La mercantilización de todo, lo tangible y lo intangible. La búsqueda ilimitada de ganancias para la acumulación de capital. La explotación del trabajo asalariado. La innovación tecnológica para producir más y más mercancías para vender. La expansión del capital financiero dominando el capital industrial. Esos rasgos, y algunos más, caracterizan al capitalismo que conocemos desde el siglo XIX y que los clásicos de la economía, desde Smith y Ricardo hasta Marx, analizaron. Son esas características las que empujan a ese modo de producción a llevarse por delante ("disipar en el aire" como dijo Marx con frase inolvidable) las fronteras y las aduanas que las marcan. Disolvieron condados y feudos. Por un tiempo le sirvieron a algunos Estados para aumentar su poderío político y militar en el mundo, colonizando todos los territorios del planeta. Pero, incluso la colonización, incluso la "liberación" posterior de esos territorios y la formación de otras tantas economías nacionales, solo pueden comprenderse, considerando la vocación global de la acumulación de capital. El reconocimiento, legitimación y dominación de esa tendencia mundializadora, primero, globalizadora, después, parecía haberse convertido en el dogma, en la verdad definitiva, del sistema. Hasta que llegó este Trump y "mandó a parar".
Las órdenes ejecutivas emitidas el pasado 2 de abril por Trump, en el día que él llamó "de la liberación", esos aranceles universales y especiales, no solo a los enemigos declarados, sino incluso a los propios socios, naturalmente, han replanteado polémicas que los economistas ya daban por resueltas. En primer lugar, el tema del proteccionismo, política económica presuntamente liquidada por la hegemonía neoliberal a partir de los 90 y el establecimiento mundial del capitalismo como modo de producción único, encabezado además por un único imperio global, había dejado atrás, en la obsolescencia (se decía en el ambiente académico), las aduanas, las fronteras, las regulaciones, para lograr el libre flujo de mercancías, capitales y capturar fuerza de trabajo barata donde estuviera, en cualquier punto del globo.
Por supuesto, el trumpismo no consiste únicamente en una política proteccionista, concebida quizás con referentes de una etapa de la industrialización que ya se pensaba superada por la revolución tecnológica de la informática, la biotecnología, los nuevos materiales y servicios donde el principal insumo es el conocimiento, los servicios y la innovación reportan las mayores ganancias y el trabajo físico queda sustituido por máquinas o por la prestación de servicios de gran calificación. Hay un componente político, que tiende hacia el autoritarismo que se siente incómodo y se confronta con las instituciones de la democracia liberal, con los balances y contrabalances del esquema clásico del Estado, con sus tres poderes públicos autónomos, lo cual ha prendido las alarmas acerca de la instauración de una dictadura en los Estados Unidos.
El autoritarismo a lo interno se continua con la ruptura del orden internacional asentado desde la postguerra, tendiendo a un nuevo reparto del mundo "a tres" (EEUU, Rusia y China), la separación o alejamiento de organismos internacionales como la OTAN, la Comunidad Europea, la OMS, la Corte Penal Internacional, incluso pactos comerciales como el Tratado de Libre Comercio y ciertas reglas de la Organización Mundial de Comercio. También hay un elemento cultural que ya se hace patente con la liquidación del Secretariado de Educación, la eliminación de financiamiento a varias universidades y centros de investigación social e histórica, la persecución de académicos que se han atrevido a cuestionar la política de Israel, el relieve que alcanzan tendencias como el nacionalismo cristianismo, el conservadurismo extremo, la sospecha hacia la medicina y la farmacia modernas, la "recuperación de la familia" patriarcal echando para atrás las reivindicaciones feministas y LGBTQ.
Tal vez se trata de una nueva etapa del capitalismo, el modo de producción único del planeta. Así como la globalización neoliberal y el consenso de Washington, fundado en sus premisas de privatización, equilibrios macroeconómicos a cualquier costo social, libre flujo de capitales y mercancías, desregulación del capital financiero, fue la respuesta a la crisis del keynesianismo, caracterizada por la inflación; se estaría esbozando un "trumpcapitalismo" que pretende, como afirman algunos comentaristas, "resetear" el sistema. Por supuesto, estamos hablando a un nivel de abstracción que no permite ver detalles. Las doctrinas no lo explican todo, sobre todo porque sus agentes las usan a conveniencia, de acuerdo a las circunstancias, de manera oportunista. Por ejemplo, el discurso ferozmente antiintervencionista del neoliberalismo se dejó simplemente de lado para auxiliar a los bancos quebrados en la crisis de la burbuja financiera de 2008.
Algunos análisis apuntan a que este neoproteccionismo trumpiano no es otra cosa que la respuesta al proteccionismo chino que le permitió a la hoy gran potencia asiática, crecer a ritmos acelerados desde que Deng Siao Ping enterró a Mao Tse Tung e inició un período histórico de reformas, la vía china de la transición del "socialismo real" al capitalismo (muy diferente a la vía rusa, caracterizada por el desorden, la corrupción y las mafias). Es materia de investigación mucho más extensa, que en este artículo no podemos exponer, analizar el crecimiento chino, basado en un esquema de economía mixta parecido a la experiencia japonesa y otras asiáticas, donde el Estado cumple un papel dirigente a un creciente sector capitalista nacional e internacional, aprovechamiento de una fuerza de trabajo barata y ya disciplinada, que se alimentó del "boom" de las materias primas en las primeras décadas de este siglo que, de paso, incentivó el extractivismo en los gobiernos del llamado "progresismo" latinoamericano.
Según la tesis del "reseteo" del sistema, los nuevos aranceles de Trump son el primer paso en un audaz reinicio económico y geopolítico, con el cual se persigue resolver ingentes problemas económicos estadounidenses como son la deuda pública (9,2 billones de dólares en deuda con vencimiento en este año 2025), una inflación estancada y la remodelación del esquema de alianzas y asociaciones. La deuda norteamericana pide a gritos una renegociación y una reducción de los rendimientos de los bonos, lo cual podría ahorrar miles de millones (por ejemplo, una caída del 0,5 % ahorra 500.000 millones de dólares en una década), liberando así el margen fiscal. Los aranceles generan incertidumbre en el mercado nacional e internacional, impulsando la inversión en bonos del Tesoro, reduciendo los rendimientos y enfriando la economía como una "desintoxicación" deliberada. Por otra parte, la Administración Trump se ha planteado, con la asesoría de Elon Musk y el equipo de DOGE, recortar 4.000 millones de dólares diarios, con la posibilidad de llegar a 1 billón para septiembre de este año 2025. En fin, el plan de Trump, según esta interpretación, tiene como objetivos controlar la deuda, revitalizar la industria manufacturera, recuperar el apalancamiento y validar el trumpismo. El fracaso conlleva el riesgo de inflación, represalias, derrotas en las elecciones intermedias y desvío, todo en 18 meses.
En este esquema de políticas, los aranceles, al aumentar los costos de importación, pueden servir para reactivar la industria manufacturera estadounidense y lograr ofrecer más empleo y salarios a una clase obrera que votó por Trump. A corto plazo, esto significa precios más altos, compensados por las propuestas de recortes de impuestos y una posible devaluación de la moneda. A largo plazo, el riesgo es el aumento de la inflación volverán. Trump concibe los aranceles como arma de nuevas negociaciones de país a país, como él mismo lo dijo, que dejarían atrás reglas generales de libre comercio, como las de la OMC. Los acuerdos bilaterales recompensarán la cooperación, por ejemplo, concesiones comerciales o de seguridad con aranceles más bajos, mientras que quienes se resistan se enfrentan a mayores costos. El dominio exportador de China y el bajo valor de su moneda la convierten en un objetivo prioritario; los aranceles podrían forzar la apreciación de su moneda. Aliados como Europa, India, México y Canadá podrían enfrentar demandas relacionadas con sus vínculos con China, Ucrania o el fentanilo. En este panorama, el acero, la automotriz y los textiles (que hoy son fortalezas chinas) producidos en EEUU se beneficiarían; aunque la tecnología, el comercio minorista y la construcción podrían verse perjudicados. Los empleos en estados clave podrían asegurar victorias políticas, pero el aumento repentino de precios o la desaceleración del crecimiento amenazan con una reacción negativa en las elecciones intermedias de 2026. La reciente pérdida de escaño de Wisconsin es una advertencia.
El profesor de la UC, Francisco Contreras, nos ha explicado que, según estudios que se remontan a los cla´sicos de la economía, confirmados por investigaciones empíricas recientes, las barreras arancelarias generan ineficiencias, pues distorsionan los precios relativos, lo cual reduce la especialización productiva, transfiere de manera coercitiva excedente a productores ineficientes e induce a la contracción del volumen global del comercio mundial porque inducen a represalias. Todos esto trae como efectos, pérdidas concretas para los hogares, reducción del PIB, sustitución de empleos productivos por puestos en sectores artificialmente protegidos, con disminución correlativa en productividad laboral.
Las caídas masivas de las Bolsas Mundiales, son otra alarma que se ha encendido. Ya varias firmas de Wall Street han advertido que Estados Unidos (y hasta el mundo entero) podría caer en una recesión profunda. Mientras Trump anunciaba sus medidas proteccionistas, los mercados financieros sufrieron un colapso. Los futuros de las bolsas se desplomaron. El dólar cayó frente a otras monedas. Las acciones de empresas norteamericanas perdieron cerca de tres billones de dólares. "No hay ningún análisis racional que lleve a la conclusión de que un presidente decidiría por sí solo hacer estallar un siglo de globalización en una fría tarde de miércoles de abril", comentó Glasser, un analista de la revista "The Newyorker".
Para el Premio Nóbel de Economía, Paul Krugman, el de Trump es un "capitalismo de compadres", un sistema que "denigra y humilla a los verdaderos emprendedores y a los trabajadores haciendo que los beneficios de algunas empresas no sean producto de su función social o económica, ni de su innovación y eficiencia, sino más bien, de su capacidad de controlar por la fuerza nichos de mercado con la connivencia activa o pasiva de una parte de la clase política, que así obtiene financiación para sus organizaciones y algunas veces también para los propios bolsillos de sus dirigentes. El capitalismo de compadres tiene varias formas en el mundo. Desde la colusión, hasta el pago de la deuda privada con cargo a los impuestos de todos, entre muchas otras manifestaciones, casi todas ellas todavía legales".
Esa descripción de Krugman se nos parece mucho al "capitalismo madurista" o "capitalismo de enchufados": la acumulación de capital con base en la apropiación privada de bienes públicos (en dos platos, la corrupción descarada), contratos asignados a dedo a empresas de maletín generalmente encabezadas por militares, negociaciones en secreto con capitales transnacionales "desaplicando" leyes, como lo autoriza la "Ley Antibloqueo", eliminación del salario y demás derechos laborales establecidos en una Constitución "suspendida" indefinidamente, etc.
Varias interrogantes clave se nos ocurren: ¿Este plan de Trump es sostenible y, por lo menos, viable a mediano y largo plazo, cuando la globalización es la tendencia sistémica propia del modo de producción único capitalista? ¿No es evidente que mientras Trump impulsa una contrarrevolución educativa, China toma la delantera cultural y científica apoyando a sus empresas tecnológicas y la educación en general? ¿Los sectores del capital afectados no apoyarán a las tendencias políticas de oposición a Trump más temprano que tarde? ¿La inflación no determinará la retirada del apoyo de sectores de la misma clase obrera blanca, conservadora y protestante que le dieron la victoria política a Trump?
Y otra interrogante: ¿y como queda Venezuela en este caos? Buen tema para próximos artículos.
La crítica a Trump desde Krugman (capitalismo de compadres), desde el neoliberalismo y el análisis económico estricto (editorial de news, Njaim).
Las respuestas mexicana y canadiense.
¿Puede haber un capital nacional? El capital disuelve las fronteras del feudalismo por las leyes propias de su evolución.
¿Perdurará Trump? Peculiaridades de la lucha de clases en EEUU