Antes que nada, el lenguaje. ¡Qué brillante fue Cantinflas! cuando precisaba: "hablamos como caballeros o como lo que somos". En el caso de los máximos funcionarios de este gobierno, habría que preguntar si hablan como revolucionarios o como vendedores del país, con palabras prestadas de técnicos del Banco Mundial. Porque al "gran viraje" del gobierno (y el cariz que está tomando todo el período histórico), le corresponde otro lenguaje, donde fastidian frases trasnochadas. Se trata, por supuesto, de una transformación de clase.
No es nada nuevo que en la Venezuela contemporánea, la del capitalismo rentista, el Estado construya nuevas fracciones "emergentes" de la burguesía. Ya en ocasiones pasadas hemos comparado lo que está ocurriendo actualmente, con el surgimiento de las nuevas burguesías gracias al perezjimenismo, el bipartidismo adeco-copeyano, la bonanza de CAP en los setenta, etc. A cada fracción burguesa emergente, correspondió un discurso: "Gran Ideal Nacional", "Así construye la democracia", "La Gran Venezuela". La experiencia histórica de estos 22 años es que incluso la consigna del socialismo, que asustó cuando la "guerra fría" o desde Gómez, sirve también para eso: para que la renta petrolera engorde una nueva burguesía.
El proceso que arrancó con tanto aspaviento revolucionario y cadenas de TV, con un liderazgo de indiscutible calor popular, logró cambiar la constitución, introduciendo algunas reformas orientadas a la profundización de la participación, y un reparto de la renta que benefició un poco a las masas populares, olvidadas durante la fiebre neoliberal de fínales de los ochenta. Pero también consiguió reventar el sistema de distribución de la renta del bipartidismo que había funcionado a base de regateos y acuerdos entre partidos, gremios, sindicatos y hasta la Iglesia. Pero lo que vino después no fue un Estado más democrático, mucho menos planificado al estilo del mismo socialismo del siglo XX. Más bien se creó un mecanismo de distribución de la renta petrolera, donde un solo jefe decidía. Tamaño retroceso al siglo XIX, se agrietó apenas se puso en funcionamiento, por descontrol y corrupción, que es casi lo mismo. Como siempre, se entregaron las divisas baratas para promover inmensas importaciones masivas, muchas veces fraudulentas. Y así se dio base al descalabro monetario, aprovechado, claro está, por ciertas páginas web, pero no causado por éstas. Mientras tanto, a raíz de una serie de estatizaciones erráticas, se motivó una huelga de inversiones que terminó de paralizar lo poquito de industria y agricultura que había. De las industrias básicas y hasta PDVSA, la gallina de los huevos de oro, se encargaron de destruirlas esos gerentes y altos funcionarios corrompidos. Claro, siempre se contó con el discurso anti-imperialista como gran motivador de una base creyente, honesta pero simple, que se contentaba con esa justificación de la destrucción, achacándosela exclusivamente a una "guerra económica" del Imperio. El propio Obama se encargó de confirmar esa movilización de creencias y tradicionales. Y el loco Trump completó la agresión en forma con las sanciones financieras, dándole la mano a una oposición inmediatista, aventurera, "majunche".
Pero llegó el día siguiente. Vino lo previsible: a la bonanza sucedió la caída de los precios del petróleo, causada casi directamente por la crisis que arrancó en 2008 con el estallido de una inmensa burbuja financiera. Nos conseguimos con lo de siempre: nos endeudamos bestialmente, no se invirtió adecuadamente en ciencia y tecnología, en electricidad y en agua, en el sistema de salud, en las industrias, en agricultura, en infraestructura. Mucho real se perdió por el camino y terminó en cuentas en paraísos financieros. Vino la resaca de la caída. Una destrucción económica idéntica a la de un país destrozado por una guerra. Vino la hiperinflación que nos ha hecho el país más pobre de América Latina.
La fiesta terminó y había que levantarse con dolor de cabeza. No había que calarse las recriminaciones y el lenguaje mismo del "trasnocho de izquierda". A ello correspondió un madrugonazo de lenguaje de Banco Mundial. Ahora el vocabulario se llena de expresiones típicas de técnico de institución internacional que bebe un fino whisky en las conferencias sobre la pobreza del mundo. Hablamos entonces de Zonas Económicas Especiales, estímulos a la inversión extranjera, etc. Más o menos como Tarek El Aisami.
¿Qué son las Zonas Económicas Especiales? En primer lugar, hay que dejar bien sentado que son una recomendación del Banco Mundial, una de las dos instancias principales del capital transnacional, al lado del FMI, para que los países en crisis atraigan capital. Se ha aplicado en varios países, algunos latinoamericanos y subdesarrollados (México, Centroamérica, República Dominicana), otros asiáticos (la experiencia China). En los documentos de esos países se dice, con el tono frío y "objetivo" del técnico, que a veces funcionan, y otras, no.
El documento de la UNCTAD que menciona Juan Arias (y su plagiario, Antonio Rodríguez, verdadero artista del "corte y pegue"), aclara muy bien, en lenguaje diplomático además, que se trata de participar en una competencia (una pugna, pues) para ver quién puede atraer capitales, en momentos en que este se mezquina, debido a la contracción sistémica por la continuación de la crisis que se inició en el 2008, reactualizada por el decrecimiento causado por la pandemia, y decisiones, como la de China, el gran motor de la expansión en la década pasada, de concentrarse en su mercado interno de consumo, reducir su rol de gran importador de materias primas y el establecimiento de nuevos impuestos al petróleo y otras "commodities". De modo que se trata de ofrecer al capital, las mejores condiciones. Fácil es saber cuáles: bajo costo de la fuerza de trabajo, facilidades burocráticas (de gestiones y reducción de controles), excepciones de impuestos, rápido acceso a medios de transporte, ningún fastidio en lo de extraer las ganancias.
Luís Britto García ya equiparó las Zonas Económicas Especiales con maquilas, no porque se haya trasnochado, sino porque esa es la experiencia latinoamericana. Además, Britto García es así coherente con sus críticas a leyes anteriores (la de protección de la inversión extranjera y la llamada "antibloqueo") y la recurrencia a organismos internacionales para resolver las diferencias entre las partes de los contratos. También están las críticas provenientes de los sectores obreros, por la suspensión de facto de la contratación colectiva y demás, cosas que ya ocurrieron y no tiene nada de particular que ocurra en unas zonas donde, legalmente, se permite "desaplicar" legislación nacional. De modo que, más que "transnochadas" tales críticas se hallan muy bien referenciadas en la experiencia internacional de esas ZEE y la reciente con este gobierno.
Al cambio de lenguaje, también se le agrega un cierto dejo de desprecio hacia los que usan todavía una retórica "gastada". Eso se nota en los discursos de los ministros y parlamentarios, en los artículos pirateados de Antonio Rodríguez, plagiados de otros columnistas que al menos saben de qué están hablando, en los más efusivos aduladores encargados de defender la entrada de Venezuela en esa competencia para ofrecer al país en bandeja de plata, con las mayores ventajas al capital; esa búsqueda desesperada de capital.
Así, por ejemplo, hallamos una desafiante defensa de ese estilo desenfadado en la presentación de un libro de Rodolfo Sanz acerca de las ZEE: "esta obra ofrece un enfoque inédito (¿? En realidad no es nada inédito: se pueden conseguir en Google abundantes documentos del BM, la UNCTAD, y demás organismos; incluso podemos acceder al debate en México sobre estas ZEE) que relaciona tres conceptos fundamentales para la etapa histórica actual de Venezuela: las llamadas (¿por quién? Ya lo sabemos, aunque Britto García las llama claramente maquilas) Zonas Económica Especiales, instrumentos que han servido para la promoción del crecimiento y el desarrollo en importantes países del sistema-mundo, desde una perspectiva novedosa (de nuevo ¿?: no es para nada nuevo ofrecer al capital transnacional las mejores condiciones, como las que mencionamos antes) que enfatiza la actividad económica y el socialismo del siglo XXI (¡Uy! Y esa frase ¿a qué viene? ¿Un resto de vergüenza? ¿Un saludito a la bandera chavista por si acaso nos sale en la noche, en uno de esos trasnochos?). El realismo (¡aahhh!) político y económico (esta apelación al realismo es bastante dramático, cuando se trata de los responsables del real desastre económico que hoy sufrimos) desde el cual se abordó este libro rompe con esquemas existentes basados (o sea, toda esa paja del socialismo, los "Planes de la Patria", las posiciones nacionalistas respecto al petróleo y las industrias básicas, sin mencionar esas ideas utópicas de los ecologistas, etc.) en nociones un tanto dogmáticas como fantasiosas acerca del socialismo (bueno: al parecer, para esta gente Marx es un escritor de ciencia ficción), expuestas por algunos autores (¿a quién se refiere? A los "trasnochados", claro; pero ¿a quiénes?). La conclusión de que no será posible la recuperación económica si no miramos con objetividad (o sea, sin subjetividad; siendo realistas y pragmáticos, pues; reconociendo que el capitalismo ganó en el mundo, que no hay perspectiva alternativa: todo un poema a la Margaret Thatcher: "no hay alternativa") lo que ocurre en el sistema-mundo, le otorga un nivel de elevada responsabilidad a los juicios emitidos y las propuestas formuladas por el autor. Es la visión de que el socialismo no caerá del cielo (¿reminiscencias del polémico anti-utopismo de Marx? En realidad, tampoco se sabe quién se imaginó eso; ¿sería Chávez cuando le dio la "fiebre socialista"?), sino que sólo es posible construirlo a partir de los dictados de la realidad (o sea, la realidad del predominio mundial, avasallante, del capital) aprovechando las posibilidades reales (nuevo puntillazo a los trasnochados y utópicos) que ella (o sea, la realidad del capitalismo) brinda, sin la pretensión de darles a los problemas de la economía soluciones simplemente morales o ideológicas (llama la atención ese rechazo a la moral y a la ideología, como si todo no tuviera su moral y su ideología correspondientes) que se estrellan contra la crudeza de la realidad concreta (lo que ha ocurrido hasta ahora; en el mundo, y en Venezuela; por lo cual, que hay que buscar capitales, como sea, de manera realista).
Con esta actitud "realista", desenfadadamente pragmática (o sea, es verdad lo que da beneficios), desechando cualquier esquema y fantasía (menos el de la apertura neoliberal), vamos a atraer, de cualquier manera, capitales transnacionales y ¡desarrollar el país! Esta es la "novedad" de las ZEE. Claro que también se le da cierto atractivo adicional si se les asocia con China. Pero de esto hablaremos en el siguiente artículo.