las redes que se hace legión con variantes que van, desde el divulgador gritón de chismes, pasando por el ama de casa que describe todas sus rutinas, los chapuceros extremos que te enseñan hasta a construir tu computadora, los aventureros, las sifrinas que recorren el mundo, la entrenadora personal que levanta pesas, la mujer que busca el record Guiness de hombres que se ha pasado entre las piernas, hasta el economista que te explica la inflación en términos más o menos técnicos, etc.
Las hazañas de Leito Oficial como “influencer”, mostrando la peor cara del pícaro malandro venezolano, le valieron que le cayeran a cogotazos de parte de sus compatriotas, en el avión que lo trajo de vuelta a la Patria. En sus “reel” e Instagram, Leíto incitó a la invasión de casas y terrenos, aprovechar la ropa donada para el “Ejército de Salvación” para establecer un “emprendimiento” de ropa a mitad de precio, aprovechar la ayuda de “Papá Biden” para adquirir mercancías gratis. Leíto oficial tiene un estilo que me recuerda el del Conde del Guácharo, con esa comicidad vulgar y grosera. Todo el mundo es un “jodedor” como él. Por supuesto, no faltará quien recuerde que el personaje del pícaro marginal tiene antecedentes hasta en la literatura española clásica, e incluso puede que se hagan referencias a las fábulas de Tío Conejo frente al Tío Tigre, como lo señala el psicólogo Axel Capriles, aunque estos personajes ilustran y exaltan más bien la astucia del débil frente al fuerte.
Es significativo que ha surgido toda una tendencia temática de la literatura venezolana: la que se centra en reproducir las aventuras, dramas y hazañas del migrante venezolano. La mayor parte de esta narrativa, destaca los valores propios de esa porción de nuestro gentilicio, a partir de testimonios, pero también de ficciones. Menciono solo algunos ejemplos del grupo inmenso de narraciones y autores: las novelas de Karina Sainz (“La hija de la española”), Sánchez Rugeles (“Transilvania Unplugged”), Luís Méndez Guedez (“El último que se vaya”), Liliana Lara (“Los jardines de Salomón”), Santiago Arconada (“No dejes mis sueños”) y hasta Jesús Puerta (“La bruja y Raskolnikoff”). También, la recopilación de relatos realizada por Luz Marina Rivas (“Otra tierra, otro mar”), por el grupo WT (¨Latidos del exilio venezolano”), sin olvidar las crónicas de Javier Conde (“Vidas exiliadas”), entre muchos otros textos. También hay una copiosa producción científica social acerca de la migración venezolana. Yo, por lo menos, conozco al menos cuatro tesis de postgrado relacionadas con el tema e innumerables artículos en revistas arbitradas, hechos por venezolanos y científicos de otros países. Indudablemente, nuestra cultura ha sido golpeada, dañada, pero también esculpida a duros martillazos.
Tal vez, el hecho más poderoso que ha impactado sobre nuestra nación en los últimos treinta años, ha sido la migración. Son poco menos que ocho millones, según las fuentes más confiables (que no son, por supuesto, las del gobierno). La vocación receptora de nuestra nación cambió de signo radicalmente. Cada vez nos parecemos más a los países centroamericanos, donde las familias desde hace un siglo mandaban a sus hijos al exterior, a buscar remesas para mantener a los viejos. Los efectos son internos y externos. Por un lado, la fragmentación de las familias, el cambio demográfico, un flujo de mesadas cuyo monto es cuantioso, etc. Por el otro, los cambios culturales, sobre todo en nuestra propia imagen y autoestima.
Hay elementos compensadores; pocos, pero son. Por ejemplo, en Estados Unidos, un tribunal norteamericano ha considerado, al tiempo que suspendía la orden de deportación “por las buenas o por las malas” de Trump, que la migración venezolana es de las que tiene mayor nivel de escolarización, mayor empleo rentable y emprendimientos, pago de impuestos, menor tasa de criminalidad y otras cualidades. En países como Chile y Uruguay se ha resaltado por los medios, repetidas veces, la calidad de los migrantes venezolanos, especialmente de los médicos y demás profesionales. Esto fue resultado de unas universidades que hoy son cadáveres andantes, sin profesores ni investigadores.
Pero, en boca del demagogo y neofascista Trump, los venezolanos hemos recibido una herida significativa en nuestra autoestima. Todos somos sospechosos de ser de la organización criminal y hasta terrorista “Tren de Aragua”, que se extendió por toda Latinoamérica, después de que sus cabecillas escaparan de manera muy sospechosa de la cárcel de Tocorón, donde tenían una ciudadela completa, discoteca incluida, con presentaciones de artistas internacionales y todo, con la protección del gobierno y la amistad de algunos altos jerarcas del madurato (no solo Tarek El Aisami, desde que fue gobernador de Aragua, ya purgado, sino con la sempiterna ministra del sistema penitenciario).
Por supuesto, hay de todo en la migración venezolana. Es tan solo una muestra representativa de lo que ha quedado después de la destrucción de un país, con todo un gran segmento de profesionales, gente culta, decente, pequeños y medianos empresarios, gente trabajadora, responsable y emprendedora; pero también con los resultados abyectos de la miseria, el envilecimiento, el descaro y la violencia propios de un estilo de gobierno de “jalar para arriba y patear abajo”, defendido en la base por unos “pequeños burócratas” que consideran justo violar la Constitución para mantener su expectativa de ser nombrado a algo, obtener un contratico ahí, de enchufarse de alguna manera, en medio de ese doble vínculo con el imperialismo, por un lado declarándolo su enemigo, y por el otro, coqueteando con su lado negociador y poniendo las riquezas del país de nuevo en subasta ante los grandes imperios. Sobreviviendo con picardía, trampa y violencia, metiéndose una “platica” por sus “sacrificios”, sabiendo tal vez que les puede quedar poco tiempo o engañándose con el ejemplo cubano de más de sesenta años de miseria e ignominia descarada.
Leíto Oficial es expresión de esta nueva crisis de nuestra identidad y autoestima nacional. Su calaña es la misma de cualquiera de esos recién designados por la cúpula de la dictadura como candidatos, en un proceso a dedo, para unas elecciones sin ninguna condición democrática ni respeto a los derechos elementales. La nueva ministra de la Mujer, exministra de educación, por ejemplo, condecoraría a Leíto Oficial por su capacidad para el emprendimiento basado en el abuso y el descaro. Y lo haría justo después de haberlo insultado por “lavapocetas”. El descaro sustituyó al disimulo. No tiene nada de particular después de haber invitado a las maestras a vender tortas para sobrevivir. Y así, hasta el Fiscal que, hace días había declarado que el “Tren de Aragua” no existía, ahora, picándole el ojo al déspota del norte, lo declara una “organización criminal y terrorista”. Quieren negociar de malandro a malandro. Eso es todo. Talvez, al final, se demuestre que Leíto Oficial no es más que un pendejito al lado de esos tipos.