Cada bendito año que fallece de muerte natural nos sentamos en la mecedora a hacer memoria de las significancias de la vida. En esto soy redundante, casi enfermizo. Los dolores y los eventos favorables giran por mi mente y aparecen tantas realidades, unas que metabolizo porque son parte del ciclo biológico de la vida y la muerte, otras las difiero para mejores momentos de análisis y otras me jurungan la conciencia, me hacen recordar y buscar salidas. En este fin de año 2016 he leído varios discursos de Francisco, el extraño Papa que vivió la pesadumbre de las dictaduras del Cono Sur de América, y ahora trata de llamar la atención del mundo, advirtiendo que es posible otro mundo; así su patria de origen esté sometida a la misma derecha feroz de los tiempos de las dictaduras y sus gobernantes sean subproductos políticos de aquellas. De sus lecturas he llegado a una conclusión casi ridícula, pero me agrada: Es posible hacer poesía para la vida pero también es posible hacer de la vida una poesía. Y eso, es lo que a veces quisiera hacer de la agricultura, una especie de canto a la vida. Así no sea escuchado.
Empecemos por desenmascarar nuestra agricultura, es incierto que haya existido una agricultura humanamente próspera en nuestra Patria. Si viajamos en el tiempo, desde la repartición de tierras a los conquistadores y a sus progenies, la agricultura vegetal sirvió para acentuar la conquista y la ganadería para acompañar las expediciones de conquista. En la Colonia existió un movimiento agrícola alineado con el pensamiento fisiócrata según el cual, la agricultura es generadora de riqueza real, el mercantilismo es un actividad casi parásita de la agricultura; es entonces la que a partir de pocos recursos genera productos importantes para la vida.
Esa práctica la defendieron los ancestros de muchos de nuestros próceres, que como Bolívar sacrificaron toda esa tradición y propiedades, en beneficio de la independencia. Pero tampoco era una agricultura humanamente próspera, se basaba en la esclavitud, en la explotación de la tierra y del humano. De allí su rentabilidad y atractivo.
Finalizada la guerra por la independencia, la desolación marcaba el territorio. Los flujos humanos de la guerra, las necesidades del combate por la libertad redujo nuestra agricultura y comenzó una nueva forma de repartirse la tierra entre los que expusieron su vida y los ideales. Los que fueron esclavos, los que fueron asalariados en el campo, los medianeros, quedaron sin tierra. Y la nuevas guerras evidenciaban que la inequidad en la tenencia de la tierra era un buen motivo para prorrogar la guerra: "¡Tierra y hombres libres!", gritó Zamora. Tampoco las nuevas escaramuzas y las nuevas guerras mejoraron la agricultura nacional. Algunos historiadores presentan estadísticas de éxito en los inicio del siglo XX, pero evitan hablar de la estructura de la tenencia de la tierra y de la explotación humana. A mediados del siglo XX, la agricultura campesina garantizaba la sobrevivencia y la latifundista la explotación. Es imposible darle una excesiva importancia a esa agricultura de las desigualdades, por cuanto la esperanza de vida de esos tiempos rondaba los 46 años, dirán algunos que a causa de las enfermedades, y diremos otros que algunas de esas enfermedades no hubieran sido tan crueles con cuerpos mejor alimentados. Lo mejor de esos 50 años del siglo XX fue una ruralidad practicante de una producción diversificada, en la cual participaba más del 70 % de la población. Algo así, si no siembras no comes.
Los últimos cincuenta años fueron los cronos del desmontaje agrícola. Comenzó el éxodo, bajo la participación de las leguminosas de grano comestible de 20 a menos de 2 Kg/ persona /año. El Estado fue infelizmente capaz de frenar el desmontaje, incluso tales niveles de incoherencia en las políticas hacen pensar que algo de este desmontaje fue planificado. Algunos discursos colocados en prensa sobre la ineficiencia de la agricultura y la necesidad de importar tomaron cuerpo. Nos hicimos un país importador neto de alimentos. Transformamos el país en un gran potrero, con una ganadería ineficiente pero extractora de los recursos del Estado. Desarrollamos el petróleo como una inmensa teta de la cual chupamos todos, aunque algunos la gula del petróleo los hizo ricos a costa de una pobre agricultura.
En esencia, en este recorrido mental, los tres grandes males de la agricultura del siglo X fueron la inequidad de la tenencia y uso de la tierra, la falta de armonía entre el avance del extractivismo petrolero con el desarrollo integral del país, incluida la agricultura; y los proyectos esporádicos, oportunistas, cortoplacistas, discontinuos, como fueron los planes de riego, el milagro agrícola, la petroquímicas, el proyecto MAC FAO Venezuela 17, los fondos de desarrollo, los bancos que financiaban la agricultura, una ristra de leyes cuyo objetivo fue frenar cualquier lucha de los pocos campesinos que quedaban el el campo para reivindicar su derecho a la tierra.
Todo parecía estar perdido, la agricultura ruinosa del siglo XX estaba en quiebra y las cifras de las estadísticas, que al menos se publicaban, hacían del ejercicio futurista un gran reto. Desarrollar la agricultura desde esa ruina era el canto a la alegría, la poética como ejercicio de la esperanza, un desafío de envergadura posible sólo con una revolución en la agricultura. Para alimentar la población estimada, que hoy es realidad, se requería a esas tasas de crecimiento de la producción más de 50 años. Es decir, estas debilidades ayudan a explicar los déficits que hoy padecemos pero no permiten exculparnos de los errores y de las omisiones.
Recuerdo al Comandante Chávez aquella vez en el auditórium del Núcleo Canoabo de la UNESR, renuente a ser el presidente resultante de los comicios que se avecinaban, con apenas 17 % de intención del voto, sin ganas de ser candidato, pero cosa extraña, con un programa de gobierno centrado en la superación de los grandes desequilibrios nacionales. Y allí estaba la agricultura como fenómeno de una forma de percibir un país más equilibrado sectorialmente y territorialmente. También recuerdo que a inicios del siglo XXI, Chávez supera un golpe de Estado que no logró articular con la base agrícola, que finalmente se encargó de surtir los mercados internos, así algunos hijos de malas madres hayan vaciado la leche de sus fincas en ríos y lagos. Las cuantiosas pérdidas del golpe de Estado y del Paro Petrolero, incidieron sin embargo en la suplencia de mayor cantidad de alimentos provenientes de los nuevos aliados políticos de Venezuela, nada gratis, ni precios solidarios. Oportunistas.
Lo que fue el discurso agrícola del Presidente Chávez comienza a manifestarse en algunas áreas como la lucha contra el latifundio, que logra rescatar varios millones de hectáreas improductivas. Mientras Chávez tejía su discurso de una revolución en la agricultura otros se hicieron expertos en importaciones de todo lo posible en agricultura, bienes de capital, alimentos, insumos diversos, y hasta de expertos que vinieron a aprender con nosotros. Chávez tejió los diferentes modelos de la organización militante campesina y otros destejían los visos de organización; Chávez tejió los rubros banderas y luego los burócratas lograron desencantarlo y se destejieron; Chávez tejió el plan nacional de semilla como una estrategia contra la amenaza de un paro semillero y los burócratas se encargaron de desmontarlo. Así como ese cuento se tejió y se destejió. Finalmente el resultado es la cohabitación de un modelo heredado del siglo XX y otro que no termina de cuajar la leche, el del socialismo del Siglo XXI.
En medio del dolor por la enfermedad del Comandante, las importaciones agrícolas fueron exorbitantes. Nunca sabremos cuánta maldad hubo en esas acciones. Si hubiéramos sido otros, en su lecho de enfermedad y muerte le hubiéramos dado mejores anuncios sobre los resultados agrícolas. Falleció el Comandante y la agricultura sigue enferma.
¿Donde está lo poético? ¿Cómo esta crónica desesperada puede incitar a la poesía?
Parto de la idea fecunda que si algo conmueve el alma es el recuerdo de los sincero, de las ansias transformadoras. Pasearse en el discurso político de Chávez sobre la agricultura es un canto de esperanza, revisemos esas estructuras lógicas y sentimentales; también, desnudemos nuestras mentes de ese ropaje inercial por la importación, unamos esfuerzos, no caigamos en más provocaciones cortoplacistas, ni en aventuras de liderazgos anti- naturales en la agricultura. Bailemos cuando las producciones sean buenas, cantemos para que llueva cuando escaseen la lluvias, lloremos cuando la aridez del verano nos queme los cultivos, celebremos que los campesinos tienen más y mejores tierras, hagamos el programa de vuelta al campo, dotemos de tierra a una inmensa cantidad de técnicos del agro hoy dedicados a vivir de la burocracia, declaremos la transición hacia la agricultura sustentable, llevemos nuestros avances de una gran fiesta que sea mejor que la fiesta del asfalto, a todo el mundo, a cada casa. Construyamos la ciencia y la tecnología para la innovación que resuelva nuestras prioridades de corto plazo pero también las estratégicas de largo plazo. Tenemos la capacidad hoy mismo de alimentar dos o tres veces nuestra población, entendamos que no hemos querido hacerlo, rescatemos que podemos hacerlo. No miremos de reojo las colas para comprar alimentos, pensemos que ese es un problema a superar, es una guerra que debemos ganar. Miremos a un agroimportador como un bicho peligroso, una especie de gorgojo que se chupa las divisas que pueden servir para otras necesidades del Pueblo. Y busquemos debajo de las piedras, si es necesario, hasta encontrar aquello que una vez llamamos poder popular en la agricultura.
Felices años por venir.
mmora170@yahoo.com