Que Venezuela es un país con un consumismo desbordado es innegable. Desde el béisbol que tanto nos gusta, pasando por el futbol, las telenovelas, el miss Venezuela y “Sabado Sensacional” se nos venden cosas que consumimos con prisa, abundancia y sin muchos reparos. Sin duda, es una herencia del modelo de país exportador de materia prima e importador de bienes en que se quiso convertir a a nuestra patria. El resultado ha sido exitoso. En Venezuela, se paga por un automóvil mucho más que en cualquier otro país de Suramérica aunque no se está dispuesto a pagar nada por la gasolina, diesel o gas natural, nuestra cultura energética es derrochadora y vergonzosa.
Aunque el pueblo venezolano es solidario, sincero y amigable como pocos en todo el mundo, también es cierto que ha sido presa de la competitividad consumista de una manera alarmante. Esto es muy interesante porque, en ésta tierra, se conjugan dos cosas que parecen irreconciliables. El valor del conocimiento se ha degradado demasiado, quizás, como consecuencia del rentismo petrolero, la escalada de burócratas ineptos y rapaces y la debacle de la credibilidad de las universidades tradicionales. El país empieza a estar seguro de que el “éxito” poco tiene que ver con la educación o el conocimiento, sino que parece ser consecuencia directa de la astucia y la trampa. Aquí nadie protesta por la casi inexistencia absoluta de bibliotecas públicas pero si por los elevados precios de los teléfonos celulares y las escasez de carros!!
Un tramposo luce gustosamente y con orgullo el producto de sus trampas a través de un Blackberry, una Tahoe, Hummer o un traje de Louis Vutton y el entorno social no solo es tolerante sino muchas veces admirador de sus logros. El hecho de que sea con trampas o estafas poco importa, y muchísimo menos importa si esas trampas han sido contra el fisco nacional o el estado. ¿Por qué? Porque nadie paga impuestos, porque el dinero viene muy fácilmente del petróleo que parece inagotable y barato para todos, porque es virtualmente gratis para todos.
Dentro de toda esta confusión de conceptos, dentro de está fusión entre las definiciones de éxito, dinero y “viveza”, el socialismo aparece totalmente deformado ante la mayoría de los venezolanos, tanto en su teoría como en su práctica. Un país que ha vivido siempre de la renta petrolera, tiende a imaginar al socialismo como a una especie de repartición de dinero producto del petróleo, una especie de repartición “igualitaria” del fisco… y esto es todo menos socialismo, de hecho, se parece muchísimo al populismo capitalista. Cuando la idea es repartir y no compartir, desaparece la necesidad de la organización y surge una contradicción. La ideología consumista ha calado muy hondamente en el pueblo venezolano que incluso la ha hecho compatible con una especie de socialismo que no pasa de ser una repartición de los reales de la renta petrolera. ¿Seremos los suficientemente revolucionarios para superar esto? ¿Será que alguna vez podremos superar el rentismo petrolero y trabajar duro y sostenidamente por la industrialización, la ciencia y la tecnología? ¿Quién se atreve a mudar el modelo y tragarse las consecuencias políticas de la transición a un modelo realmente sostenible e independiente del petróleo? ¿Quién le pone el cascabel al gato?.
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