Los entendidos en economía suelen dar explicaciones y soluciones complejas, tratando de aclarar las distintas tropelías económicas que el amo del mundo sirve en bandeja a las masas consumidoras, un día sí y otro también. Más allá de términos como macro y microeconomía, datos, estadísticas o de lucirse a base de titulaciones y cátedras, algunos de los problemas que afectan a la realidad económica deberían exponerse claramente, de acuerdo con la realidad que se aprecia en el día a día afectando a las personas, o sea, sin marear demasiado la perdiz. Concluyendo, que lo que actualmente sucede, sin ir más lejos, aquí mismo o en otras partes del continente europeo, por ejemplo, es una maniobra más de los que detentan el poder económico. Esto viene a colación de la inflación más o menos generalizada a nivel local, y en camino hacia la estanflación, que se extiende a casi todo objeto de consumo y a todos los que consumen, cuya explicación a los ojos de los afectados debiera exponerse de forma realista y sencilla.
Sería conveniente para iluminar la penumbra presente, ir a la realidad de fondo, es decir, ya liberada de adornos y explicaciones doctrinales y de academia, que no es otra que alguien se ocupa de que ese dinero falso, emitido por los que disponen del dinero valioso, vuelva al redil y abrir los ojos a las gentes, prescindiendo de enseñanzas mediáticas. Lo que suele ser complejo, puesto que el velo que oculta el fondo se blinda con la censura y la mordaza de los medios de difusión asalariados del sistema y los que no quieren indisponerse con él.
Para llevar a término este proceso de depredación económica, el gran capital utiliza cualquier procedimiento socialmente destructivo, aunque debidamente maquillado con argumentaciones políticas y económicas. El asunto de fondo es que los grandes tenedores del dinero que configuran ese gran capital, con referencia a los que no dan la cara, no puede consentir que las masas interfieran en su papel directivo, porque han sido destinadas a cumplir con la función económica de ser consumidoras, y nada más. De ahí que sacar el dinero del circuito por ellos controlado resulte ser cuasi delictivo; ya que plantea, no tanto, contestación al sistema, como desajuste en las previsiones de los mandatarios económicos. Puesto que es obligado consumir sin freno, endeudarse y acudir al crédito, lo del ahorro suena a distorsión sistémica. Por tanto, si no se cumple con esta obligación, eje de la sociedad de mercado, de alguna manera es preciso liquidar ese ahorro de las masas que temporalmente se ha ido generando. Postulado a tener siempre en cuenta, y que debe hacerse efectivo de cuando en cuando, porque, según barrunta el actual amo del mundo, las masas pueden asumir tales cotas de poder económico, político y social que pondrían en riesgo, aunque menor, el sistema. Ese temido poder puede surgir, en una primera fase, cuando los condenados a gastar todo lo que ganan, cumpliendo con la exigencia capitalista, se quedan con parte del fruto de su trabajo o su habilidad especulativa y pasan a se infieles a la doctrina dominante. Lo siguiente sería la concertación.
A tal fin, un instrumento recientemente empleado con propósitos inflacionistas, clave para desmontar ese ahorro, aunque no novedoso, es el petróleo y sus derivados, que sirven de especie de bola de nieve dispuesta para alimentar la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores. El proceso es sencillo, si se eleva el precio de ese comodín económico, los precios de la cadena mercantil se disparan, y la consecuencia inmediata es que el dinero en manos de las personas vale menos, ya que es preciso emplear más para obtener lo mismo, y esto afecta a quienes tienen ahorrado algo, ya que se les escapa de las manos por exigencias del mercado. Aunque se acuda a los típicos paños calientes, recomendados por los entendidos, como los bonos de moda o los depósitos bancarios con réditos casi inexistentes, el ladrillo o la bolsa, no hay escape, porque el mercado reclamará su parte. Para colaborar, la inflación que sirven las estadísticas, siempre suele ser benévola para no alarmar, mientras que la realidad viene a poner las cosas en su sitio, dejando claro que el dinero ahorrado se esfuma. Tratar de contener la inflación y la consiguiente devaluación del dinero circulante y el guardado es tarea casi siempre inútil para el menos experto, también suele serlo para el más avispado e incluso para los gobiernos fieles al sistema. Irremediablemente, cualquier opción pragmática pasaría por dejar que ese fajo de billetes ahorrado por algunos se convierta en simple papel, en definitiva, lo que es, evitar quebraderos de cabeza, no tratar de solucionar lo que no tiene solución y caminar ligero de equipaje por la senda señalada por el reconocido amo del mundo.
Enfocando el asunto de aclarar lo de la inflación reciente desde la perspectiva doméstica, pero con los ojos abiertos, parece que no precisa de demasiadas elucubraciones, datos y conclusiones. Se trata de algo muy sencillo. En el momento actual, al igual que en otras de tantas crisis provocadas por ese gran capital, que se oculta tras el cortinaje, se trata de desmontar el ahorro de las masas y librarse de hipotéticos competidores en el tema del poder, que indiscutiblemente detenta, dejando claro, una vez más, de quien depende la existencia colectiva.