“Siendo
el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en
la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los
adversarios,
es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras que el
proletariado
necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad,
sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse
de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros
propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra
“comunidad” (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana
equivalente
a la palabra francesa Comuna.”(Carta de Engels a Bebel-1875)
En
el prólogo del extensamente citado: “El Estado y la revolución”,
Lenin plantea:
“Después
de su muerte (de los grandes revolucionarios), se intenta convertirlos
en santos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así; rodear sus nombres
de una cierta aureola de gloria para
“consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido
de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario,
envileciéndola”.
Si
se trata de transición post-capitalista, ¿Cómo ignorar a Marx y Engels?
¿Se trata de mellar y envilecer el filo revolucionario de Marx y Engels?
¿Quiénes pretenden echar a un lado el espíritu crítico radical a
la veneración supersticiosa del Estado, crítica radical a la
condensación
o síntesis de la lógica de la dominación política?
Hay
veneradores supersticiosos del Estado que hablan a los cuatro vientos
de “Estado Socialista”, de “Estado revolucionario, de “Estado
comunal”. Así no sólo estamos ante las “armas melladas del capitalismo”,
como decía el citado Guevara, sino también ante las “armas melladas”
del “socialismo burocrático”, del despotismo burocrático: el llamado
“Socialismo de Estado” (Lasalle dixit), el viejo “Socialismo Realmente
Inexistente” (y su “marxismo” de derecha).
Es
imposible edificar modelos de socialismos participativos, democráticos,
revolucionarios y libertarios desde la brújula del “marxismo
burocrático”.
Esto sería un contrasentido, pues conlleva un peligroso extravío;
más aún si se pretenden pasar de contrabando ideológico todas las
bagatelas del estalinismo y del marxismo soviético, como si fuesen
ideas y valores del “nuevo socialismo”.
Desde
nuestro punto de vista, también las ideas anti-estatistas de “El
Estado y la Revolución” de Lenin (incluyendo las propias adulteraciones
que hace Lenin de frases de Marx y Engels) fueron metabolizadas por
la contra-revolución estalinista.
Stalin
enarboló toda una maquinaria de propaganda alrededor de las “banderas
del leninismo”. Sin embargo, existen por lo menos tres cuestiones
interrelacionadas en el llamado “leninismo”, que son fundamentales
para abordar los extravíos de las transiciones post-capitalistas a
la democracia socialista:
a)
una cuestión política que gira alrededor de la tesis de la “dictadura
revolucionaria del proletariado”, re-significada en clave de “Estado
Socialista” o “Estado revolucionario” (una patética contradicción
en los términos). La manera de resolver esta cuestión es profundizar
en el régimen comunal, la democracia participativa y en el poder
popular.
b)
una cuestión económica que gira alrededor del papel progresivo de
las Estatizaciones y del “Capitalismo de Estado”. La manera de despejar
este asunto está en la propiedad social directa, el control obrero,
los consejos de fábrica para la autogestión obrera coordinada mediante
la planificación democrática de conjunto.
c)
una cuestión epistemológica, derivada de la “interpretación positivista,
mecanicista, naturalista de la ciencia”, presente en la tesis del
llamado “socialismo científico”, así como en la tesis: “la ciencia
socialista proviene sólo desde afuera del movimiento de los trabajadores
y trabajadoras”. Para esta cuestión solo hay el camino de la ruptura
epistemológica con los modos de producción, validación y legitimación
de conocimientos que reproducen la lógica de la dominación social.
Nuestra
posición es que haber descuidado el entrelazamiento de estos tres
aspectos,
explica la ceguera que facilitó la edificación del estatismo
autoritario en la URSS, y en general en el campo socialista. Sin una
crítica radical y revolucionaria a estos tres eslabones, será muy
difícil no repetir los errores del despotismo burocrático.
Habría
que recordar algunos planteamientos básicos del “comunismo de consejos”,
cuando afirmaba que: “La lucha del proletariado no es sencillamente
una lucha contra la burguesía por el Poder del Estado, sino también
una lucha contra el Poder del Estado mismo” (Antón Pannekoek).
Mientras
Marx planteó su aguda crítica contra cualquier deificación del
Estado, colocándolo por encima o sobre la sociedad, la experiencia
posterior condujo a un fortalecimiento del estatismo
burocrático-autoritario.
En
una silenciada polémica con lo que sería las afinidades coyunturales
entre el “cristianismo aplicado” de Bismark, su “revolución desde
arriba” y los planteamientos estatistas de Lasalle, Marx planteó
en contraposición (Crítica al Programa de Gotha):
“La
libertad consiste en convertir al Estado de
órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente
subordinado a ella”.
¿Dijo
usted órgano subordinado a ella? En su crítica Marx planteó:
“Cabe,
entonces, preguntarse: ¿que transformación sufrirá
el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos:
¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado
subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse
científicamente,
y por más que acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra
Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre
la sociedad capitalista y la sociedad comunista medía el período de
la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este
período corresponde también un período político de transición,
cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del
proletariado.”
Marx
habla de un Estado de transición, transición que indica el paso de
la forma-Estado a la forma-Comuna, y clarifica que el proletariado debe
convertirse en clase política gobernante (Manifiesto Comunista). La
forma-Comuna quiebra el poder estatal moderno, dice Marx en su
compresión
histórica de la Guerra Civil en Francia:
“He
aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno
de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase
productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin
descubierta
que permitía realizar la emancipación económica del trabajo. Sin
esta última condición, el régimen comunal habría sido una imposibilidad
y una impostura. La dominación política de los productores es
incompatible
con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna había
de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los
que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la
dominación
de clase. Emancipado el trabajo, emancipado cada ser humano.”
Dominación
política de los productores directos, del pueblo trabajador, no del
ejército permanente, ni de los privilegiados, ni de la burocracia de
Estado, que para Marx son problemas claves en la definición del Poder
del Estado moderno.
Enunciados
que deben interpretarse en su contexto ideológico e histórico
obviamente,
pero sin omitir sus profundas implicaciones como crítica radical a
la lógica de la dominación:
“Cuando
la Comuna de París tomó en sus propias manos la dirección de la
revolución;
cuando, por primera vez en la historia, simples obreros se atrevieron
a violar el privilegio gubernamental de sus "superiores naturales"
y, en circunstancias de una dificultad sin precedentes, realizaron su
labor de un modo modesto, concienzudo y eficaz, con sueldos el más
alto de los cuales apenas representaba una quinta parte de la suma que
según una alta autoridad científica es el sueldo mínimo del secretario
de un consejo de instrucción pública de Londres, el viejo mundo se
retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera
Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel
de Ville.” (Marx: La Guerra Civil en Francia)
Demolición
del prejuicio de los “superiores naturales”, demolición de la separación
entre gobernantes y gobernados, demolición de la burocracia de Estado,
demolición del privilegio, demolición de su lógica (razón de Estado)
y de su policía (vigilancia y represión contra el pueblo trabajador).
Demoliciones que colocan en pánico a nuestros sinecuristas del Estado,
nuestros enanos cuasi-hegelianos y peor aún; sacerdotes veneradores
de la máquina-Leviathan de Hobbes.
Frente
al despotismo burocrático o estatismo autoritario, no ha quedado otra
ruta que la revolución democrática y socialista ininterrumpida.
Emancipación
política y emancipación social ininterrumpida del pueblo trabajador.
Para suprimir los peores lados de este mal (el mal de la forma-Estado),
por la vía de una democracia cada vez más participativa y directa.
Socialización del poder, lo que no puede confundirse con la estatización
del poder, que es la semilla podrida de la veneración supersticiosa
del Estado.
Lenin elaboró toda una línea política, intentando ser consistente con lo planteado por Engels en 1891 y 1895(y por Marx desde mucho antes), con relación a la radicalización del poder proletario directo en la República Democrática, desde una “revolución de la mayoría”, desde la muchedumbre popular y plebeya. Sin los miedos liberales a la “tiranía de la mayoría”, sin los extravíos estalinistas de la “Dictadura burocrática sobre el proletariado”.
El
poder constituyente de la multitud popular, del pueblo trabajador, de
las clases trabajadoras del campo y la ciudad, es disuelto sin embargo
por la codificación estalinista en la “Dictadura burocrática sobre
el proletariado”, institucionalizado la ideología del “elitismo
revolucionario” (El aparato-vanguardia ó el aparato-camarilla
omnipotente)
Allí se produce la disyunción entre la revolución democrática y
socialista. Allí reside la genealogía histórica del despotismo
burocrático.
Como
ha planteado Aníbal Quijano en su estudio sobre José Carlos Mariátegui
(Textos básicos-1995; FCE):
“Con
los muros estalinistas se derrumba, ante todo, un tipo de poder cuyo
rasgo sobresaliente es el despotismo burocrático. En la historia de
su formación y consolidación, esto es, en la acción de sus
protagonistas,
aquella idea orgánica de totalidad social, así como el evolucionismo
positivista, han ejercido un papel muy marcado. Sin aquella idea de
totalidad, no se podrá explicar ni el
“centralismo democrático” que presidió
la historia del partido bolchevique, ni la
“unidad monolítica” de esa organización después de su captura
del poder; ni el estatuto legal privilegiado que
esa organización tuvo, en la entera jurisdicción del nuevo estado,
exclusivamente por los miembros de dicha organización; ni la total
estatización de los recursos de producción; ni el control
partidario-estatal
de todas las instituciones formales de la sociedad, incluidas las de
la vida cotidiana de la población
– inclusive de la imaginación artística -, tal como quedó
codificado en el zdanovismo.” (Prólogo; p. XIV)
La
dogmática estalinista se hizo a partir de la des-contextualización
histórica y teórica de los enunciados de Marx y Engels, eliminando
su mundanidad histórica, social y política, su mundanidad proletaria.
En el estalinismo, se trataba de textos manipulados por la inmundicia
burocrática, tejidos por la intencionalidad de un cálculo político
para justificar una política oficial sobre la potencia subversiva del
marxismo (El destino trágico de Riazanov muestra, el dictat de la
política
cultural estalinista con relación a los textos de Marx).
Pero
estas adulteraciones venían desde la cuna del marxismo bolchevique.
Como ha planteado Adam Schaff (en su texto: “El comunismo en la
encrucijada”),
fue Lenin quién modificó deliberadamente el siguiente enunciado de
Engels:
“Está
absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo
pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática.
Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del
proletariado,
como lo ha mostrado ya la Gran Revolución Francesa.”
Lenin
adultera el enunciado en “El Estado y la Revolución” de la siguiente
manera:
"Engels
repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea
fundamental
que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a
saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la
dictadura del proletariado.”(El Estado y la Revolución; cap IV).
Cualquier
lector no desprevenido reconoce que “la forma especifica” no es
equivalente a “el acceso más próximo”. Forma-Comuna en la República
Democrática, que prefigura la democracia de consejos, implica algo
muy distinto a una forma-Estado, por más obrero que fuese, ya que lo
que prevalece son las deformaciones burocráticas.
A
partir
de allí, es fácil comprender la precariedad del imaginario democrático
en la construcción del socialismo en la URSS, el bloqueo
teórico-ideológico
para abordar las tareas políticas de la transición post-capitalista,
así como la imposición sobre los soviets-consejos de la “línea
correcta del partido-aparato”.
El
marxismo bolchevique se transformó, de máquina subversiva de lucha
a prefiguración de la camarilla omnipotente del centro político
burocrático,
aparato-partido que participó en varios eventos sintomáticos de la
“unidad monolítica”: liquidación de pluralidad de partidos no
zaristas, liquidación de la “oposición obrera”, liquidación de
trabajadores en Kronstadt, liquidación de la “oposición de izquierda”,
purgas históricas contra la vieja dirección bolchevique, estalinización
del partido, procesos concatenados y cruzados por hilos conductores
que van de una revolución democrática ininterrumpida abierta en 1905
a una contra-revolución burocrático-despótica sellada en 1934. Lección
histórica para la izquierda de aparato, con su pantalla protectora:
la “mitología soviética”.
Además,
la concepción epistemológica en el "Qué Hacer" (Lenin)
de la formación de la conciencia revolucionaria, viene suministrada
a los trabajadores desde el exterior y desde una instancia superior,
a través del partido-aparato (unidad de “ciencia socialista” y
“dirección política”), en una clara manifestación de una concepción
jacobina-blanquista de la revolución. Una verdadera epistemología
autoritaria y reaccionaria, para nada implicada con una crítica radical
de las relaciones de poder, saber y verdad en el terreno de la
construcción
de una plataforma teórica crítica radical a la lógica de la dominación.
La
gran estafa ideológica de quienes hace uso y abuso de los términos
y de los razones propias de la gramática ideológica del estalinismo,
de los manuales del marxismo soviético (socialismo en un solo país,
exaltación del partido-único, planificación burocrática, propiedad
estatizada, deber de sumisión ideológica, hegemonía autoritaria,
Estadolatria) es hablar en nombre del socialismo revolucionario y
radicalmente
democrático, olvidando y omitiendo deliberadamente los planteamientos
en clave de emancipación social y política de Marx y Engels.
De
acuerdo con esta gramática ideológica, propia de paupérrimos lectores
de Marx y Engels, no hay más socialismo que el “Socialismo de Estado”.
Su hilo espiritual los retrotrae a figuras históricas aparentemente
distantes como Stalin y Lasalle, convirtiendo a Marx y Engels en
“espíritus
anarcoides”. Tanto el Estado-Gulag estalinista como el
Estado-Providencia
reformista expulsan la pertinencia de Marx y Engels, porque mantienen
la utopía concreta de la extinción de la forma-Estado. Tesis
imperdonable,
pues desmonta el arché de las filosofías del Estado.
Se
ha omitido el siguiente enunciado de Marx:
“La
República de Platón, en lo que se refiere a la división del trabajo,
como principio normativo del Estado, no es mas que la idealización
ateniense del régimen egipcio de castas; para algunos contemporáneos
de Platón como Isócrates, Egipto era el país industrial modelo, rango
que aún le atribuían los griegos en la época del Imperio romano”
(El Capital; cap XII, p.299)
La
realidad histórica de la praxis revolucionaria no tardará mucho
en desenmascarar estas estafas ideológicas en clave de bagatela
platónica
(régimen de castas), y por cierto, también estalinista, con su
nomenclatura.
Sólo los incautos pueden convenir que Marx y Engels no realizaron una
crítica radical a la forma-Estado (a todo Estado, camaradas). Para
los sicofantes estalinistas, Marx y Engels son parte de las filas
“anarcoides”,
de “saboteadores y contra-revolucionarios”. Acrobacias retóricas
de burócratas de médula y corazón.
Obviamente,
estas interpretaciones expresan un verdadero “pánico” para abordar
directamente, “sin retardos y sin excusas”, al modo cómo Marx y
Engels desmontan toda la mitología supersticiosa sobre la forma-Estado.
No olvidemos que las formas ideológicas fungen de complemento solemne
de justificación, sobre todo de aquella forma-Estado edificada por
la contra-revolución burocrática y sus derivados históricos, bajo
control total del partido-aparato, luego de realizadas las llamadas
purgas contra los “saboteadores, criminales, traidores y
contra-revolucionarios”.
Engels
plantea: En el Estado toma cuerpo ante nosotros el primer poder
ideológico
sobre los seres humanos. Gramsci planteará el mismo espíritu crítico
en sus elementos de política. Hacer saltar la división jerarquica
naturalizada entre gobernantes y gobernados. Engels: Hacer saltar el
viejo poder estatal y sustituirlo por otro nuevo y realmente
democrático.
Léase atentamente: realmente democrático. Mirad la Comuna, decía
Engels, he allí la dictadura del proletariado. Mirad a la URSS en 1934,
he allí la dictadura burocrática sobre el proletariado.
Hay
que analizar aquella carta a Bebel en 1875, sobre todo los párrafos
que todos los estalinistas avergonzados (así como los capitalistas
de estado y los capitalistas neoliberales), quieren hacer desaparecer
del mapa mental de las clases trabajadoras:
“Siendo
el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en
la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los
adversarios,
es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras que el
proletariado
necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad,
sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse
de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros
propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra
“comunidad” (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana
equivalente
a la palabra francesa Comuna.”
Claro
desplazamiento de la forma-Estado a la forma-Comuna. Lo que Engels,
no imaginó fue el uso del termidor estalinista de los adversarios
de la revolución. Se inventaron tantos adversarios, que el Estado se
hizo en la práctica, reforzado y eterno. Y es que las corrientes que
promueven el despotismo burocrático comparten con el Capitalismo de
Estado, la fe supersticiosa del Estado, su burocracia, su lógica y
su policía.
Cuando se deviene en funcionario ideológico de la burocracia, lo menos que se puede esperar, es una defensa de la Estadolatria (¡La existencia social condiciona de alguna manera la conciencia!). Pero Estadolatria no es Socialismo. No se confunda.
Desde
el punto de vista del estalinismo, Marx y Engels tendrían una visión
pequeño-burguesa de la Revolución, porque hablan de “extinción
del Estado”, de suprimir los peores lados de este mal. La crítica
marxiana a la defensa de las tropelías de la burocracia estatal, ya
había sido contemplada por Engels en su carta a Bebel (1875):
“Si
se dijera «administración por el pueblo», quizá
tendría algún sentido. Falta, igualmente, la primera condición de
toda libertad: que todos los funcionarios sean responsables en cuanto
a sus actos de servicio respecto a todo ciudadano, ante los tribunales
ordinarios y según las leyes generales.”
Emancipación
social sin emancipación política no es socialismo. Gobierno despótico
sobre la ciudadanía, sin control popular del poder burocrático, no
es socialismo. Eso que llamamos actualmente “contraloría social”
había sido prefigurado por Marx en la forma-Comuna: control popular
del aparato burocrático y sus desmanes, revocabilidad y juicio
inmediato,
por su falta de responsabilidad social y quiebre del sentido de servició
público hacia el pueblo trabajador.
¿Quién
controla a los controladores estatistas? Sólo el pueblo organizado,
sólo el poder popular organizado puede liquidar los desmanes de la
burocracia. Para los Capitalistas de Estado, el poder popular debe ser
sólo un simple apéndice subordinado, con los ojos vendados y con la
lengua amarrada, para garantizar que se protejan los superiores
intereses
materiales; y así dejar libres sus manos para las tropelías necesarias
a la acumulación delictiva y patrimonial del Capital. Esto obviamente,
no es ningún Socialismo.
Quienes
confunden en la fase política de transición, una forma-Estado
radicalmente
transformada y democratizada de abajo hasta arriba, sacudida en su
lógica
burocrática y policial por acción del pueblo, a través de los consejos
de poder popular para convertirla en forma-Comuna, que lo confundan
con las figuras históricas del estatismo autoritario, su máquina
despótica,
que caracterizó a las experiencias históricas del “socialismo realmente
inexistente”, son verdaderos estafadores ideológicos del proyecto
de la democracia socialista.
Partiendo
de estos breves elementos teóricos de Marx y Engels, es posible plantear
que hay dos condiciones concretas para abordar el espinoso asunto de
la forma-Estado en la transición al socialismo en Venezuela:
a)
La concepción liberal-socialdemócrata que prevalece en la definición
del “Estado Social y Democrático de Derecho y de Justicia” vigente
en la constitución de 1999, que no puede ser “saltada a la torera”,
ni con elasticidades semánticas ni con trampitas jurídicas de bajo
vuelo.
No
es posible confundir esta “forma de Estado” con algo equivalente
a la doctrina marxista-leninista del “Estado Socialista”, propia
de los “socialismos reales”. Frente a este límite constitucional,
no hay enmienda ni reforma posible, ni recursos a la legalidad ordinaria
que puedan modificar sus principios fundamentales, ni su sello
constitutivo.
De allí que una transición post-capitalista radical pasa por el camino
constituyente de facto ó in jure;
b)
La ausencia de un pensamiento crítico y creativo sobre el proyecto
socialista venezolano que no repita los errores ni los axiomas del
socialismo
burocrático, que precise las conclusiones del balance de inventario
crítico de las experiencias históricas de la transición post-capitalista
para las condiciones específicas del siglo XXI.
Allí no hay posibilidad de seguirle haciendo trampas ni a Marx ni a Engels, en nombre de un “marxismo imaginario”. Una teoría crítica radical parte de estas fuentes teóricas (Marx y Engels sin sufijo), no para dogmatizarlas ni codificarlas, sino para desmontar la falacia teórico-ideológica que pretende justificar el socialismo burocrático como un modelo de emancipación social y política.
No
hay conducción revolucionaria sin clase trabajadora organizada como
clase política gobernante. Léase atentamente la frase anterior, pues
no hay posibilidad de sustituir el poder popular, el poder
constituyente,
la conducción colectiva de una revolución por centros políticos
burocráticos
ni por mitos salvíficos de sello cesarista.
El
Socialismo es la superación histórica de la sociedad capitalista,
de sus formas políticas de síntesis-integradora de los conflictos
y antagonismos de clase. La forma-Estado deviene históricamente síntesis
de la sociedad capitalista; la forma-Comuna deviene históricamente
régimen político de la sociedad socializada.
Esa
nueva totalidad no tiene nada de integración orgánico (paradigma de
cualquier totalitarismo), sino que traduce la multiplicidad articulada
del campo popular y de las clases trabajadoras, su diversidad y riqueza
constitutiva, sin ninguna integración subordinada ni sujeción a una
burocracia de Estado.
Engels
lo decía con extraordinaria agudeza: “La gente se acostumbra desde
la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la
sociedad
no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha
venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de los
funcionarios bien retribuidos.”
A
diferencia
de quienes hablan de supresión inmediata del Estado (eliminar el Estado
por decreto, algo bastante paradójico), se trata de amputar
inmediatamente
los peores lados de este mal, y como planteaba Engels, entretanto que
una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres,
pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.
Lucha
por el socialismo. Deshacerse de ese trasto viejo de la forma-Estado.
Sólo los espíritus reaccionarios no pueden desprenderse de la
ficción-Estado.
Mirad la Comuna, decía Engels, allí está la dictadura del
proletariado.
Sacerdotes
de la totalidad orgánica, dejen de rezarle tanto a la forma-Estado.
Estado dosificado, pero Democracia social, económica, política y
cultural
en sobredosis. Allí reside la Democracia Socialista.
La
administración, coordinación, planificación y defensa de una sociedad
depende no de la veneración supersticiosa del Estado, sino de su
transformación
en un Estado democrático radicalizado hasta tal punto, que de paso
históricamente al régimen comunal, al sistema de Comunas en una
República
Democrática.
Se extravían quienes hablan de “Estado Comunal”. Se trata más bien de un “régimen comunal”, de un “sistema de Comunas” articuladas mediante un plan general. Marx y Engels trazan una utopía, ciertamente, pero una “utopía concreta”, viable, realizable, sustentable, desde la praxis de las clases trabajadoras, del pueblo trabajador, más allá de la ideo-lógica de la forma-Estado como aparato burocrático.
Estatismo: sacerdotes que le rezan a la forma-Estado: por ese camino sobreviene el despotismo burocrático. Sobreviene la nomenclatura. La contra-revolución, como decía Brinton, está en manos de la lógica, la burocracia y la policía de la forma-Estado.
El
sentido de sociedad emancipada, de sociedad auto-regulada como la
denominaba
Gramsci, depende de máquinas de lucha y de deseos profundos de
liberación
personal y social, de insumisión del cuerpo y la palabra, no de mandatos
sobre-impuestos a la multitud popular. No queremos mazamorra ni rebaño
ni ganado electoral, deseamos multitud emancipada social, cultural y
políticamente.
El
pueblo trabajador, con sus organizaciones sociales y políticas, con
su conducción colectiva revolucionaria, puede constituirse efectivamente
en clase política gobernante, si no delega su poder como clase para
sí en ningún centro político burocrático ni en ficciones que
lo sustituyan. No se confundan, la forma-Estado es el fetiche supremo
de la nomenclatura.
Democracia
directa de consejos de trabajadores y consejos del poder popular,
democracia
participativa, democracia protagónica revolucionaria. Allí si hay
consistencia con Marx y Engels.
Sin
patronos, sin reyes, tribunos, ni farsas representativas… y menos,
con capitalistas y burócratas, símbolos patéticos de corrupción
y privilegio…de nomenclaturas y nuevas clases político-económicas…todas
podridas…
¡O Democracia Socialista o Barbarie!