La universidad y la protesta social en Venezuela

Resulta paradójico que la Universidad como espacio para la existencia de la diferencia y el debate, se encuentre secuestrada. Sí, no es una exageración: la Universidad está secuestrada de su compromiso con la crítica, la deliberación. La Universidad tiene la obligación de ser ella misma, pero le está prohibido ser más de lo mismo. Las Universidades Autónomas, con la complicidad sin sentido de sus Consejos Universitarios, Consejos de Facultad y Escuela, así como del Gremio Docente han decidido recurrir a la evasión, a la cobardía de una agenda paralela es vez de optar por el debate abierto sobre las profundas diferencias culturales que expresamos los venezolanos.

No se les exige que avalen y apoyen las políticas del Gobierno, por el contrario la existencia del disenso desde la academia es necesaria y sana, pero para que ello exista es pre- requisito, el mantenimiento de la Universidad como espacio de la diferencia. Las críticas hacia el Gobierno nacional son muchas, asociadas a la falta de tolerancia, al doblez ético, a la falta de rectificación. Observaciones sobre las cuales tenemos consideraciones, pero asumiendo su validez como explicar la permanencia de los elementos que sirven a la crítica en el seno de la Universidad. Los Consejos Universitarios, particularmente los de la UCV, LUZ, UC han sido muy críticos contra los “excesos totalitarios” del Gobierno, han señalado la falta de libertad, la satanización de la protesta, la carencia democrática pero es interesante observar el hecho – cierto e innegable- que esas Universidades se niegan a responder a los procesos de democratización y universalización del voto para todos los miembros de la comunidad (obreros, empleados, todos los profesores sin importar su categoría y la totalidad de los estudiantes, en igualdad de condiciones). Pudiéramos ignorar está resistencia, y comprenderla como el temor al reconocimiento de derechos de quienes formamos la comunidad universitaria, asumirla como un acto de prepotencia, surgida de la creencia que se es más por lo que se posee que por lo que en realidad somos. Sin embargo, lo que no podemos ignorar como parte de la Universidad es que en estos particulares momentos, donde presentamos profundas y ciertas diferencias sobre lo social, lo político y más importante aún, lo cultural, utilicemos argumentos falaces para justificar el cierre operativo de la Universidad.

¿Cómo explicar el argumento banal de los Consejos Universitarios que no hay condiciones para el debate en el seno de la Universidad? Sí no hay condiciones ¿cómo entender que llamen a protestas de calle? ¿Cómo Universidades como LUZ (Universidad del Zulia) que invierten millones anuales en seguridad, no pueden mantener las condiciones exigidas para el ejercicio de la academia? ¿Tendrán los rectores de estas casas de estudio la solidez ética y moral de llevar adelante un debate dialógico sobre las diferencias que presentamos? ¿Están dispuestos a contribuir a la solución de los problemas nacionales, tal como establece la UNESCO? ¿O es que contribuir a la solución de los problemas nacionales es evitar el debate? ¿Dónde está la actitud totalitaria, en quienes instalan unas mesas de dialogo ante el recrudecimiento de la confrontación o en quienes pudiendo contribuir a crear un espacio para analizar el disenso, lo “cierran” por temor”?

La Universidad debe estar abierta al debate. Es urgente que cada docente, desde su concepción paradigmática discuta con sus alumnos la compleja realidad que estamos viviendo y construyamos un espacio para el estudio de las diferencias. Sin embargo, bajo la excusa cómoda – y cobarde- de la “falta de condiciones”, se mantiene cerrado el espacio universitario, secuestrado su capacidad para la crítica por unas relaciones de poder éticamente cuestionables, con un discurso político extremadamente pobre pero sobre todo, con una carencia argumentativa terrible. En peor situación están las Asociaciones de Profesores, que sobre la argumentación – también falaz- de falta de condiciones según los contratos colectivos, imponen a sus agremiados la urgencia “de la ausencia”. En estos momentos, todos deberíamos estar discutiendo, argumentando, deliberando con nuestros alumnos, con nuestra comunidad la difícil situación que vivimos, pero la Universidad asume la posición más cómoda, más carente y más cuestionable: mantener el espacio del dialogo “secuestrado”, por quienes mantienen una agenda violenta.

A las Universidades Autónomas la historia les cobrará el hecho que en la práctica no han contribuido al debate que se genera en las Conferencias de paz, que se están desarrollando a nivel regional y nacional. La pregunta es ¿Sabrán de la responsabilidad que tienen en la resolución de conflictos? ¿Están en capacidad de aportar en un debate de ideas, que hasta ahora ha servido para canalizar la intolerancia que nos amenazaba? Es realmente vergonzosa las posiciones de quienes, en nombre de la academia, actúan cómo actores de una agenda violenta, que nos amenaza en sumirnos en una confrontación civil, tal como sucedió en el año 1814. Sin duda, se requiere una Universidad abierta, donde discutamos las diferencias, las posturas, las posiciones que asumimos en la vida social, pero hacerlo significa un compromiso y no veo en los rectores de nuestras Universidades ese compromiso. Finalmente debemos decir De nihilo nihilum (De la nada, nada puede salir). Que la Universidad no sea la nada, para que ayude a disipar la violencia.


Historiador/politólogo
Juane1208@gmail.com




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Juan Eduardo Romero

Dr. Mgs. DEA. Historiador e Investigador. Universidad del Zulia

 juane1208@gmail.com

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