A veces no hay nada más elocuente que el silencio. Cuando el silencio es la respuesta a las preguntas que no me atrevo a hacer entiendo que no estoy sola. El silencio que queda cuando las palabras no alcanzan, cuando nadie las escucha, por no poder, por no saber, por no querer…
Espontáneo silencio colectivo que grita lo que sabemos callar, hasta que bajen las aguas, hasta que contemos los daños, hasta que nos reencontremos todos a salvo en la misma orilla donde nos pilló la incertidumbre, o peor aún, la certeza.
Silencio ensordecedor que nos confirma que somos muchos los mudos que hoy gritamos. Silencio que nos da fuerza. Silencio imposible cuando se habla de libertad, silencio necesario para poder alcanzarla. Terrible silencio que anuncia ausencias. Silencio ajeno al “quien calla otorga”, silencio que gana tiempo, que ordena ideas, que busca fijar los pies sobre la tierra. Sólido silencio que precede a la batalla.
Silencio astuto de quien conoce al enemigo y sabe que lo tiene cerca, encima, respirándole en la espalda. Silencio que salva, por ahora, mientras tanto…
¡Cuántas cosas nos dice el silencio! ¿Nos escuchan?
Mañana recobraremos el habla, unos primero, otros después y claro, habrá que ser cuidadosos, para no herir a nadie, para no resultar heridos. Y vendrán los dedos policiales, las siembras de sospechas, el equívoco enemigo te convertirá en el enemigo. Y continuará la pelea que es la misma que empezamos hace años, con las variantes que nos deja el desgaste del tiempo, el empalagamiento, la perplejidad, con nuevos y previsibles frentes, pero siempre la misma pelea, esa que mientras más cuesta arriba se pone, tanto más sabrosa es pelearla.
Mientras dura el silencio escucho a mi consciencia que me exige que no la abandone, que la revolución es ética, que nadie puede invocar la disciplina en perjuicio de los principios, que madurez política no es acatar porque sí, no es ceder el paso a la mentira con premeditado disimulo ¿a favor de quién? Sin duda en contra de nosotros mismos, contra la esperanza, contra la certeza de que el país que soñamos es posible, contra la convicción de que ya no hay vuelta atrás, porque ya despertamos, porque no volveremos a dormir el sueño tonto que se vuelve pesadilla, el sueño que entrega los sueños...
Amaneceré mañana después de una noche disfrazada de la calma que sugiere el silencio, de un breve descanso para recuperar la voz que se me anudó en la garganta. Mañana tendré palabras, mañana o pasado comenzaremos a escuchar el goteo de las voces amigas, mañana será otro día… Mañana o pasado...
carolachavez.blogspot.com