Una cosa es la circulación de las mercancías, o circulación simple, y otra, el proceso de circulación del capital. La primera es común a los regímenes precedentes: esclavismo y feudalismo; la segunda, hasta ahora es exclusiva del modo imperante de explotación de los trabajadores.
Decir capital en el sentido científico de esta voz es decir explotación de asalariados, es búsqueda de riqueza a punta de la contrata de trabajadores asalariados en lugar de buscarla por otros medios como el comercio o el préstamo usurario. La idea es que el capitalismo genera todo tipo de ganancias, las fabriles, comerciales y financieras, a partir de la plusvalía creada en los centros de producción. Estos centros, por su parte, sólo representan una fase de todo el movimiento o circulación del capital.
Efectivamente, una vez producida la oferta fabril, el capital habrá pasado de su forma de capital dinero a capital productivo y de este a capital mercancía; el capitalista ya no tiene dinero para convertirlo en capital productivo , sino mercancías listas para su venta y canje por nuevo dinero. Antes, el dinero servía para el intercambio de las mercancías; ahora sirve para producirlas y acrecentarse así mismo con la producción de aquellas y no por mercadeo ni por préstamos onerosos, sino por la explotación de asalariados.[1] . Mediante esa circulación, circulan las mercancías y el capital mismo.
La actual explotación de los trabajadores se diferencia radicalmente de los modos anteriores porque estos pudieron existir al margen del dinero en una época cuando no se conocía el tráfico comercial, y aun con mercadeo de mercancías, a los trabajadores explotados del Medioevo se les arrancaba valor o trabajo en especie y no en dinero solamente. Recordemos que las más embrionarias manifestaciones esclavistas se engendran dentro del propio seno familiar.
¿Qué explica entonces la diferencia y la superioridad de la explotación capitalista’, ¿acaso en la tenencia de propiedad privada? Nos parece que la respuesta debemos hallarla en la “circulación del capital”. Veamos:
Ya adelantamos que primero y con trabajo asalariado el capital dinero se metamorfosea en capital productivo, y éste en c. mercancía, lo que significa la tercera fase del proceso circulatorio. Luego, sobreviene en el mercado la reconversión de este capital mercancía en capital dinero. Por supuesto, ningún gobierno debería intervenir en estas metamorfosis porque en la libre circulación del capital está la clave del mejor desarrollo económico burgués. Todas las trabas e intervenciones estatales sólo se han traducido hasta ahora en frenos al desarrollo económico y hasta en catalizadores de las “crisis” económicas.
Y esto tiene una buena explicación en la llamada distribución de la renta burguesa. Hasta ahora el gobierno se ha limitado a pechar la explotación, con lo cual la convalida. Y en cuanto a los trabajadores, el Estado se ha limitado a imponerle al patrono, al lado de sindicalistas aburguesados, que “comparta” mejor la explotación o ganancia con el explotado, que es poco menos que invitar al explotado a que se autoexplote en nombre de su explotador. Mayor desaguisado no puede concebirse.
Obsérvese que ni durante el esclavismo ni en el feudalismo se conoció la acumulación de la riqueza, sino su uso desenfrenado, salvedad hecha de algunas reservas del PIB o Producto Interno Bruto, para eventualidades naturales. Cuando la circulación de mercancías se desarrolla y trueca en comercio, el volumen de dinero sobrepasa la oferta de mercancías disponibles para su mercadeo, y su papel de simple medio de intercambio es reconsiderado. El atesoramiento de esa riqueza dineraria permite e invita a la producción directa de las mercancías. El mercader se metamorfosea en fabricante, los gremios artesanales desaparecen y los campesinos son expropiados de las tierras donde operaban en inquilinato. El trabajador se proletariza, y su fuerza de trabajo se convierte en mercancía.
La organización de las fábricas operadas por asalariados sugiere la constante división del trabajo, su maquinización, y todo este desarrollo se va traduciendo en una acumulación de capital, ya no de dinero, sino de mercancías invendibles, de carencia, no ya de mercancías ni de asalariables, sino de mercado donde, paradójicamente, conseguir más dinero para fabricar más mercancías, luego vender a estas, y así reiterativamente, circulatoriamente.
Y cuando capital confronta trancamientos circulatorios, aparecen las inevitables y periódicas crisis, y a ese malestar, que le es inmanente, se suma la intervención de un Estado que no termina de ir al fondo del asunto, que se empeña en castigar la propiedad privada, en gravar la producción y en solicitar e imponer mejoras salariales, todo lo cual se ha traducido en más invendibilidad de las mercancías, mayores problemas circulatorios, al punto de que vivimos en sociedades constantemente amenazadas por paros ora patronales, ora de trabajadores.
Las migraciones de capital dinerario y mercantil de un país a otro, y los reclamos salariales se hallan a la orden del día, e igualmente, la incesante intervención del Estado frente a un capital que si no circula libremente, que no acumule con libertad, simplemente sufre interrupciones, pero no se agota como sistema.
Entonces, debemos pensar en otros métodos intervencionistas, no tributarios y menos socialistoides. Para ello, partiremos por reconocer que el mal del sistema no radica en la propiedad privada ni en la explotación salarial, como tal, sino en la acumulación de la plusvalía creada constantemente. Pensemos, como recurso de proyección, que el Estado optara por declararse consocio de todos los capitales privados, en lugar de invitar a empresarios privados a que se asocien con el Estado (empresas mixtas), que sea este el que se asocie con los empresarios.
Digamos que, en principio, se aprueba una ley mediante la cual el Estado pasa a disponer de más de la mitad de las ganancias que sobrepasan determinado margen de ellas. Que el Estado pasa a convertirse en coexoplotador de asalariados en esas empresas, y se formarían así las verdaderas empresas mixtas mediante la conjunción de capital privado y del Estado, en lugar de las mal llamadas” empresas mixtas” que hasta ahora se forman con organismos del Estado y capitales privados.
Se comprende que mediante estos “Estados Mixtos”, el Estado dispondría de parte la acumulación para fines no productivos, sino consuntivos, con todo lo cual esperamos ponerle freno a las crisis de mercado, no se chocaría violentamente contra a empresa privada, y esta iría reconsiderando motu proprio las desventaja de su propiedad privada.
De esa manera, los empresarios no seguirían acumulando desmedidamente, ya que el sistema descansa precisamente en ganar dinero para con él seguir ganando, como si se tratara de una gran empresa financiera que invierte dinero en la compraventa de trabajo asalariado y mercancías productivas y consuntivas para al final de su circulación retirar dinero cargado de intereses, razón por la cual las crisis son inevitables, pero no necesariamente debe sobrevenir un cambio revolucionario que dé por descontada la abolición total de la propiedad privada, sino que, más bien, dé cuenta de la acumulación mediante la formación de “Estados Mixtos”.