Acción Democrática, en su ascenso al poder en el 45, vivió un dilema, asumir el principio de "sembrar el petróleo", en donde se priorizaba la inversión sobre el consumo, inversión propuesta por Alberto Adriani y asumido como discurso por Arturo Uslar Pietri o, contrario a ello, imponer la tesis Keynesiana, promovida a nivel mundial, por un Estados Unidos floreciente, el cual planteaba, que el crecimiento económico se incrementaría estimulando la demanda y el consumo global.
La tesis Keynesiana se impuso, y nació la época de las lavadoras, las neveras, los carros, fue el turno de los grandes supermercado; fue el tiempo, donde se desbarató el esquema de distribución de los beneficios en cada etapa de los procesos productivos, no guardando relación alguna con la contribución real a la formación final del producto; allí, se concretó y oficializó los principios de la compañía Guipuzcoana, en donde, el campesino, con su picardía y elocuencia, sintetiza en un dicho "campesino que se mete a camionero, jamás vuelve agarrar azadón". Ante ello, todos los gobiernos venezolanos, en un tratado comercial, con los Estados Unidos, garantizaba el libre acceso al petróleo venezolano, a cambio de grandes concesiones arancelarias tales como: considerable número de importaciones, libertad de importación y sobrevaluación deliberada, con total convertibilidad del signo monetario; murió el capitalismo chispeante, nacía el capitalismo de estado, murió la Venezuela Agraria.
Para 1943, mi padre era un guardia nacional, que completaba su sueldo con la extracción del miche, producto de un alambique, escondido, en las riberas de la quebrada La Parada, por lo que ubicó su casa, lejos de la ciudad, en la Romera, en la calle 11 con 17. Mi mamá, sin saber que se entraba en la época del consumo, no entendió la tesis keynesiana adeca. No entendió, no comprendió, que, con la venta de miche, iba a buen caminar, tal como lo señalaban los tratados entre el gobierno venezolano y los Estados Unidos. No adivinó, que, atizando el fogón del caldero, hasta conseguir la evaporación del miche o mistela, lograría ser parte del nuevo capitalismo naciente, el del consumo y la especulación.
Atizaba el fogón con leña, leña buscada por ella y sus hijos, entre los matorrales y montaña de la actual Urbanización los Naranjos y el actual Barrio Libertador; para esos tiempos, leña era lo que sobraba por estos montes.
Confiando en la Reforma agraria de Isaías Medina Angarita, mi madre se equivocó y se fue a sembrar fique. Era de equivocarse, ya que era un momento de incertidumbre, la naciente época del consumo le arropó. Época que se reafirmó, en el tratado de los adecos y gringos en el 45. Errando el tiro, haciéndole caso a Arturo Uslar Pietri, mi padre se retiró de la Guardia Nacional y dejó el alambique botado, viniéndose a cultivar las tierras de la aldea la Lejía, en el Sector Fiqueros de Rubio, en una Venezuela agraria agonizante.
Mi Barrio, nació deliberadamente, por la necesidad de gente en la ciudad, ya que se requería gente para consumir. En 1940, entonces, era apenas una hacienda, llamada Pozo Hondo, límites de la gran hacienda Altos de Pirineos, propiedad de los Illaramendy; por acá solo se escondían los Vásquez, Santamaría, Coronel, Figueredo, Samudio, Saturnino y Juanita Delgado, se encubrían en un monte, monte no muy distinto a cuando mis padres vinieron a alquilarle la casa a Juanita. Para esos tiempos, de seguro que por ahí aun transitaban, con sus casas de tamo y sus burros a cuestas aborígenes de los Teucara, ya fueran como peones o tras las sobras de los cafetales, cañaverales y enflaquecidos platanales. Lo único distinto de 1904, 1930, 1935, 1940, cuando por aquí nacieran, Juanita, Filomena, Samudio y Ángela, época de haciendas frondosas y ricas, es, que cuando yo llegué en el año 1960, ya la hacienda Altos de Pirineos era propiedad de Edgar Ramírez Espejo; la hacienda de cañaverales chuchecales y café empezaban a agonizar; los adecos y su teoría Keynesiana, le había señalado objetivos más proposicionales a la tierra.
Para 1960, la época de cafetales erizados, agonizaba, sólo se mostraban dominantes las grandes y largas filas de Pomarroso; escondido dentro de ellos, por ahí donde está el lote f, en la cancha de football, detrás del Liceo San Miguel, el mocho Melitón, hoy gran pintor de renombre internacional y, ejemplo de la constancia y perseverancia como herramientas poderosas de la inteligencia humana. Melitón, aun empezando a mirar la vida, se vino por aquí, junto con su madre, en un chance que les dio Sánchez Espejo, al prestarles una casita, para que vinieran a vigiar a Antonio Medina, su capataz, en los potreros momentáneos de alquiler, en donde pasteaban una que otra vaca realenga.
Un capitalismo de puertos nos atosigaba, crecía; aquellos comerciantes chispeantes de ayer, los de cacao, café, añil, azúcar, algodón, ahora se transformaban en grandes importadores de carros, licores, ropas, artefactos eléctricos y suvenires; la agricultura del valle se reducía a potreros fugaces de alquiler, engordándose para la debacle de casas, que estaban por venir.
Ante esa metamorfosis que sufríamos todos, cada uno de los nacidos por aquí, a partir de 1950, se sorprendían de la gente que huía de la aldea, de una aldea empobrecida; los huidos hacían de los bordes de la Villa, como Barrio e´Lata y Pozo Hondo, el mundo de las posibilidades. En 1940 a 1960, la aldea olvidada de Juan de Maldonado, empezaba a tomar ínfulas de ciudad.
A inicios de 1900, en el capitalismo agrario, aquella clase media, proveniente de las aldeas campesinas, que parafraseaban las letras y algo tenían en el bolsillo para sostenerse, se asentaban en El Barrio Guzmán, en La Sabana, Barrio San Pedro, Madre Juana o Pirineos arriba, eso sí, terminaban siendo vendedores, caleteros, arreadores de ganado, y si teníamos carro, fletadores de telas de algodón y cortes de casimir. Todo esfuerzo del lugareño terminaba en manos de un mercader, el dueño del comercio un italiano, alemán o francés, a mera semejanza y copia de cuando la compañía Guipuzcoana; pero jamás soñar en ser integrante del Club Tenis; el ascenso social tenía sus puestos limitados.
Cuenta Ángel María Arellano, en su libro "Mis Memorias", que, en 1926, cuando se vino a vivir arrendado, por El Barrio San Pedro, tomó como alternativa de sobrevivencia, comprarse un camioncito para hacer fletes, Cuenta que en un flete que le tocó hacer para Caracas a un italiano, "la carretera no tenía nada de buena, en varias partes apenas si cabía el camión o un solo carro, en unas partes lagos de barro y nubes de polvo… así estaba la carretera trasandina, de San Cristóbal hasta el Palito, pues de allí en adelante si estaba asfaltada". Cuenta Don Ángel, que a pesar que Caracas mostraba una gran atracción para largarse de su finca, y a pesar del fantasma real de la lepra y tuberculosis que le asechaba, estas sus tierras de montaña, le brindaban seguridad, alimentos, agua limpia, no se le pagaba tributos a nadie y ahí donde se doblaba el lomo no aparecían los mercaderes, ya que no fuera pa´tomarse las tierras.
Las candilejas de la ciudad, a pesar de las camisas limpias y bien planchadas, de algunos hospitales y escuelas, todavía no deslumbraba del todo a la gente productora del campo, pero de 1925 a 1945, el cambio social fue dramático, las cosas cambiaron, cambiamos todos sin darnos cuenta. un nuevo proceso energético naciente, el petróleo; entonces la tesis Keynesiana nos alcanzó y no revolcó el alma.
Quien trate de cambiar la tesis Keyinesiana, por la de sembrar el petróleo, si no hila fino, hará, que entremos en tremenda crisis o equivocación, ya que los tratados comerciales y los mirares económicos, deben plantearse en estructuras diferentes.