Los acontecimientos políticos en nuestro país constituyen, por antonomasia, lo que en teoría literaria se denomina tragicomedia. Dan ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Es una mezcla indigesta de telenovela, una catástrofe televisada, el conde del Guácharo y Radio Rochela. Por supuesto, nuestras calamidades, que comprenden la mortalidad de personas e instituciones, debidas a enfermedades, enfrentamientos armados, criminalidad, abusos, destrucción, taras culturales, estupideces o simple locura, ponen la cosa demasiado tétrica y oscura, pero siempre hay una incidencia, nunca falta ese toque de caos que ha hecho a los políticos venezolanos los reyes del ridículo y del surrealismo. Al parecer, en manos de estos payasos, la política venezolana nunca saldrá del hueco. Y que conste que me refiero a esos políticos. No tengo nada que ver con los que hablan de estado o país fallido.
Como estamos desde mediados del siglo pasado en la era de la massmediación de la política, es decir, de la subordinación del espacio público-político a los medios, y como estos, desde hace unos 20 años, han ganado inmediatez y personalización con las redes sociales y los celulares, la primera impresión, que siempre ha sido importante, ahora se convierte en la decisiva. Por eso, por la rapidez de los sucesos, los ciudadanos reaccionamos con reflejos reptiles más que con una opinión razonada. Si participamos en grupos vinculados a alguna de las polaridades, no nos detenemos a analizar; tan solo respondemos sí o no, según el vocero al cual adscribimos e hipotecamos nuestras capacidades mentales, que se hallan en una merma impresionante. La historia de los atropellos institucionales, de la anulación de las instituciones propias de la Constitución, por un lado, y la historia de las mentiras, de shows bobos de "golpes de estado" e "insurrecciones" fallidas, de incoherencias viscerales, ha determinado reflejos generalizados de rechazo. A falta de constancias de los hechos y confianza en los protagonistas, funcionan las pésimas reputaciones de los actores. Es totalmente verosímil, tanto un golpe al Parlamento, sea con cañonazos de millones de dólares, sea con control militar del acceso, como un show inconsistente para consumo de los medios internacionales, que también tienen sus reflejos propios de esta época de nueva guerra fría. Todo esto viene a colación, por supuesto, por los acontecimientos de la elección e instalación de la directiva de la Asamblea Nacional.
Ya hace rato que la discusión no gira en torno de la legalidad o, ni siquiera, de la legitimidad. Esta ha terminado por ser algo determinado por la decisión y la conveniencia geopolítica de los gobiernos extranjeros, tanto los alineados con los Estados Unidos, como los que tratan de aprovechar la emergencia de poder de Rusia y China, para adquirir un poquito de autonomía en el mundo. En cuanto a la legalidad, el control partidista descarado sobre la instancia decisiva para la interpretación de la norma constitucional, el TSJ, ha terminado de enterrar cualquier respeto acerca de la aplicación de esos preceptos. Pero es el aspecto de fondo, lo que pudiera sustentar el apoyo político para cualquiera de los polos hoy en disputa: la confianza.
Como todos sabemos, no hay razones para tenerle confianza, ni al gobierno, ni a los dirigentes de la oposición. El uso masivo de la demagogia, la mentira, el descaro, ha asesinado esa confianza. La "recuperación de la economía" ofrecida cada fin de año; el recurso de culpar al imperialismo de un desastre general ocasionado por la propia ineptitud, corrupción e improvisación, cuando no de la mala fe, las maniobras para destruir la institucionalidad, la arbitrariedad, el uso de la represión selectiva sin garantías, por un lado; y las alucinadas líneas políticas, la falta de estrategia, el recurso al apoyo norteamericano hasta fantasear una posible intervención armada, completada por la falta de probidad, la evidencia de una corrupción hedionda, ha desacreditado a los opositores. Esta crisis histórica ha tenido un final largo. No termina de aparecer otra opción, el rechazo generalizado a los políticos profesionales en todas las encuestas, muestran que no hay hueso sano en esos individuos.
Como se ha dicho, si es cierta la versión de los voceros del PSUV o de la supuesta nueva directiva (integrada por diputados opositores acusados de corrupción por sus propios compañeros), y si es verdad lo que dicen los dirigentes de la oposición del llamado G4 (ahora secundados por anteriores "traidores" por el pecado imperdonable de competir en unas elecciones e intentar una vía negociada de salida de la crisis), ninguno de los dos polos merece nuestra confianza.
Con su comportamiento, estos "dirigentes" han instalado en la opinión pública mundial la imagen de un país inviable, de un conflicto sin soluciones institucionales, de una tragicomedia sin solución. Ante esto los grandes capitales hacen sus cálculos. Aplicando la máxima maoísta de que el poder nace del cañón de un fusil, las transnacionales preferirán hacer negocio con quienes mantienen el control de la fuerza, que les dan hoy grandes ventajas, sea dicho de paso, para explotar el petróleo, el oro y las otras riquezas minerales, con una potenciación patológica del extractivismo y el rentismo, que nos enviará a los peores niveles de dependencia, y al carajo la perorata antiimperialista. Ha muerto la idea socialista, por supuesto, y la antiimperialista se muta en oportunismo geopolítico que le acepta a los rusos y a los chinos lo que nunca debió aceptársele a los norteamericanos. La miseria se acompaña del gesto patético de los que se aferran al clavo ardiente de una esperanza ajena a la realidad.
No seguimos en las mismas. Estamos peor. Las pésimas políticas económicas del gobierno lo ha llevado a una capitulación económica, evidenciada por el estímulo de la libre importación, la dolarización de facto, aceptada por la impotencia del Estado venezolano para defender el valor de su unidad monetaria, hoy muerta, y a la descarada traición de las esperanzas populares. La adulación al Imperialismo norteamericano y una ineptitud de antología, ha llevado a la oposición, a la inviabilidad de los caminos políticos, quedándose solamente con los apoyos extranjeros, y a la desesperación que los arrojará en brazos de los intervencionistas militares. Como me dijo, lamentablemente, un conocido de mis tiempos de estudiantes, seguidor de Guaido; "si Trump nos resuelve el problema, chévere".
La capitulación económica y la destrucción institucional continúan. Seguiremos sacando cuentas de cuántos gobiernos extranjeros reconocen una directiva de Asamblea Nacional, como delegando en ellos lo que unas instituciones muertas o una confianza pública ya no pueden hacer. Seguiremos llamando al lobo de ser un "punto tibio" o hasta "caliente" de la Guerra Fría. Hay que desechar las ilusiones y prepararse para una lucha prolongada.