La industria petrolera nacional ha pasado por momentos difíciles desde incluso su propia nacionalización. Ha sido objeto en menor o mayor grado de un progresivo saqueo y daño patrimonial durante todas sus etapas, aunque siendo más notorio a partir de 2007. Negociaciones fallidas a espaldas del interés nacional durante la reversión, penetración política, corrupción, inmoralidad (orgías y derrapes gays en sus instalaciones), venta de información (petro-espías) y sabotaje interno durante "la meritocracia"; y para culminar, destrucción y corrupción despiadada desde 2007 y lo que va de 2018.
La historia comienza con "la meritocracia". Y no lo decimos por el hecho de su debido y necesario ejercicio como elemento de distinción y reconocimiento a una buena gestión, sino más bien, como rechazo a la etiqueta que fagocita toda esa "supuesta casta" que se pretendía erigir en torno a la PDVSA azul. De manera que no es el ejercicio de la "meritocracia" como se pretende señalar, sino el secuestro de la etiqueta como tal a lo que hacemos referencia.
Esa industria recién nacida acusó una severa caída de producción desde 3.060.000 b/d en 1974 hasta 1.750.000 b/d en 1985, un desplome neto de cerca de 1.300.000 b/d sostenida por más de 11 años continuos. Coincidimos en que durante la "pre-nacionalización" la industria estaba en modo de producción-desinversión, pero una vez revertida, las estrategias trazadas por el naciente equipo fallaron a todas luces, ya que entre 1976 y 1985 la caída de producción continuó siendo igualmente notoria, acumulando una pérdida de más de 600.000 B/D en medio del alza galopante del barril en más de $12 en dicho periodo, al pasar de unos $11.3 pb. en 1976, a más de $23.6 pb. en 1985. Aun así la producción criolla se desplomaba sin parar hasta precisamente el entorno del arranque de la etapa de llene de los inventarios de crudo de los EEUU.
Pasaron 9 años de acciones confusas y erradas según plasman los propios resultados oficiales. De desperdicio de tiempo y esfuerzo, ya que privó indiscriminadamente al país de percibir ingresos necesarios para la deseada construcción y siembra del petróleo que hoy aun espera. Ese periodo de tiempo de 9 años resulta sin duda, más que suficiente para cualquier empresa petrolera alineada y bien estructurada, no solo para definir, capturar e interpretar datos de campo, sino también para la cabal y completa ejecución de cualquier plan de acción tendiente recuperar el terreno perdido y poder obtener resultados tangibles dentro de la misma ventana de tiempo, así como también para construir una base "pluripolar" de exportación de nuestros recursos a precios competitivos.
Quizá pudiera alguien aludir que el MEM para entonces, mantenía un techo en la producción como lineamiento gubernamental de alto nivel, como excusa para justificar la aguda perdida de producción antes señalada. Sin embargo, cualquier estratega petrolero sabe que nada impedía a la industria de entonces de incrementar actividad, con miras a crecer en potencial y aguardar así el momento preciso para su rápida liberación en forma de producción "instantánea". Ese periodo de acumulación de potencial pudo haber sido incluso a partir de 1975 y ello evidentemente nunca sucedió sino inoportunamente dos lustros después; más allá de 1985, precisamente en medio de una creciente y notoria depresión de precios del barril.
Reconociendo que entre 1976 y 1998 las reservas probadas mostraron una excelente evolución, al pasar de 18.2 MMMBbls a 76.1 MMMBbls, su óptima monetización y diversificación en términos de captura de mercados fue cuestionable, a juzgar por el perfil de ingresos y el rendimiento real de la inversión involucrada. La verdad es que aun para entonces la industria dependía en gran escala, de sus antiguos jerarcas transnacionales para colocar nuestros propios barriles.
El capital invertido durante los años de "meritocracia", no parece haber mostrado el rendimiento en términos de retorno a la nación que se ha querido hacer ver, sino por el contrario, un decrecimiento sostenido en el nivel de ingreso neto. Mientras más dinero ingresaba, menor resultaba la ganancia neta, producto del voraz gasto y la ineficiente inversión. Muchos de los proyectos, estrategias y negocios estaban enmarcados dentro de "acuerdos" leoninos, entre las entonces operadoras criollas y sus predecesoras transnacionales en los denominados "Convenio de Asistencia Técnica y Convenios de Comercialización" que encarecían el barril y limitaban ingresos y ganancias. Estos "acuerdos" estaban diseñados para inmovilizar la naciente industria y limitar el flujo neto de caja como en efecto sucedió.
Mas allá de dichos convenios y ya mirando hacia lo macro, el país desde 1976 y hasta 1998 no percibió financieramente hablando, ingresos que pudieran catalogarse como extraordinarios, sino en esencia restringidos, habiendo llegado en 1998 al menor nivel de ganancia neta jamás registrado en la historia de PDVSA de US$663 millones.
Aun expresado en términos nominales, a casi dos lustros de la nacionalización y más allá, esa "PDVSA azul" era una empresa poco eficiente, costosa y dispendiosa. Su barril era poco competitivo frente a otras operadoras tanto nacionales como privadas, que mostraban niveles sostenidos de costos de entre 2 y 3 US$ por barril para entonces.
Se podría dar beneficio de duda sobre la necesidad que hubo de invertir para poder fortalecer procesos aguas arriba y aguas abajo. Sin embargo, no es menos cierto que la "meritocracia" nunca dejo de ser costosa; aun en su máximo apogeo de producción en 1998.
Para los inicios de los 80, PDVSA yacía invadida por el gen de la politización y galopante corrupción y deterioro que incluía desde los más altos niveles directivos, hasta la gerencia media. Había de hecho una lucha de poder entre distintas fracciones que se disputaban el trofeo.
Hay que reconocer explícitamente que esa etapa pre-2003 se queda en pañales ante la agravada corrupción y destrucción a la que ha sido sometida PDVSA desde 2007. Etapa que pareciera estar teniendo su clímax a partir de su actual administración. Esa corta gestión ha sido tan dañina como ineficiente, caracterizada por un derrumbe de producción de unos 350.000 B/D que ha derivado en el cierre parcial de procesos medulares aguas abajo, en numerosos ilícitos ambientales y para colmo, en protestas espontáneas y masivas, y por primera vez en la historia de PDVSA, dentro de sus propias instalaciones centrales.
La situación se le complica al ejecutivo. No abunda mucho talento con 4 dedos de frente que se quiera responsabilizar de PDVSA, ante la galopante politización, militarización, clientelismo y sobretodo ante el nefasto precedente de Nelson Martínez. Uno de los más grandes, sino el mayor de los errores que pudo haber cometido la actual administración, ha sido el removerlo de la presidencia de PDVSA; y lo que es peor aun, la humillante forma en la que lo defenestró. Durante su corta gestión había logrado no solo estabilizar, sino detener la marcada caída de la producción propiciada desde 2007 por su predecesor, habiendo cerrado Noviembre con una producción puntal de 1.919.000 B/D.
Hoy la historia es muy distinta. PDVSA corre el riesgo ya advertido en múltiples ocasiones por el suscrito, de no poder satisfacer compromisos internos, ni internacionales, ante la agonizante producción y cada vez más crecientes costos de producción. Esa línea critica se ubicaría alrededor de 1.4-1.5 MMBD. De hecho ya se están sintiendo los primeros síntomas a través del cierre selectivo de procesos esenciales aguas abajo. La próxima etapa sería la incapacidad de importar diluente y luego la no adhesión de nuestros crudos a especificación. Ello marcaría definitivamente la etapa terminal de nuestra industria.
El mensaje mirando ya hacia adelante indica que, la eventual recuperación de PDVSA deberá pasar por la comunión del mejor talento amalgamado única y exclusivamente alrededor del mejor interés nacional y no alrededor de etiquetas, mitos, ni grupo político alguno que se endilgue alguna especie de merito divino. La recuperación de PDVSA deberá orbitar en torno a la debida y oportuna aplicación de las leyes, del cultivo del conocimiento propio, la preservación del mejor y más apto capital humano, y de la óptima utilización de la tecnología. Se deberá mirar más a PDVSA como un negocio que obligatoriamente debe dar e impulsar tanto el rendimiento como el crecimiento económico y no como una especie de semillero de renta.