La OPEP sin lugar a duda ha pasado a ser una agrupación riesgosa, anacrónica e incongruente para el interés de aquellos países que como Venezuela, no han sabido aprovechar el dinero proveniente de la renta petrolera, cuando el barril aun estaba en su apogeo. Reconocemos que dicha visión es aparte de atrevida, poco ortodoxa; sobretodo bajo la perspectiva de gobiernos y empresas petroleras como las de Venezuela. Gobierno y empresa poco creativos y tecnológicamente rezagados que en realidad han estado muy lejos de aprovechar sus recursos. Hacemos dicha aseveración porque no existe duda alguna, que ni las motivaciones y ni el componente geopolítico prevaleciente durante la creación de la OPEP en Septiembre de 1960, es el mismo que convive en el tablero actual y por lo tanto, debe hacerse una profunda reflexión sobre la conveniencia de permanecer o no bajo la sombrilla de la OPEP tal cual como la conocemos, o por el contrario procurar cambios tendientes a mejorar la relación de fuerza y el equilibrio allí predominante.
Si para el momento de su creación el interés nacional para la defensa de un precio justo fue la motivación central, para hoy ese mismo interés es el elemento que crea la bifurcación y el distanciamiento entre sus países miembros, ya que lo que priva hoy día es la colocación de esos barriles en forma de reservas que quedan en el subsuelo, lo antes posible y de la manera más rápida y eficiente, antes que el tiempo de la energía fósil entre en equilibrio con la aplanadora de las energías renovables; es decir, antes que los costos de desarrollo/producción se equiparen, lo cual pareciera estar bastante cerca.
Por ahora, es innegable que la OPEP aun posee el potencial para mantener el control sobre los precios del barril. El potencial más no la vocación, ya que cada uno de sus miembros tiene en esencia intereses distintos, que por el contrario repelen su sensata integración. En cifras redondas, esas 15 naciones mantienen control sobre el 82% de las reservas de crudo, 42% de las reservas de gas, 43% de la producción de crudo, 21% de la producción de gas y paradójicamente solo el 11% de la capacidad instalada de refinación. Evidente que ese cartel nació y ha crecido con el norte de entregar sus recursos, más no de crear un emporio manufacturero a partir de los mismos. Esos mismos recursos que son reciclados con sobrecosto y creación de dependencia por las potencias receptoras.
El tiempo de la renta petrolera ha quedado atrás para pasar a ser el tiempo de la competitividad, la eficiencia y la productividad. Entrado el siglo XXI, quizá por la desmedida avaricia de gobernantes mal asesorados, la espectacular expansión del barril dio vida y acceso a esos barriles (no convencionales) costosos que dormían pacientes esperando la oportunidad de ser desarrollados y producidos. Una vez desarrollados dichos barriles, era cuestión de tiempo para colocar contra la pared a la OPEP, como en efecto sucedió y sucede actualmente; para arrebatar mercados y asfixiar ingresos a gobiernos incómodos, con empresas poco creativas e ineficaces como en el caso de Venezuela.
Con la agresiva evolución de las energías renovables, el arraigo de la multipolaridad y la expansión de las economías del lejano oriente, nació sin lugar a dudas el tiempo de la productividad, el tiempo de competir basados en el acceso y uso racional de la tecnología, de la excelencia y el rendimiento operativo, de la optimización de costos y de un preciso conocimiento técnico tal que permita una racional orientación de la planificación estratégica y de un portafolio de negocios blindado, consistente y alineado con las necesidades del país.
En pocas palabras, la visión de la industria petrolera exitosa de ahora es una industria esbelta, tecnológicamente elevada y orientada financieramente a minimizar costos; todo lo contrario a la orientación actual de nuestra industria petrolera.
Ante el panorama real de competitividad prevaleciente en los mercados, esa empresa hoy a la deriva y cuestionada, no cuenta con la mística, la estructura, ni el recurso humano necesario entre su directiva y alta gerencia, para salir adelante, ni para hacer frente al nivel de competencia exigido. Su presidencia y directiva no han producido una sola idea sensata y consistente. No han ni tan siquiera sido capaces de sostener una declaración con profundidad ni coherencia.
Es esa misma PDVSA que se ha degenerado a tal punto que apenas atina producir por si sola apenas 500.000 B/D [https://www.aporrea.org/energia/a266799.html] y que ha sido testigo silente del derrumbe de más de 600.000 B/D desde el arribo de Manuel Quevedo en Noviembre de 2017.
Advertimos en su momento que la abrupta e injusta remoción de Nelson Martínez de PDVSA traería consecuencias. Y decimos injusta porque nadie que haya convivido en nuestra industria por más de 5 lustros como lo es su caso, se va a aventurar a firmar un documento que compromete la integridad de toda la empresa, sin la previa autorización del nivel de autoridad respectivo, ni el conocimiento del ejecutivo.
El tiempo nos ha dado la razón. Tal es el nivel de crisis y confusión imperante en lo que queda de nuestra otrora pujante industria petrolera, que el gobierno en medio de su desespero por detener el irremediable desplome de producción originado por la reticencia de dichas empresas a invertir y de la sequía financiera de la propia PDVSA, la ha exonerado junto a las empresas mixtas de cumplir con el pago del ISLR, renunciando a ingresos por el orden de US$1.100 millones por dicho concepto, al sumar la porción de las empresas mixtas, quienes hoy por hoy son las que provén el grueso de la producción en alrededor de un 60% del total.
No hace falta tener una bola de cristal para advertir que la cosa no pinta nada bien; que se acercan momentos muy complejos y difíciles para esa empresa y para el país. Irónicamente sufrirán como siempre las peores consecuencias los más necesitados, dependientes y acostumbrados a recibir dadivas del gobierno.
Fácil advertir que de continuar como va PDVSA se verá reducida a una estructura similar a la de YBPF en Bolivia. Una empresa gubernamental parapléjica, disminuida, violentada por sus socios y reducida a la función de gestor, aprobador de "permisologías" y la mera contabilidad de barriles producidos por otros. Ojala que recapaciten y que retomen el camino de la sindéresis y de la racionalidad.