Cuando hablamos de
pasiones nos referimos únicamente a las inclinaciones fuertes,
violentas,
tempestuosas que agitan el corazón de la burguesía contra el Comandante
Chávez, por haberlos despojado del poder político y económico, que
estas castas disfrutaban desde tiempos de la conquista. La burguesía
considera que Chávez ha irrogado una ofensa contra ellos; están con
una pretensión en cuyo éxito pueden influir decisivamente como
ofendidos.
Recuerdan constantemente la ofensa recibida; el resentimiento se
despierta
en sus corazones, al resentimiento sucede la cólera y la cólera engendra
un vivo deseo de venganza. ¿Y por qué dejaremos de vengarnos se
preguntan?
¿No será para ellos un placer el presenciar la desesperación (siguen
creyendo) de su adversario burlado en sus esperanzas y quizá sumido
en la oscuridad, en la desgracia? Véngate, véngate –les dicen en
alta voz sus conciencias–, véngate, y que el sepa que nos hemos vengado;
dañémoslo, ya que él nos dañó; humillémoslo, ya que él nos humilló;
gocemos el cruel pero vivo placer de su desgracia, ya que él se gozó
en la nuestra. La víctima está en nuestras manos, (creen ellos) no
lo soltemos, cebémonos en ella, saciemos en ella nuestra sed de
venganza.
Tiene hijos y perecerán…, no importa…, que perezcan; tiene padres
y morirán de pesar…, no importa…, que mueran, así será herido
en más puntos su infame corazón, así sangrará con más abundancia,
así no habrá consuelo para él, así se llenará la medida de su aflicción,
así derramaremos en su villano pecho toda nuestra hiel y amargura que
él un día derramara en el nuestro. Véngate, véngate; “ríete de
una generosidad que él no practicó con nosotros” al despojarnos
de nuestros derechos de clase; él es indigno de nuestros favores,
indigno
de compasión, indigno de perdón; véngate, véngate. Señores burgueses:
¿No se les ofrece ahora una excelente oportunidad con el Referendo
Revocatorio?
Así habla el
odio de la burguesía exaltado por la ira; pero este lenguaje es
demasiado
duro y cruel para no ofender a un corazón generoso. Tanta crueldad
despierta un sentimiento contrario: Este comportamiento es innoble,
es infame –se dice Chávez a sí mismo–; esto repugna hasta el amor
propio. Pues qué, ¿yo no puedo gozarme en el abatimiento, en el perpetuo
infortunio de sus familias? ¿Sería para mí un remordimiento
inextinguible
la memoria de que con mis manejos sumiera en la miseria a sus hijos
inocentes y hundido en el sepulcro a sus ancianos padres? Esto no lo
puedo hacer, esto no lo haré, es más honroso no vengarme; sepan mis
adversarios que si ellos fueron bajos, yo soy noble; si ellos son
inhumanos,
yo soy generoso; no quiero buscar otra venganza que la de triunfar a
fuerza de generosidad; cuando sus miradas se encuentren con mi mirada
sus ojos se abatirán, el rubor encenderá sus mejillas, sus corazones
sentirán un remordimiento y me harán justicia.
El espíritu de venganza
sucumbirá por su imprudencia; lo querían todo, lo exigen todo, y con
urgencia, con imperiosidad, sin consideraciones de ninguna clase, los
burgueses han creído que se trataba de envilecerle; Chávez ha llamado
en su auxilio a los sentimientos nobles, que han acudido prestos y han
decidido la victoria a favor de la razón. Otro quizá hubiera sido
el resultado si el espíritu de venganza hubiese tomado otra forma menos
dura, si cubriendo su faz con mentida máscara no hubiese mostrado sus
facciones feroces. No debían dar destemplados gritos, aullidos
horribles;
era menester que envuelto y replegado en el seno más oculto del corazón
hubiese destilado desde allí su veneno mortal. Por cierto –debía
decir– que los ofensores no son nada dignos de obtener lo que pretenden,
y sólo por este motivo conviene oponerse a que lo obtengan. Hicieron
una injuria, es verdad; pero ahora no es ocasión de acordarse de ella.
No ha de ser el resentimiento quien presida a su conducta, sino la
razón,
el deseo de que una cosa de tanta entidad no vaya a parar a malas manos.
La ofensa que hicieron lo demuestra bien; de ella no debemos acordarnos
para la venganza, pero sí para formar un juicio acertado. Sentimos
un secreto y vivo placer en contrariarles, en abatirles, en perderles;
más este sentimiento no domina a Chávez, sólo lo impulsa el deseo
del bien; y en verdad que sería doloroso, muy doloroso, pero quizá
se resignará a ello. Más no se halla en ese caso; afortunadamente,
la razón, la prudencia, la justicia están de acuerdo con las
inclinaciones
de su corazón, y, bien considerado, ni las atiende siquiera; no
experimenta
un placer en dañar a sus enemigos, más este placer es una expansión
natural que difícilmente alcanza a controlar, pero que tiene bastante
sujeta para no dejarla que le domine. No hay inconveniente, pues, en
tomar las providencias oportunas. Lo que importa es proceder con calma
para que vean todos que no hay parcialidad, que no hay odio, que no
hay espíritu de venganza, que usa de un derecho y hasta obedece a un
deber.
Por este motivo es
tan temible la venganza cuando obra en nombre del celo por la justicia.
Cuando el corazón, poseído del odio, llega a engañarse a sí mismo,
creyendo obrar a impulsos del buen deseo. Entonces la envidia envilecida
destroza las reputaciones más puras y esclarecidas, el rencor persigue
inexorable, la venganza se goza de las convulsiones y congojas de la
infortunada víctima, haciéndole agotar hasta las veces el dolor y
la amargura. ¿Qué nombre creéis que tomarán la envidia y la venganza,
que les seca los corazones y hace rechinar sus dientes? ¿Creéis que
se apellidarán con el nombre que les es propio? No, de ninguna manera:
aquellos energúmenos dan un grito como llenos de escándalo, se tapan
los oídos y sacrifican al inocente en nombre de su Dios. La envidia
les destroza el corazón, sienten una abrasadora sed de venganza. Pero
¿obrarán, hablarán como vengativos? Chávez seduce las “turbas”,
es enemigo de nuestros intereses más preciados; la fidelidad, pues,
la tranquilidad de nuestros intereses, exigen que se le quite de en
medio. Y será llevado a los tribunales y será interrogado, y al
responder
palabras de verdad, los burgueses se sentirán devorados de celos y
dirán: Es reo de muerte.
En todo juicio hay
una relación de dos ideas, o más bien de los objetos que estas
representan;
lo mismo ha de suceder en la proposición; el término que expresa aquello
de que afirmamos o negamos se llama sujeto; lo que afirmamos o negamos
se denomina predicado, y el verbo “ser”, que expresamos o sobreentendido
se halla siempre en la proposición, se apellida unión o cópula porque
representa el enlace de las dos ideas. Así, en el ejemplo anterior,
Chávez es el sujeto, y la burguesía el predicado. La primera es
negativa;
la segunda, afirmativa; el sentido es muy diferente con sólo mudar
de lugar el no. La mejor regla para asegurarse de la bondad de una
definición
es aplicarla desde luego a las cosas definidas y observar si las
comprende
a todas y a ellas solas. Chávez que en este punto sabe dominarse a
sí mismo tiene mucho adelantado para conducirse bien; posee una cualidad
rara que luego le produce sus buenos resultados, perfeccionando y
madurando
el juicio, haciendo adelantar en el conocimiento de las mañas de la
burguesía.
En esto, como en muchos
casos más, puede mucho el trabajo, la repetición de un acto que llega
a engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Chávez tiene
verdaderamente una gran misión que cumplir con el pueblo venezolano
y con Venezuela y, en cierto modo, es excusable que a tan alto objeto
sacrifique su salud, su familia y su vida. Acostumbrándose a pensar
sobre cuántos problemas se le ofrezcan y a dar constantemente al
entendimiento
una dirección provechosa, consigue lentamente y sin esfuerzo la
conveniente
disposición de ánimo, ya sea para fijarse largas horas de trabajo
sobre un punto, ya para hacer suavemente la transición de unas
ocupaciones
a otras. Cuando no se posee esta flexibilidad el entendimiento se fatiga
y enerva con la concentración excesiva o se desvanece con cualquiera
distracción. Y aquí repetiremos lo que indicamos más arriba, y es
que la burguesía está cegada por la ambición, ya sea no fijándose
un fin bien determinado, ya no calculando la relación que éste tiene
con los medios de los que pueden disponer; la burguesía se forma mil
ilusiones, que les hacen equivocar sobre el alcance de sus fuerzas y
la oportunidad de desplegarlas. Sucede con mucha frecuencia que la
vanidad
las exagera; pero como el corazón de estos personajes es un abismo
de contradicciones, tampoco es raro el ver que la pusilanimidad las
disminuye.
La burguesía levanta
con demasiada facilidad encumbradas torres de Babel, con la insensata
esperanza de que la cima pueda tocar al cielo; pero también les acontece
desistir, pusilánimes, hasta de la construcción de una modesta vivienda
para el pueblo pobre. Quizá se atreven a más de lo que pueden; pero,
a veces, no pueden porque no se atreven.
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria Socialista o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net