Con las declaraciones de Putin apoyando las aspiraciones de Trump de apoderarse de Groenlandia, apelando a una razón geopolítica, se completa el cuadro de lo que ya es el mundo postneoliberal, "policéntrico", "multipolar": un reparto de áreas de influencia entre tres superpotencias económicas, políticas y militares. En realidad, esta nueva configuración, bien mirada en sus justificaciones, intereses y mecanismos que la realizan, no es nada nuevo. Desde por lo menos el siglo XVI, el mundo ha sido eso: un reparto entre imperios. Claro, las diferencias son importantes entre los imperios de los siglos XVI en adelante, y los que aparecen a la vista de los historiadores a partir de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando el imperialismo como política de esas potencias fue determinada por los intereses del capital financiero, como explicaran en su momento Hobson, Hilferding y Lenin, una explicación materialista histórica: la política es una consecuencia de la economía. Se entiende entonces que, en un mundo íntegramente capitalista, unido por la circulación de capitales y mercancías, las guerras mundiales se deben a la pugna por territorios, pero, sobre todo, por mercados y riquezas de las colonias.
Qué casualidad que, al mismo tiempo que apareció esta explicación materialista histórica del imperialismo, apareció la teoría geopolítica, la cual, como el marxismo, se presumía "científica", sobre todo la tesis del "Lebensraum" (espacio vital), adoptada de inmediato por la ideología nazi. El concepto provenía de la biología. En 1897 el etnógrafo y geógrafo Fiedrich Razel, en su libro Geografía política acuñó el término como un factor que influye en las actividades humanas en el desarrollo de una sociedad. En 1901 Ratzel extendió su idea al referirse a los "pueblos". Esta noción, no solo le sirvió a los alemanes en el período de entreguerras, entre 1919 y 1939, para establecer un imperio colonial germano, sino que también funcionó como una actualización de las doctrinas norteamericanas del "Destino Manifiesto" y la "Monroe", fundadas en razones teológicas, que, en su momento, justificaron la ocupación de territorio hispano por parte de EEUU y, luego, la expansión del poderío estadounidense en su "Patio Trasero" en el Caribe, Centro y Suramérica.
Fueron razones geopolíticas las que también determinaron los acuerdos de Yalta después del triunfo de los aliados sobre el Tercer Reich, el reparto del mundo entre Inglaterra, la URSS y los EEUU. De inmediato, entramos en la era de la Guerra Fría, marcada por un "equilibrio del terror" entre las potencias nucleares principales: URSS y EEUU, con sus correspondientes alianzas políticas-militares. Y así. Tal vez, por eso sea acertado decir que fue excepcional ese periodo de la globalización unipolar, entre el derrumbe del bloque soviético y la crisis de 2008 y la emergencia de China como potencia económica mundial. Ese lapso de ¨paz imperial¨ fue descrito, explicado y hasta justificado por diversas secreciones ideológicas, desde la tesis semi-hegeliana del "Fin de la Historia" de Fukuyama, hasta el posmodernismo, pasando por las diversas versiones de luchas por sectores: derechos civiles de los negros, el feminismo, el movimiento LGBTQ, la decolonialidad (un remozamiento de las teorías de izquierda de décadas anteriores: la teoría de la dependencia, el anticolonialismo, etc.).
Ahora, las conversaciones entre Trump Y Putin, sobre todo las concesiones del primero al segundo en relación a Ucrania, y las declaraciones del líder ruso a favor de las aspiraciones del norteamericano en Groenlandia (y también, por qué no, sobre Canadá, Panamá y el resto del continente), no solo nos sitúan de nuevo en el reino de la geopolítica, sino que también retoma una concepción de la política que se viene discutiendo desde hace miles de años.
Una versión, quizás la primera que registra la tradición filosófica occidental, se encuentra en el diálogo titulado "La República", escrita por Platón. Estoy leyendo la versión actualizada hecha por el filósofo francés Alain Badiou, que recomiendo ampliamente (se consigue en la web). Como sabe cualquier estudiante aplicado de filosofía, en sus diálogos, Platón narra cómo su maestro Sócrates busca la verdad a través de debates, dirigidos mediante preguntas, para hacer "parir" (la mayéutica era la técnica de las comadrones griegas) las grandes verdades, ideas como (las pongo en mayúsculas a propósito) la Belleza, el Bien, la Verdad, la Virtud, el Amor, la Amistad, la Justicia, entre otras. Todo lo que, milenios después, Nietzsche llamó los "valores fundamentales" (que perderían su sentido en la era del nihilismo) y que Marx observó, alarmado, que se "disipaban en el aire" por efecto del valor de cambio en la sociedad capitalista.
Pues bien, en el diálogo (o más bien, discusión, polémica) de Sócrates con un sofista de la época (algo así como un hablador de guevonadas; o sea, un influencer del presente), de nombre Trasímaco, se discute acerca de lo justo. El sofista sostiene que la Justicia debe definirse como aquello que responde a los intereses de los más fuertes. Cuando explaya su posición, afirma que, como son los más fuertes quienes imponen los regímenes políticos (monarquía, oligarquía o democracia), lo justo es lo que digan los más fuertes e injusto lo que sostengan los débiles o atontados. Dicho de otra manera, esta vez por Maquiavelo muchos siglos después, la política es la lucha por tomar y conservar el poder "por las buenas o por las malas", por ¨virtú¨ (habilidad y fuerza) o por fortuna.
No voy a repetir aquí toda la discusión platónica, larguísima y lleno de laberintos, nuevas preguntas, respuestas, repreguntas, rabia de los participantes, confusión, más preguntas. Un fastidio, pues, porque este Sócrates era bien insistente. Es interesante, de todos modos, su método: a partir de una definición general, que es de "sentido común" o generalmente compartida por el vulgo griego, representado por Trasímaco, el filósofo deduce un ejemplo, el cual analiza y muestra las consecuencias del razonamiento. Cuando lo hace, resulta evidente que el sofista se contradice, con lo cual se demuestra que es falso su enunciado. Es decir, lo reduce al absurdo. Y todo, haciendo que el influencer acepte las consecuencias parciales de su razonamiento de "sentido común". Sobre todo, porque Trasímaco prácticamente elogia a lo injusto, propio de los fuertes, en contraste con lo justo, que es propio de los bobos y tontos. Para él, ser justo es solo cuestión de apariencia; porque los injustos son los que obtienen siempre todas las ganancias.
Mi punto es que esa concepción de política y de lo justo, es la que está primando en el reparto del mundo entre Trump y Putin. Ambos parten de que cada uno de sus imperios tiene un "espacio vital" que les pertenece. Ucrania y demás exrepúblicas soviéticas, Putin; Groenlandia, Canadá, Panamá y el resto del continente, Trump. Además, ellos son los más fuertes. En consecuencia, lo que ellos decidan, es lo justo. De modo, que parece que es Trasímaco el que se impuso en el mundo, por la vía de los hechos, sobre el pensamiento de Sócrates y Platón. Es la fuerza, y no la virtud, lo que termina ganando en la política. Por lo tanto, el buen político es el más fuerte y el que usa la fuerza para imponerse a los lerdos justos "por las buenas o por las malas".
Lo curioso es que algunos influencer venezolanos, aun defendiendo en principio el enunciado del sofista griego, es decir, que es la fuerza lo que se impone y no la virtud, que la política es la lucha por el poder y por su mantenimiento, quieren sostener, al mismo tiempo, una posición justa y virtuosa que tiene que ver con el bienestar de la población venezolana, el retorno de la democracia a través del voto y la negociación, la condena de un acto de fuerza del más fuerte (como son las sanciones) y cualquier intervención del poderoso. O sea, caen en las contradicciones de Trasímaco. Habrá que pedir el auxilio de Platón. Dicen que le decían así por sus anchos hombros.