El modelo agro-industrial capitalista que se incrustó en las costillas de la sociedad y del Estado venezolano, es un cangrejo que requiere para su solución medidas progresivas, algunas sospechosas de llegar a ser un arreglo por debajo de la mesa con los capitalistas, y otras sospechosas de ser un planteamiento reformista que no va al grano radical de la revolución. Incluso, la más sospechosa es la que supone que algunos burócratas se benefician en un país con un sistema agro-industrial destartalado, porque de sus deficiencias se favorecen las importaciones de alimentos procesados. ¡Qué cangrejo!, camaradas.
Tratemos de ver algunos patas del cangrejo con cierta ligereza en la complejidad del asunto:
La agroindustria en general propende a espoliar al productor primario, a capitalizar su esfuerzo, a acumular la plusvalía de su trabajo. Pero más allá, sus estrategias se basan en contratos a futuro, con ataduras de precio y de calidad, que castigan la entrega de materias primas. Cuando no es este el sistema, el Estado debe garantizar la acumulación de inventarios y la entrega de materias primas, o algo más fácil, entregar divisas para que importen lo que se puede producir en el país. Y en los últimos años, ese sector agro industrial ha procurado no invertir en tecnología, dejando en la ruta de la obsolescencia, la mayor parte del parque tecnológico. En algún momento, y salvo contadas excepciones, la obsolescencia tecnológica hará crisis.
Por otra parte, un agroindustrial que se respete en su medio entra en alianza con el gran capital del campo, con latifundistas o tercerizadores de cosechas. Pero, a la final siempre aparece la controversia sobre el castigo al precio, a la calidad y a la demora de recibir las cosechas. Un ejemplo importante que lamentablemente no consigo en mis archivos electrónicos, es la pugnacidad cíclica del sector industrial con las organizaciones capitalistas de los productores primarios. Me refiero a la evolución de los precios de las materias primas y la evolución de los precios de los productos agroindustriales. En este caso haciendo uso de la memoria, FEDEAGRO reclamaba que los precios del maíz avanzaban con una baja pendiente, en tanto que la harina de maíz precocida, los nepes, el aceite y otros usos como los almidones y la cerveza, agregan tanto valor que habiendo partido con brechas estrechas, hoy día son algo así como un zanjón, una desfase grosera de la rentabilidad entre los dos sectores. Otro ejemplo clásico fue el sistema de integración en la producción de pollos de engorde. Al final de dos o tres ciclos, el productor de pollos, le debía a la industria casi el valor de la inversión en infraestructuras. Cuando no era la mortalidad, era la calidad del alimento, o era la calidad genética de los pollos bebes que le entregaron; y al finiquitar el contrato del financiamiento de la integración, la deuda era para el productor. ¿A quién le creemos?
Pero, la otra pata del cangrejo es que el Estado es propietario de empresas agroindustriales y trata de funcionar e imitar la dinámica de los empresarios privados. Un vocero de la agroindustria Los Andes declaró recientemente que requerían dólares para garantizar el abastecimiento de jugos pasteurizados. No disponían de pulpa de manzana, pera y durazno. ¡Vergación! dijo mi amigo maracucho, que molleja, y los mangos se pudren en los campos. Y esa empresa ni siquiera tiene un plan frutícola para abastecerse de frutas nacionales, en alianza con nuestros agricultores, con los colectivos comunales, consejos campesinos y otras formas de organización. Y no hablemos de Diana, la principal importadora de aceites y grasas visibles de Venezuela, que ha detenido la expansión del cultivo de la palma aceitera, pero importa aceite crudo de palma y de otras oleaginosas factibles de producir en el país, a borbotones. No olvidemos que aceites y grasas son la primera dependencia foránea de alimentos. Importamos el 80 % del total de la demanda interna. ¿Quién le metió en la cabeza al Comandante Eterno que la palma aceitera era un desacierto como rubro bandera? Ya tuviéramos cerca de las 150 mil hectáreas, metidas en sistemas agroecológicos (existen actualmente) y bajo el control de organizaciones campesinas.
Estamos entonces situados en la médula del cangrejo. Esas relaciones requieren de un marco regulatorio en la transición al socialismo, y el desarrollo de estrategias que incentiven la diversificación industrial de productos derivados del maíz, el arroz, la leche, las carnes de vacunos, aves y cerdos, las frutas, el cacao, el café, las oleaginosas, algunas hortalizas como el tomate, por citar algunas. Esto en términos de aproximación grosera significa activar unos 4,5 millones de hectáreas ¿seremos capaces?
Ahora bien, el país debe desarrollar estrategias precisas dirigidas a los alimentos que se consumen frescos y que difieren en muchos sentidos de aquellas para los alimentos que se consumen procesados, independientemente del grado de transformación que reciban. Sobre lo primero hay varios modelos que nos pueden ayudar a mejorar la producción primaria y son más cónsonos con las propuestas organizacionales comúnmente escuchadas en tiempos de revolución. Pero son otro tema, y no son un cangrejo. Sobre lo segundo, estamos a las puertas de un nuevo modelo de desarrollo integral agroindustrial de las capacidades públicas y privadas que potencie la producción nacional, fortalezca la reserva alimentaria, genere excedentes exportables, incremente la seguridad alimentaria y permita una mejor expresión de la soberanía nacional, especialmente haciéndonos menos vulnerables a la presión internacional de nuestros adversarios políticos, con gran influencia en el sector agroindustrial transnacional.
El primer cambio trascendente en el modelo agro-industrial actual es colocar el factor humano por encima de toda prioridad económica y tecnológica que mayormente asume el gran capital. En consecuencia, debe revisarse la posibilidad de cambiar la forma de medir su impacto, por la mejora en la disponibilidad de alimentos para la sociedad, pero no solo así, sino también midiendo el bienestar que llega junto a su aplicación, en el sentido más amplio, disminuyendo el riesgo de los agroquímicos, el evitando el deterioro de los suelos, y distribuyendo mejor en el espacio las capacidades de la agroindustria, mejorando la suplencia de alimentos en las estanterías, y evitando las fluctuaciones temerarias de los precios. La pregunta entonces ¿Es posible desarrollar un sistema agro industrial potente saliéndose del paradigma de la revolución verde? Los teóricos que han analizado el tema dicen que sí, que se requiere un cambio progresivo hacia una agricultura de bajos insumos y de otros insumos, para lo cual los sistemas científicos y los saberes tradicionales deben estar en concordancia con esta tendencia.
El segundo aspecto es superar las diferencias entre lo público y lo privado, ratificando que los alimentos son bienes esenciales y la dinámica general de estos no puede obedecer a al instinto del mercado, sino a la planificación de la satisfacción de necesidades alimentarias de la población. En tiempos de revolución el carácter conservador del gran capital constituye un obstáculo a los cambios; y su posición no mutará frente a las propuestas de la izquierda, contrarias a los procesos de expoliación que conducen a la acumulación de capital. En todo caso, quien debe dar el ejemplo de la adhesión a los cambios requeridos para aproximarnos a un nuevo modelo en la agroindustria, es el sector público, evidenciando la eficacia y la eficiencia, y la disminución de los efectos deletéreos sobre los humanos y la naturaleza. También debe evidenciar la democratización del control sobre la inversión pública.
El tercer aspecto es que los planes nacionales, y como tal las estrategias de ampliación de la frontera agrícola requieren coherencia; y más allá, al menos repensar sistemas de articulación entre la nueva agroindustria y los agricultores cooperadores, garantizando financiamiento, precios justos a las cosechas, y evitando sistemas desleales de depreciación de cosechas por la aplicación de normas de la calidad diseñados para desestimular al agricultor. El concepto de agricultores cooperadores implica reconocer como tales las nuevas formas de organización socialista para la vida y la producción en los territorios rurales. Es de esperar que una adecuada educación de los actores sociales en las cadenas socio-productivas pueda dar lugar a mejores relaciones y mejores resultados de este nuevo ensamble.
También es posible que se promuevan nuevas formas de propiedad de los medios de producción agro-industrial, incluida la apertura del capital social de las grandes empresas agro industriales, a la participación de los agricultores. Pero, hay atrasos superables en propuestas que ya han sido discutidas como las ciudadelas agroindustriales resultantes de Empresas de Producción y Propiedad Social, imbricadas en los territorios priorizados para estos fines, y la pequeña y mediana empresa de Propiedad Social con enfoque de sustento a la economía comunal.
El cuarto aspecto es la demanda de una planificación física de la producción y de las capacidades de transformación con sentido eco regional, desmotivando la reconcentración en la zona central -norte costera del país, donde se ubicaron las capacidades tecnológicas industriales con la pretensión de utilizar las facilidades portuarias para su beneficio como importadores de materias primas. También hay que proyectar un conjunto de agroindustrias que permitan que en la expresión del nuevo modelo productivo, represente una proporción favorable a los intereses de la revolución y de las políticas públicas sobre seguridad y soberanía alimentaria. No menos del 70 % de la capacidad instalada agroindustrial en los próximos diez años, debe estar alineada con la revolución. Sobre lo anterior, una implicación importante es repensar los sistemas de almacenamiento de materias primas y las cadenas de frío cuando sean necesarias
En relación a la naturaleza de los planes, algunos deben adquirir carácter inmediato de grandes retos de la revolución. Es el caso de los cereales, maíz y arroz, que pueden dar respuestas tempranas y garantizar una producción nacional que supere en 30 % la demanda estimada aparente, para consolidar la reserva estratégica y disminuir la vulnerabilidad de fronteras que actualmente forma parte de una guerra económica, cuyos actores materiales son más fáciles de percibir que los promotores intelectuales.
Una arremetida productiva en el país puede llegar a congestionar los sistemas de almacenamiento y de producción. Nada absolutamente nada debe quedar para el azar. La izquierda lleva por dentro un especial sentido de la planificación, sin lo cual nada será posible. Las políticas sociales, los incentivos a la producción, los mecanismos formales de articulación, y todos lo necesario, es parte de la planificación y de la comunicación de propósitos.
Nunca olvidemos que los alimentos son el gran activador económico y social de la sociedad; no conocemos a nadie que escape a las circunstancias del sistema agroalimentario.