Ya no basta poseer la tierra, por extensa o latifundista que lo sea: resulta irrentable cuando carece de petróleo, máxime si se ella se halla ocupada con fuertes sumas de capital altamente industrializado y maquinizado cuya dinámica se paralizaría si careciera de aquel en las cantidades, oportunidad y precio que garanticen la continuidad económica del país que confronta tal dependencia.
Cuesta trabajo seguir suponiendo que la puja entre la burguesía y el proletariado, entre capitalistas y asalariados, entre la llamada derecha y la señalada izquierda, entre revolucionarios y conservaduristas, en fin, entre pobres y ricos o entre pensadores modernos, cuesta trabajo seguir suponiendo, decimos, que la lucha social clasista siga respondiendo a una obtusa negativa de la explotación salarial frente a una afirmación de la misma, según las clases sociales involucradas, según los criterios acientíficos de la Economía Vulgar, y los de los científicos de la Economía creada por Carlos Marx.
Sería conveniente, más bien, suponer que la burguesía y sus más preclaros apologistas lo saben, y hasta mucho mejor que muchísimos izquierdistas e izquierdistólogos, y mejor que muchos marxistas y marxistólogos. La burguesía contemporánea podría saber perfectamente que está enriqueciéndose a costillas de sus trabajadores, que su riqueza es ilícita aunque legalizada por las propias leyes escritas en los laboratorios legislativos de un Estado que está bajo de su plena voluntad y pertenencia.
Pero, principalmente, la burguesía de punta sabría que, hoy por hoy, la propiedad privada de la tierra, admitida ésta como medio de producción fundamental, de poco sirve capitalistamente si no alberga en su subsuelo la energía moderna de más fácil y expedita obtención que desde hace más de 100 años mueve al mundo industrial.
Y la burguesía lo sabe, prueba de ello es la innegable dependencia técnica[2] que confrontan y sufren los EE UU, los países de la OTAN y demás países industrializados. Todos ellos, cargados de insaciabilidad en materia petrolera, capitalizados y adueñados desde hace siglos de inmensos territorios a punta de sangre y fuego y demás artilugios diplomáticos para el engrandecimiento territorial, colonial y burgués, una dependencia, insistimos, de países catalogados por ellos mismos como “primitivos” y fronterizos con la barbarie, pero de los cuales, hoy por hoy, necesitan esa preciosa e invalorable[3] porción territorial “mobiliaria” llamada petróleo.
Allí apuntamos que la oferta petrolera es atípica. Mientras más de ella se vaya realizando en el tiempo, para unas reservas constantes, menos se dispondrá de ella a mediano y largo plazos En consecuencia, la idea de que dada una oferta y su correspondiente demanda, a esta se la pueda cubrir a precio fijo resulta cuestionable[4].
Es que para cada suministro petrolero, la demanda insatisfecha restante cuenta con menos oferta y el precio debería subir en término burgueses, en término capitalistas. Ocurre que, como nos hallamos ante un modo híbrido de reproducción, esto es: Un demandante burgués y productor industrial enfrentado a un oferente recolector y semifeudalizado. Por supuesto, bajo semejantes y dispares condiciones, ha terminado privando la astucia, el ventajismo y la coyuntura que da más poder al practicante del modo más evolucionado, en este caso, el de los compradores.
La burguesía sabe que en el mercado no puede nacer la ganancia puesto que, de ser así, no cuadrarían las cuentas entre el volumen dinerario[5] de todos los compradores y el valor monetario de su oferta global.
De resultas, en otra cosa debemos ir pensando y a ella enseñándola: Reservarles todo tipo de desconocimiento de la plusvalía salarial, de la ganancia fabril, sólo a los clásicos de la Economía, embarazados como se hallaban con toda la pesada carga teóricoatávica de concepciones mercantilistas y fisiocráticas. Porque, luego de los exhaustivos tratados presentados por los apologistas marxistas, es dudoso, curioso y muy dubitable pensar que los defensores de la burguesía sigan desconociendo la explotación de sus trabajadores con cargo a una furibunda fobia contra todo lo que huela a marxismo.
De lo que se trataría sería de una concienzuda lucha ideológica y belicosa para defender esa postura explotadora, bajo la máscara del desconocimiento teórico de que se explota a los trabajadores en la fábrica, reforzada con la del anticomunismo. Una lucha social que ya no respondería a los intereses ortodoxos y clasistas, sino meramente industriales, financieros, estatales. Que no respondería a los ataques representados por la literatura de Carlos Marx, sino a la defensa a ultranza de la ingente riqueza que han logrado acumular los capitalistas a la fecha y que, por supuesto no están dispuestos a devolverlos por nada. Una negativa para ceder la propiedad sobre los medios de producción muy justificada, si se quiere, porque, si a ver vamos, toda esa explotación ha sido estrictamente cumplida dentro de parámetros jurídicos e ideológicos coadmitidos por trabajadores, defensores de los trabajadores, gobernantes, juristas, científicos , “economistas” y no economistas, todo al margen de ninguna ideología religiosa ni política.
Corolario. La actual y reiterada lucha marxista por seguir divulgando y reciclando las enseñanzas de Marx y de los marxistas en general, como si la burguesía siguiera desconociéndolas, debe ser revisada.
[2] Generalmente, la propiedad jurídica envuelve la independencia técnica, pero sólo cuando se trata de bienes inamovibles; no así en los casos de recursos mobiliarios ínsitos en la composición geomineral del caso, y que, paradójicamente, convierten la propiedad inmobiliaria de la tierra en un concepto muy desfasado.
[3] Hemos afirmado en entregas precedentes que ni el más elevado precio que alcance el barril de petróleo, aun en las condiciones más favorables del mercado para los países dueños de ese recurso, lograría compensar su valor como recurso no renovable, y por el tiempo que lleva su producción, naturalmente hablando. En Venezuela la propiedad del subsuelo y mineral es comunitaria por excelencia, no así en EE UU donde rige la propiedad privada sobre los recursos del suelo y del subsuelo. Cónfer:
“Por
el contrario, mientras más se incremente la OFERTA de PETRÓLEO, este
debe encarecerse, porque sencillamente su disponibilidad merma con cada
barril extraído.
Estamos en presencia, pues, de una mercancía
natural que responde a una oferta natural cuya demanda sí acepta la ley
correspondiente, pero a sabiendas de que es una oferta que no puede
asimilarse a la de los productos industriales. De perogrullo: Mientras
más petróleo saquemos en venta deberíamos venderlo a mayor precio. Tal
es la paradoja del subsector primopetrolero.”
Insistimos: La OPEP
está de partida imposibilitada para regular precios, y debería limitarse
a elevarlos indefinidamente en estricta correspondencia con la
creciente escasez y agotamiento que de ese recurso se realiza. Por el
contrario, mientras la OPEP asuma el rol de cartel y le aplique al crudo
el método de aumento y reducciones para bajar o subir su precio, sólo
estará maladecuándose a los caprichos e intereses comerciales de los
intermediarios y de las grandes potencias insaciablemente
consumidoras.” (Ver nota al pie # 1).
[4] Es una vil y comercial argucia burguesa, una sofisticada y bizantina práctica del centenario “canje de espejitos por oro”, esa, la de admitir certificadamente y sin tapujos que Venezuela dispone de las mayores reservas de crudo del planeta. Resulta capcioso recibir del imperio semejantes elogios. Ocurre que sólo buscan hacer creer a los ingenuos y coyunturales burócratas de este país que cuenta con petróleo para rato y que por tal razón podríamos seguir dejándonos llevar por la mendaz ley de la oferta-demanda, según la cual a mayor oferta, menor precio parta una demanda contante. Es una de las engañifas más perversas que se escriben en la literatura económica mundial contemporánea.
[5] Ese volumen vendría dado por el valor global del PIB (Producto Interno Bruto) y el cúmulo de compras de medios de producción y de consumo. Obviamente, si las ganancias procedieran de este macromercado, algunos de los compradores (perceptores de rentas) recibiría menos de lo que paga por las mercancías que lleva a casa o a la fábrica, o al Estado burocrático, pero eso, correspondientemente, supondría que ora los capitalistas se autoexplotan entre sí, valga el pleonasmo, explotan a compañeritos de su misma clase, ora, a sus trabajadores cuando estos fungen de consumidores, y también explotarían al Estado cuando se burla el pago de impuestos . En el segundo caso, sería como si los fabricantes pagaran toda la plusvalía a sus trabajadores, para luego arrancársela cuando les toque comprar las mercancías que, en bloque y cruzadamente, ellos mismos producen y consumen.
marmac@cantv.net