En la rueda de prensa con motivo de los 67 años de Fe y Alegría, el Director Nacional, P. Jaime Aristorena, tras señalar que en Venezuela la educación no tiene dolientes, hizo un desgarrador llamado a unir fuerzas y voluntades para salvar la educación, pues sin educación no es posible el país. La situación de emergencia en que se encuentra la educación en Venezuela con más de un millón de alumnos fuera de las aulas, y a los que acuden no les garantizamos los aprendizajes esenciales para el ejercicio de una ciudadanía responsable, debería convertirse en oportunidad para superar los desencuentros y las divisiones y unirnos en defensa de la educación de calidad para todos y todas, como medio fundamental para reconstruir el país y enrumbarlo por las sendas del progreso, la convivencia y la paz. Salvar la educación para salvar a Venezuela debería convertirse en un lema y en un proyecto nacional que movilice las energías de todos, más allá de las divisiones, ideologías y partidos, y nos haga recuperar la confianza, la esperanza y la unión.
Hoy hay consenso en que el desarrollo pasa por la educación. A todos nos conviene tener más y mejor educación y que todos los demás la tengan. Descuidar la educación es apostar por la improductividad, el subdesarrollo y la pobreza. La educación de calidad es el medio esencial para aumentar la productividad, combatir la marginalidad y la violencia, posibilitar la convivencia ciudadana y construir un país próspero y justo. Si la educación de calidad, es un derecho fundamental pues garantiza el logro de otros derechos esenciales, es también un deber humano irrenunciable, lo que implica que todos somos corresponsables y debemos colaborar para que este derecho se cumpla. La defensa de los derechos humanos se convierte en el deber de todos para hacerlos posibles. Mientras no pasemos de los derechos a los hechos seguiremos aturdidos por una retórica estéril.
Si realmente estamos convencidos de que la educación de calidad para todos es exigencia para la dignidad y libertad de las personas, clave de la democracia política, del crecimiento económico y de la equidad social, debería ocupar el primer lugar entre las preocupaciones públicas y entre los esfuerzos nacionales. De ahí, la necesidad del pacto en pro de la educación, asumiéndola como proyecto nacional, objeto de consensos sociales amplios y duraderos.
Es la hora de apoyar el clamor de Fe y Alegría y unirnos todos en pro de la educación, lo que va a requerir de la cooperación del Estado, como administrador de la cosa pública y representante de la sociedad; de las familias y comunidades; de los partidos y asociaciones; de las instituciones públicas no gubernamentales de servicio al desarrollo; de la empresa privada; de los medios de comunicación y de la comunidad internacional. Esta alianza por la calidad debe ligarse a la voluntad política por la equidad. De lo contrario, estaremos alimentando la desigualdad a partir de la educación.
Pensar la mejora de la educación sin los docentes es una ilusión. Todos los estudios indican que en ellos reside la clave de la calidad educativa. De ahí la necesidad de garantizarles una remuneración y trato dignos para que ejerzan su misión con entusiasmo y sin angustias. Si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza, debemos acabar primero con la pobreza de la educación y la pobreza de los educadores.