Los malos profesores


Es tiempo de una transformación universitaria que fomente mutua cooperación entre docentes y estudiantes en función de un aprendizaje democrático, incluyente y popular. Estos actores viven del prestigio de antepasados academicistas y emplean el autoritarismo como ejercicio recurrente por temor al debate científico de saberes que revele sus grandes flaquezas cognitivas. Frente a las restricciones de la libertad de expresión, apelo, entre otras fuentes, a mi humilde experiencia como profesor universitario desde los 18 años de edad (1998) y estudiante en etapa final de doctorado, para testimoniar que el mayor éxito del docente radica en el reconocimiento otorgado por estudiantes libres de asedio o coacción en un escenario de intercambio armónico de reflexiones. Nuestra convicción sobre el respeto como ley insoslayable de la docencia es el dichoso resultado de años de convivencia académica enmarcada en la cultura de la tolerancia, incluso con profesores ideológicamente distintos a quien suscribe. En tal sentido subrayamos que la labor de enseñar implica un apego permanente a la humildad, los buenos modales, la ponderación verbal, la honestidad, la sobriedad, la decencia y el saber escuchar.

De allí que la veracidad de la teoría esgrimida por el profesor nunca podrá inspirar credibilidad si persiste en la evasión sistemática de la discusión de ideas dentro del salón de clase. Ciertamente los violadores de la ética docente son seres hambrientos de reconocimiento social, que en aprovechamiento sevicioso de la situación de ventaja que le provee la investidura, despliegan conductas bizarras de sobreexposición ante espectadores pacientes que fuera del aula les darían la espalda. El brillo de estos enanos es una ficción efímera que no demuestra reales méritos y que se evapora rápidamente una vez que retornan al mundo exterior donde prevalece el libre albedrío de las audiencias autónomas. Es esta la desdicha de los mediocres, quienes en los escenarios de la realidad social, son ignorados y condenados al anonimato. No cabe duda que la ética en la docencia es el eje del proceso educativo, ella exige el concurso de nuestras mujeres y hombres más éticos y capaces para la delicada tarea de enseñar.

La ética rechaza el uso indebido del puesto docente, verbigracia: La insolencia contra el estudiantado, la altisonancia verbal, el aprovechamiento de la cátedra para la flagrante sobreexposición egocéntrica, las especulaciones personales falsamente exhibidas como información científica, el alarde procaz de saberes no comprobados, los monólogos extenuantes y el relato del anecdotario personal en usurpación del pensum académico establecido. Finalmente, ante las marchas y contramarchas de la revolución educativa del siglo XXI en Venezuela y el mundo, los factores democráticos, progresistas y defensores de los elementales valores de la igualdad y la dignidad para la sana convivencia entre seres humanos, debemos difundir y practicar las enseñanzas de gigantes de la verdadera ciencia educativa como el extraordinario profesor Paulo Freire.


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Jesús E. Silva

Militante de M.R-Solidaridad

 kalleklara@hotmail.com

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