Cuando Chávez se declaró Socialista, antiimperialista, Bolivariano, Cristiano la rueda patibularia de los dominantes comenzó a girar. Los centros de pensamiento del imperio comenzaron a estudiar el peligro, la piedra que era Chávez.
La solución propuesta por los centros pensantes para lapidar el brote rebelde de la zona más al norte de la América del Sur conserva el mismo patrón desde la época de la inquisición: "quemar al adversario, la hoguera". Claro, ahora en el nuevo milenio tendría otros matices, aunque mantenga su esencia. La estrategia diseñada fue eliminar los centros creadores de la conciencia revolucionaria, fundadores de las bases psicológicas del cambio, predicadores del nuevo mundo y de su posibilidad. Todo estaba muy claro, se trataba de llevar a la hoguera a Chávez y a PDVSA.
Chávez consiguió una fuerte conexión con el alma de los humildes, con el espíritu social, el capitalismo sabe que esta conexión es preludio, requisito fundamental de una revolución. Chávez avanzaba en el pensamiento revolucionario, lo enriquecía. Chávez era factor de unidad sin hacer concesiones en la ideología. Chávez debía ser eliminado. No era posible otra opción, mientras él viviera habría Revolución.
PDVSA suministraba la fuerza económica al proyecto, mantenía alta producción y las expectativas eran siempre de aumentarla. Sin embargo, no era ese el principal peligro. La causa de la sentencia de asesinato a PDVSA, el peligro mayor estaba en ser el territorio para la aplicación del pensamiento revolucionario. Allí, en la petrolera, los obreros superaban aceleradamente el economicismo, el reivindicativismo; comenzaban a entender el concepto de consciencia social, asumían su papel histórico. Allí, en la petrolera, se escenificaba la batalla esencial entre la propiedad social y la propiedad privada, entre la consciencia del deber social y el egoísmo. Los obreros conocían su fuerza, se organizaban, daban batallas triunfantes, derrotaron al sabotaje petrolero, y ese triunfo alarmó a los centros pensantes, desde ese momento fue sentenciada a la hoguera, ella era un peligro para la restauración, resistencia a la traición.
Es así, Chávez y PDVSA debían ser asesinados, quemados. La operación contrarrevolucionaria comenzó con el asesinato del Comandante. Después vinieron aquellas elecciones y el capitalismo se tranquilizó. Entendió que se jugaba con sus reglas. Ahora no importaba quién ganara, la segunda fase estaba garantizada, el ganador entregaría a PDVSA, allí triunfaría la mentalidad capitalista, y todo volvería a la tranquilidad, el chavismo, la revolución sería sofocada.
Y ya sabemos la historia: triunfó el madurismo y, sin dilación, comenzó la segunda fase, PDVSA debía caer. Rápidamente salieron de Ramírez y de los chavistas más peligrosos, al principio algunos gerentes tan expertos técnicos cuanto cándidos políticos colaboraron con la infamia, pronto ellos volvieron a la realidad en las ergástula del madurismo. Había comenzado la fase final de la destrucción de PDVSA, para eso trajeron a un raro poeta transformado en Torquemada. Este funcionario cumplió muy bien su tarea, consiguió bajar la producción de tres millones a un esmirriado millón, consiguió rápidamente, y en componenda con el nuevo presidente de la empresa más policía que gerente, arrasar con la moral de trabajo, la consciencia adquirida.
Al final, el informe de los centros pensantes del norte es de triunfo: lograron acabar con los peligros principales, la vía quedó libre para la restauración. Ahora, ironías de la política, el madurismo le hizo el trabajo al imperio y recibe como premio una solemne patada en el trasero.
Y el pueblo humilde una vez más quedó sin vanguardia, sin esperanzas, a merced de las manipulaciones de los dominantes… Vendrán otros amaneceres.
