El bajo precio que ha mantenido la gasolina durante más de un siglo de gobiernos entreguistas ha sido un subsidio contraproducente para todos los venezolanos, para el país, pero muy conveniente para las grandes consumidoras del mundo burgués.
El dicho popular de nuestro subtítulo no miente como no lo hace tampoco ningún otro proverbio. Fiesta es lo que la Venezuela petrolera ha hecho durante más de 100 años. El argumento mediático que el pueblo ha respetado es que, “siendo Venezuela un país superdotado de este recurso, mal podrían sus habitantes usarlo a los precios de aquellos países carentes del mismo”.
Esa lógica ha sido una estrategia mercadotécnica y nada más. La baratura del combustible automotor ha incrementado los accidentes de tránsito porque, por ejemplo, los usuarios no han escatimado en poner chancleta a fondo hasta para ir al mercado más cercano. Sábese que cada arrancada brusca del motor es de máximo consumo como también lo es la mayor velocidad practicada con esos transportes.
Esa misma baratura o subsidio al consumidor ha beneficiado a los comerciantes y productores nacionales porque les ha permitido vender bien caro, aunque más barato por concepto de energéticos y lubricantes. Ni qué agregar que el contrabando de extracción hacia Colombia tiene como incentivo esa misma baratura.
Por lo demás, la gente de menos recursos, los hasta ayer marginados y quienes siguen en pobreza extrema, la mayoría de los docentes de Primaria y muchísimos universitarios no poseen vehículo propio porque sencillamente sus ingresos no lo permiten ni siquiera al crédito. Esta mercancía siempre ha sido suntuaria, al punto que la vanidad del proletario aburguesado ha tenido el vehículo propio como señal de bienestar económico y de distinción social.
Pero, lo más dañino han sido los efectos de la Renta Petrolera que esa baratura doméstica ha provocado en el bajo precio de venta de los crudos porque los precios internacionales al consumidor en el extranjero no han sido tomados en cuenta, no han servido de rasero, para los precios interiores, sino que, como en casa se vende barato, hacia afuera debe hacerse lo mismo. Tal ha sido la lógica comercial de nuestros clientes imperiales.
Aunque el Estado decida someter a consulta o debate popular el necesario ajuste de precio de estos combustibles, sólo lo hace por respeto a su política popular y socialista, pero bien podría hacerlo unilateralmente ya que vender al precio subsidiado no es sino una más de las nefastas prácticas que aplicaron los gobernantes de la derecha tradicional venezolana.