El combate de la especulación, del acaparamiento, de la venta de productos de tercera, en mal estado o adulterados, ha sido una cuestión principista para los Concejos Municipales, hoy conocidos como Alcaldías. Durante el Medioevo ese control fue absoluto, dado que los consumidores eran los propios señores por antonomasia. La clientela masiva de pobres es una figura exclusiva del modo burgués y apenas data de unas 5 centurias y más precisamente de la Revolución Industrial dieciochesca. Sin la fuerte y elevada demanda proletaria el capitalismo jamás se habría desarrollado.
El Estado, por su parte, ha legislado y ejecutado muchas medidas tendentes a la eliminación o restricción de semejantes abusos mercantiles. Todas estas medidas han sido infructuosas. Un sancionado hoy, aquí o allá, y pasado un corto tiempo reflorecen los productos de tercera hechos para los pobres, y se recicla todo el maltrato social que reciben estos consumidores por el sólo hecho de ser pobres. Es marcada la diferencia del trato recibido por una persona rica en contraste con el recibido por una persona pobre a pesar de que ambas pagan en la misma moneda, en los mismos billetes y en igual cantidad dineraria. Por ejemplo, es muy significativo que el precio de 1 litro de leche sea igual para ricos y pobres, e iguales desaguisados comerciales rigen para casi todos los productos básicos de la usanza cotidiana. En Navidad la especulación, la venta de adulterados y mercancías de tercera para los pobres, son toleradas como premio a esos mismos comerciantes que han terminado creyendo que en sus trampas mercantiles radica su ganancia. Las desgracias naturales, que afectan particular y preponderantemente a los pobres, se convierten en filones de ganancias para los ricos empresarios.
Los artesanos y demás prestadores de servicios comerciales suelen ser “piratas” sin control alguno por parte de esas Alcaldías y del resto del Estado. Cualquier “informal” saca un “minianuncio comercial” por un diario de amplia circulación regional o nacional, sin que estos medios les exija ninguna credencial o autorización oficial ad hoc, y proceden a ofrecer esos pitaras como si fueran verdaderos y responsables técnicos. En el caso venezolano, “Los Tres Chiflados” ingleses se quedan cortos.
En las oficinas públicas, estos pobres reciben el peor de los tratos por parte de los mismos funcionarios pobres que allí laboran. Si usted no cuenta con familiares o amigos previamente enchufados en las nóminas burocráticas sólo la paciencia y el tiempo le permitirán recibir el servicio buscado que será no menos de tercera.
Pero hay más: Los propios asalariados tienden a mirarse como extraños y hasta competidores sociales tan pronto pertenezcan a patronos diferentes. La enemistad y competitividad comercial entre empresarios suele trasladarse a enemistad y competencia entre sus correspondientes trabajadores (Cónfer: Williams Shakespeare, Romeo y Julieta, Primera Escena, Acto Primero).
Efectivamente, durante las guerras es corriente que las soldadescas de los países beligerantes sean trabajadores suspendidos de sus labores ordinarias y llamados a defender una patria donde posible y mayoritariamente no tienen ni un rancho propio, cosas así. Las recientes crisis financieras e hipotecarias sufridas en EE UU y parte de Europa dejaron sin viviendas y sin trabajo a los pobres de muchas empresas que si antes tenían trabajadores distanciados y diferenciados entre sí, ahora se hallan unidos en su pobreza como desempleados y sin techo ni siquiera hipotecados.
Por su parte, los ricos no sufren el maltrato de vendedores maleducados ni de funcionarios públicos siempre ocupados e irrespetuosos con el público pobre. Las mercancías que mandan a comprar con sus cachifos son de primera calidad no sólo por el precio, sino por el respeto que infunden como ricos en su condición de patronos. Tal es, pues, la otra explotación del proletariado donde sus integrantes son esquilmados como asalariados, y humillados como comparadores pobres de bienes en general.
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