La situación laboral del país y particularmente de PDVSA, tiene como fundamento y se explica debido a que no puede haber remuneración por un trabajo que en términos reales no general capital, no genera riqueza y no genera desarrollo sostenible. Esa es la esencia y preocupante razón por la que en Venezuela no puede ni podrá haber remuneración que se traduzca en mejora de la calidad de vida por acción y ejercicio del trabajo bajo la circunstancia política, cultural y social prevaleciente.
La responsabilidad de tal coyuntura por muy odioso que parezca, no recae única y exclusivamente sobre los hombros del gobierno. Recae en parte sobre los hombros del estado, por ser un plan aparentemente trazado desde sus más altas esferas, con el norte por delante de crear dependencia y control de un pueblo acostumbrado a las dadivas e irresponsable, con el único propósito de mantenerse en el poder. Recae en parte también sobre los hombros del gobierno por haber destruido la cadena de producción, por haber menospreciado la función del conocimiento, la tecnología, el respeto, el orden y la disciplina en la cadena de producción y desarrollo. Pero también recae sobre esa clase trabajadora sinvergüenza, que enarbola la corrupción, que se siente cómoda con ser un apéndice de gobiernos, que han abiertamente manipulado el hambre y la ignorancia. Es allí donde nace el problema de la remuneración.
En PDVSA se instaló la práctica del clientelismo, la mentira, la haraganería y la demagogia a partir de la entrada de Rafael Ramírez y Eulogio del Pino. Cabalgaron en los precios más elevados del barril en toda la historia de PDVSA y aun así, con esa masiva entrada de capitales, no se tradujo en construcción de riqueza sustentable, sino más bien en destrucción y corrupción intrusiva; corrupción que ascendía desde las letrinas putrefactas del antinacionalismo.
La industria petrolera debe manejarse con apego a la disciplina y al conocimiento, a la consciencia de costos, eficiencia y productividad; pero sobretodo con consciencia de seguridad, dado que cualquier error puede desembocar en pérdidas catastróficas tanto en especie como en vidas. Ese nivel de consciencia no nace de la noche a la mañana. No nace en los cuarteles, ni tampoco en los partidos políticos, no se encuentra en las calles. Es simple y llanamente una conducta; una rigurosa disciplina que se adquiere desde una educación vertical, estructurada y madura en su propio origen y que desafortunadamente no existe en esa PDVSA reactiva e indolente y tampoco abunda en ese país.
Es así como a partir de 2007/2008, con el arribo de una masa laboral sin el mínimo basamento técnico-cultural, se consolida la destrucción de nuestra industria. Ilustra la marcada irresponsabilidad de juntas directivas y gobiernos que poco apego han mostrado hacia los recursos y bienes de un país que clama ser amado y protegido.
Con la llegada de cada proceso electoral se expandía de forma indiscriminada su fuerza hombre, tornándola cada vez más improductiva, más ineficiente y más vulnerable. Es así como bajo la dupla Ramírez-Del Pino, su población escaló desde unos 38.518 en 2004 a 78.739 en 2008, pasando luego a 152.072 en 2014. Se duplicaba el personal cada 4 @ 6 años mientras que su producción se abatía sostenidamente, promoviendo el desplome de la productividad por empleado desde 81 B/D/empleado en 2004 a menos de 20 B/D/empleado en 2014, un derrumbe neto del 75% en productividad, mientras en el resto de mundo el promedio supera los 100 B/D/empleado, incluso en empresas nacionales. Todo apuntaba a la segura e inaudita descapitalización de una industria petrolera en plena producción y en medio del apogeo del barril, pero una industria maltratada y superpoblada.
Ver imagen:
https://www.aporrea.org/imagenes/2018/10/barriles_diarios_x_empleado.jpg
Ya para 2014 con el derrumbe del barril tal situación era ya insostenible. Una estructura netamente clientelista, poco preparada, desorganizada, ineficiente y acostumbrada a la dadiva; una estructura donde la corrupción y la indolencia hacían metástasis. Esa PDVSA de hoy es una empresa donde la mística, los valores y ética de trabajo brillan por su ausencia, una empresa donde basta llevar una camisa roja y arengar unas cuantas sandeces, para justificar su permanencia y su salario. El desenlace actual de salarios de hambre era claro y previsible y bien podría terminar en la abolición total de las conquistas laborales de más de 4 décadas desde 1976. Las opciones son realmente limitadas aparte del deslastre de esa fuerza-hombre.
Poca gente sabría puntualizar si tanta destrucción junta, se pudiera tratar de un hecho casual o por el contrario una acción bien premeditada. Señales claras y evidentes desde 2007/2008 cuando arrancó la actividad de PDVSA en la FPO y luego de la salida de las asociaciones y convenios, y más adelante con el arranque de las empresas mixtas. La agravada destrucción de los activos tradicionales, mientras que se catapultaba la importación de crudo y productos. La promoción de la desmotivación ética y moral del personal. La entrega de activos a empresas de maletín; desconocidas. La venta y traspaso solapado de campos e instalaciones. La incestuosa presencia y reconocimiento de la corrupción, todas señales inequívocas de un plan siniestro de aniquilación de nuestra industria.